martes, 7 de mayo de 2013

La belleza (II y última)


El hambre y el sexo son conocidos por ser las necesidades básicas de nuestro organismo. Ningún manual nos enseña que hay otra necesidad indispensable para mantener la vida, y no obstante, es así. Necesitamos que nuestra forma corporal sea respetada en toda su nativa belleza. Si no lo es, el organismo no es destruido, pero la vida se reduce. Necesitamos tener el cuerpo aplomado, pero lo que nos engaña es que es capaz de caminar sin estar aplomado, de soportar mil torsiones y de adaptarse a ellas, mil contorsiones, plegamientos, esguinces a su forma, sin que tomemos precauciones. Sin embargo y los músculos nacen y terminan en puntos precisos de los huesos. Esta rigurosa disposición de los huesos y de los músculos hace que tengamos una forma precisa y esta forma precisa, que nada tiene que ver con el look, determina todos nuestros movimientos. Esto quiere decir que no podemos hacer cualquier cosa con los brazos, las piernas, la espalda o el cuello. 
La belleza en cada uno de nosotros es nuestra forma natural cuando no es atormentada, retorcida o pinzada por las retracciones de los músculos. El tigre debe estar en su lugar, en su justo lugar, distribuyendo su fuerza donde es necesaria, cuando es necesaria. Entonces los músculos pueden moverse en su totalidad y según sus plenas capacidades, el influjo nervioso circula mejor a través de todo el cuerpo. Tenemos, muy simplemente, buena salud. 
La forma que está sana y la forma que es bella no son más que una sola y misma forma corporal. Durante todos mis años de trabajo, he recibido numerosas objeciones acerca de lo que se me ha reprochado como una "normalización". Diré que es importante ser normal en relación con uno mismo y que no se debe ser modesto. La naturaleza nos ha hecho a todos virtualmente perfectos en nuestras formas. Sé muy bien que lo que molestas es el "todos". Si todos somos bellos, dicen algunos, entonces nadie es bello. Quizá no sea fácil admitir que somos todos parecidos por nuestras estructuras, como las hojas de un plátano, los frutos de un manzano o como los cristales de nieve de seis puntas, inmutables y frágiles.  Muchas personas están atadas a su deformación, como un hombro caído o una espalda arqueada, como si fueran detalles que crean su diferencia y su encanto. Sin embargo, la naturaleza decide otra cosa. Tolera un momento y se acomoda a las torsiones y luego todo termina mal. El supuesto encanto se convierte en bloqueos y en dolores. No hay que reprochárselo, está programada para la belleza. Al comienzo no nos deja ninguna elección, decide que estamos bien construidos, y hasta ahora nada la ha hecho cambiar de opinión. Es tanto como querer, por ejemplo, trastornar nuestro tránsito intestinal, decretar que ahora la parte alta está en el lugar de la parte baja y querer encaminar los alimentos al revés en el cuerpo. La naturaleza quiere que tengamos formas bellas, no según los caprichos del momento, sino según sus propias leyes. No se cansa de crear miríadas de seres humanos bellos, virtualmente perfectos y todos idénticos. Quiero decir idénticos en lo esencial de sus estructuras. Los cinco dedos de una mano pueden ser diferentes, según la piel sea blanca o negra, pero bajo la piel las estructuras de la mano son con exactitud las mismas. 
Los padres pueden deformarse los músculos o tener ideas retorcidas acerca de la forma, pero darán nacimiento a seres nuevos, que vienen al mundo sin zapatos puntiagudos y sin corsés, con los ojos bien abiertos y la boca sin fruncir, niños que son adultos perfectos en potencia. Las deformaciones son mucho menos frecuentes de lo que se cree. En realidad, las costumbres familiares y en especial el mimetismo, deforman los cuerpos con mucha mayor frecuencia que la fatalidad de la herencia.
Somos en extremo recelosos con la naturaleza, estamos siempre persuadidos de que nuestro deber es vigilarla y corregirla. Estamos equivocados. A cada minuto del día y de la noche, con cada nuevo bebé, la belleza renace sobre el planeta. 
¿Y sabes qué es lo más sorprendente, Lily? Que nuestro cuerpo parece haber conservado para siempre la memoria de su forma ideal. Es una misteriosa y maravillosa propiedad de la materia viviente. Por torcidos que estemos luego, por deformados que estemos, los músculos siguen siendo maleables. En nombre de la belleza. Es decir que, durante toda la vida permanecen capaces de liberarse de sus deformaciones y de acercarse a su forma perfecta.
En cada uno de mis pacientes comienzo por discernir con línea de puntos su forma perfecta. Aun escondida bajo un cúmulo de nudos musculares, está ahí, conmovedora, dócil para mostrarse, para desarrollarse. 

(Texto extraído del libro "La guarida del tigre". Autora Thérèse Bertherat)

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