viernes, 12 de julio de 2013

¿Qué diferencia hay entre estar en meditación y practicar la meditación?

haideé iglesias


Otro amigo a preguntado una pregunta relacionada con la anterior: ¿Qué diferencia hay entre estar en meditación y practicar la meditación?

Es la misma diferencia que ya os estoy explicando. Si una persona está practicando meditación, está intentando apaciguar una mente confusa. ¿Qué hará? Intentará tranquilizar su mente. Cuando una persona está en estado de meditación, no está intentando tranquilizar su mente; más bien, está apartándose de ella. 
Si el sol aprieta demasiado, si es insoportable, podéis ver que un hombre abre su sombrilla; y las sombrillas se pueden abrir al sol y uno pude refugiarse en su sombra o bajo cualquier otra sombra para protegerse. Pero no es posible abrir una sombrilla dentro de la mente. La única protección posible sería un pensamiento, y éstos no cambian nada. Sería como si un hombre intentase permanecer bajo el sol con los ojos cerrados pensando que tiene una sombrilla sobre la cabeza. y que no siente calor. Pero habrá de sentir calor. El hombre intenta hacer algo, intenta refrescar el sol. Intenta "practicar" la meditación. Pero hay oro hombre que, cuando hace sol, se limita a levantarse, a pasearse por su casa y a relajarse. No se esfuerza por refrescar el sol: se limita a apartarse del sol. 
Practicar la meditación significa hacer un esfuerzo, un esfuerzo por cambiar la mente. Y estar en meditación significa no hacer ningún esfuerzo por cambiar la mente, sino pasar adentro en silencio. 
Debéis tener en cuenta la diferencia entre ambas cosas. Si hacéis un esfuerzo por meditar, la mediación no se producirá nunca. Si intentáis hacer un esfuerzo consciente, si os sentáis, ponéis los músculos en tensión, os forzáis, os decidís a calmar vuestra mente pase lo que pase, no dará resultado, pues, al fin y al cabo, ¿quién estará haciendo todo esto? ¿Quien estará dando estar muestras de decisión? ¿Quién, sino vosotros? 
Ya estáis confusos, inquietos desde el primer momento. Intentáis calmaros: esto significa que os buscáis un nuevo problema. Estáis sentados en tensión, dispuestos , olvidadlo todo. Cuanto más rígidos os pone´si, cuantas más dificultades os encontráis, más tensos os quedáis. Éste no es el camino. Yo os pido que meditéis porque la meditación es relajación. No tenéis que hacer nada; simplemente relajaros. 
Procurad entenderlo. Dejadme que os lo explique un poco mejor con un pequeño ejemplo. Utilizadlo como criterio último. Un hombre nada en el río. Dice que quiere alcanzar la otra orilla. La corriente del río es fuerte y él agita los brazos y las piernas intentando avanzar a nado. Se cansa, se fatiga, está agotado, pero sigue nadando. Este hombre se está esforzando. Nadas es un esfuerzo para él. Practicar la meditación también es un esfuerzo. Pero hay otro hombre. En lugar de nadar, éste se limita a flotar. Se deja llevar por el río. No agita los brazos nil as piernas; sencillamente, se acuesta en el río. El río fluye, y él también fluye. NO nada en absoluto, sólo flota. No hace falta ningún esfuerzo para flotar; flotar es un "no esfuerzo".
La meditación de la que hablo es como flotar, no es como nadar. Observad a un hombre que nada y a una hoja que flota en el río. El placer y la alegría de la hoja que flota no son de este mundo. Para la hoja no hay problemas, ni obstáculos, ni disputas, ni molestias. La hoja es muy sabia. Y ¿en qué se aprecia su sabiduría? La hoja es sabía porque ha hecho del río su barca y ahora navega sobre él. La hoja está preparada y dispuesta a ir allí donde quisiera llevarla el río. Así, la hoja ha doblegado la fuerza del río. El río no puede hacerle daño porque la hoja no lucha contra el río. La hoja no quiere ofrecer ninguna resistencia; se limita a flotar. 
Así la hoja tiene una conformidad completa. ¿Por qué? Porque ahora procura estar en conformidad con el río; se limita a flotar: eso es todo. Que el río la lleva donde quiera:; así sea. Tened presente, pues, a la hoja que flota. ¿Podéis flotar así vosotros en el río de la vida? No deberéis pensar siquiera en nadar, ni siquiera tener la sensación de que nadáis; la mente no debe existir para nada. 
¿Habéis observado que un hombre vivo se puede ahogar en un río mientras que un muerto flota sobre la superficie? ¿Os habéis preguntado alguna vez en qué consiste esto? El hombre vivo se ahoga, pero el muerto no se hunda nunca. Sube a  la superficie inmediatamente. ¿Cuál es la diferencia? El muerto llega a un estado de no-esfuezo. El cuerpo muerto no hace nada; no podría hacerlo aunque quisiera. El cuerpo sube a la superficie y flota. El hombre vivo se puede ahogar porque el hombre vivo hace un esfuerzo por mantenerse vivo. Al intentarlo, se cansa, y cuando se cansa se ahoga. Es su lucha lo que lo ahoga, y no el río. El río no puede ahogar al hombre muerto porque éste no lucha. Como no lucha, es imposible que se quede sin fuerzas. El río no puede hacerle daño. Por eso flota en el río. 
La meditación de la que os hablo es semejante a flotar; no se  semejante a nadar. Tenéis que flotar, simplemente. Cuando os digo que relajéis el cuerpo, quiero decir que tenéis que dejar que el cuerpo flote. Entonces no manteéis ninguna sujeción sobre el cuerpo; por consiguiente, no os atáis a la orilla del cuerpo: lo soltáis, flotáis. Cuando os digo que soltéis también la respiración, no os aferréis a la orilla de la respiraci´pon. Dejadla también, flotar con ella también. Por lo tanto, ¿dónde iremos? Si soltáis el cuerpo, pasaréis dentro; si os aferráis al cuerpo. saldréis. 
¿Cómo puede uno entrar en el río si se aferra a la orilla?Sólo podrá volver a la orilla. Si uno deja la orilla, entrará directamente en el río. Así pues, dentro de nosotros fluye una corriente de conciencia divina, pero nos estamos aferrando a la orilla, a la orilla del cuerpo. 
Soltadla. Soltad también la respiración. Soltad también los pensamientos. Así dejaréis atrás todas las orillas. ¿Dónde iréis? Empeñaréis a flotar en la corriente que fluye dentro. El que se deja flotar en esa corriente llega al mar. 
La corriente interior es como un río, y el que se deja flotar en ella llega al mar. La meditación es como flotar. El que aprende a flotar alcanza lo divino. No nadéis: el que nada se perderá. El que nada conseguirá, como máximo, dejar esta orilla y llegar a la otra. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Qué más puede conseguir un nadador? Irá de una orilla a la otra. Una persona pobre, después de mucho nadar, puede llegar a hacerse rica, como mucho, y nada más. Después de nadar mucho, un hombre que se sienta en una silla pequeña puede llegar a sentarse en un sillón de Delhi, ¿acaso puede conseguir algo más?
Esta orilla del río os permite salir del río, igual que la otra. La orilla de Dwarka está tan apartada del río como la de Delhi: no hay ninguna diferencia. El nadador sólo puede alcanzar la orilla. Pero, ¿Y el que flota? Ninguna orilla puede detener al que flota, porque se ha dejado llevar por la corriente. La corriente lo llevará. Lo llevará y lo hará llegar al mar, con toda seguridad. 
La meta misma es llegar al mar: el río se convierte en el mar y la conciencia individual se convierte en lo divino. Cuando se pierde una gota en ancho mar, se alcanza el significado absoluto de la vida, la felicidad suprema de la vida, la belleza máxima de la vida. 
Lo definitivo es esto: el arte de morir es como el arte de flotar. El que está preparado para morir no nada nunca. Dicen: "Llévame donde quieres. ¿Estoy preparado!".
Todo aquello de lo que he hablado en estos cuatro días ha estado relacionado con esto. Pero algunos amigos han creído que yo me limitaba a responder a preguntas. Me han escrito una y otra vez: "Te rogamos que digas algo por ti mismo. No te limites a responder a preguntas".  ¡Cómo si fuera otro el que daba las respuestas!
El problema es que se vuelven más importantes las perchas que las ropas que cuelgan de ellas. Lo que dicen es: "Muéstranos las ropas. ¿Por qué te molestas e colgarlas de perchas?" Pero, en todo caso, ¿qué es o que estoy colgando de las perchas? Lo qeu yo tenga que decir lo colgaré de las perchas de vuestras preguntas. Pero así son nuestras mentes.

He oído contar lo siguiente: 
Había un circo cuyo propietario solía dar a los monos cuatro plátanos por la mañana y tres por la tarde. Una mañana sucedió que no había bastantes plátanos en el mercado de modo que les dio tres plátanos. Los monos se declararon en huelga. Dijeron:
–¡Esto no puede ser! Queremos cuatro plátanos por la mañana.
–Os daré cuatro por la tarde –dijo el propietario–; tomad tres ahora.
Los monos insistieron:
–Esto no había sucedido nunca. Siempre habíamos recibido cuatro plátanos por la mañana. ¡Queremos cuatro plátanos ahora mismo!
–¿Os habéis vuelto locos? –dijo el propietario–, De todas maneras, recibiréis siete plátanos en total.
–No nos interesan tus cuentas – insistieron los monos–. Lo único que nos importa es que hemos recibido cuatro plátanos todas las mañanas. ¡Queremos cuatro plátanos ahora mismo!

Los amigos me escriben constantemente: "Te rogamos que digas algo por ti mismo. No te limites a responder a las preguntas". Y hablaré, pero la cuestión es ¿de qué hablaré? Las preguntas me sirven únicamente de perchas; cuelgo de ellas lo que tengo que decir. Puedo hablar o puedo responder a las preguntas: ¿Qué diferencia hay? ¿Quién hablará? Pero a ellos les parece que debo decir mis propias cosas, porque siempre han recibido cuatro plátanos por la mañana.
En cada retiro de meditación solía haber cuatro discursos y cuatro sesiones de preguntas y respuestas. Esta vez ha sucedido que vosotros habéis convertido todas las reuniones en sesiones de preguntas y respuestas. Pero esto no cambia nada. Tened presente la cuente de los siete plátanos. Sumadlos. No hace falta contar uno a uno, que haya cuarto por la mañana y tres por la noche o al contrario. Yo os he dado lo siete plátanos. Si os hacéis un lío con la cuenta, podéis pasar por alto lo importante. Por eso he dicho que al final hay siete plátanos. he dicho todo lo que tenía que decir. 

Osho

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