haideé iglesias
Salta el agua, que no cesa de danzar.
El visitante, la contempla en la sorpresa momentánea.
Dejando de mirar, el sol nos acaricia sin dañar.
Pero miro y percibo la intensa vitalidad irradiada.
Un regalo tras otro, incalculables en su inmensidad.
Luego... la noche.
El descanso necesario.
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