viernes, 24 de diciembre de 2010

¡Felices Fiestas!

Creada originalmente por Haideé Iglesias

¡Qué el amor y la paz iluminen nuestro entendimiento y abran nuestro corazón!

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El zorro mutilado

(Imagen de autor desconocido para mi)

Fábula del místico árabe Sa'di:


Un hombre que paseaba por el bosque vio un

zorro que había perdido sus patas, por 

lo que el hombre se preguntaba cómo podría

sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre

que llevaba una presa en su boca. El tigre

ya se había hartado y dejó el resto 

de la carne para el zorro.


Al día siguiente Dios volvió a alimentar

al zorro por medio del mismo tigre. El

comenzó a maravillarse de la inmensa 

bondad de Dios y se dijo a si mismo:

"Voy también yo a quedarme en un rincón,

confiando plenamente en el Señor, y éste

me dará cuanto necesito".


Así lo hico durante muchos días; pero no

sucedía nada y el pobre hombre estaba casi

a las puertas de la muerte cuando oyó una 

Voz que le decía: "¡Oh tú, que te hallas

en la senda del error, abre tus ojos a la

Verdad!. Sigue el ejemplo del tigre y deja 

ya de imitar al pobre zorro mutilado".



Por la calle ví a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: "¿Por qué permites estas cosas?. ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?".


Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: "Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti". 



Anthony de Mello

lunes, 20 de diciembre de 2010

Agua de azul energía

Creada originalmente por Haideé Iglesias

Agua que alientas y mantienes mi vida
escucha los silencios que bullen en mi alma
aporta flujo a mi vida y 
retorna en cualquier forma que te transforme...
Agua, de ti me alimento, 
en ti me integro con total entrega y desprendimiento.

Azul belleza, azul energía en movimiento.
Los verdes tallos te encuentran y te embellecen sin saberlo...
Verde y azul, encuentro de vida y entendimiento en tu acogedor seno.
Agua, energía bullendo.

viernes, 17 de diciembre de 2010

El estado natural

Creada originalmente por Haideé Iglesias

Para alcanzar la vacuidad de todas las cosas debes comenzar purificando tu propia mente. Sólo cuando tu mente se torne limpia y transparente se disipará la confusión. 
Entonces descubrirás le esencia y la función naturales de la mente. La "Esencia" de la mente es el origen claro, puro y limpio de tu propia mente. Su "función" es la extraordinaria capacidad de cambio y adaptación que le permite adentrarse en la pureza y en la corrupción sin sentirse afectada ni identificada con la pureza ni con la corrupción. 

Maestro Dahui

jueves, 16 de diciembre de 2010

Espectro de amor (VI) y último


Exactamente lo mismo sucede con las personas que no se tienen confianza para dormir. Toman toda clase de píldoras. Y lo mismo ocurre con las que no se sienten capaces de amar, viéndose obligadas a todo tipo de recursos artificiales y quirúrgicos para producir el efecto exterior del amor. Progresivamente, llegan a la incapacidad total de amar, y crean el caos, la tensión y el malestar en sí mismos, en los otros y en la sociedad.

En otras palabras, para vivir y amar es preciso correr riesgos. Existirán desilusiones y embrollos y desastres como resultado de tales riesgos, pero a la larga la cosa funcionará.

Lo que quiero decir es que, si no asumes estos riesgos, los resultados serán mucho perores que cualquier anarquía imaginable.

Cuando amarras el amor haciéndole nudos, cuando te conviertes en un ser incapaz de amar, la energía no desaparece. Si no amas, si no dejas que el amor salga de ti, éste emerge de cualquier modo en forma de autodestrucción. En otras palabras, la única alternativa del autoamor es la autodestrucción. Si no corres el riesgo de amarte debidamente, te verás obligado a destruirte.

¿Qué prefieres, entonces? ¿Queremos una raza humana no siempre bien controlada, a veces un poco ebria, pero en general capaz de existir con cierto grado de honestidad y de orden, dentro de lo que cabe? ¿O preferimos una especie humana hecha pedazos y exterminada de la superficie del planeta, que quedaría así convertido en una bonita y estéril roca sin más rastros de la sucia enfermedad llamada vida?

La idea esencial consiste en considerar al amor como un espectro. No existe amor bueno o amor feo, amor espiritual y amor material, afecto maduro por un lado y pasión desmedida por el otro. Se trata de formas distintas de una misma energía y, allí donde la encuentres, has de cogerlas y dejarla crecer. Allí donde encuentres una sola de estas formas de amor, con sólo regarla verás que el resto también florece. Pero el prerrequisito efectivo, desde un principio, consiste en dejar que las cosas sigan su camino. 

(Idem y último

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Espectro de amor (V)


Una de las más interesantes consiste en ser "directa y honradamente egoísta". Dejas de engañar a la gente. En las relaciones humanas cotidianas, se hace mucho daño afirmando que se ama a la gente, cuando lo que se quiere decir es que uno debería hacerlo pero no lo logra. Creas la impresión de que vas a dar cosas, y la gente comienza a esperarlas de ´ti, pero nunca las recibe.

Seguramente, conocerás personas que merecen este tipo de juicios: "me gusta fulano. o fulana, porque con él, o con ella, siempre sabes a qué atenerte". Es imposible imponerse a personas de ese estilo. Por otra parte, si tú preguntas: "¿Puedo pasar la noche contigo?" y ellos no quieren, te responderán que lo sienten, que están fatigados, que  mejor no te quedes. O bien te dirán: "Otra vez será." Esto es muy refrescante. Cuando acepto la hospitalidad de una persona sin sentir que ha sido del todo sincera, estoy todo el rato preguntándome si en realidad no preferiría que yo no estuviera allí. Pero uno no siempre escucha a su propia voz interior: con frecuencia hacemos como si no existiera. Es una lástima, porque cuando no escuchas tu voz interior no prestas atención a tu propia sabiduría y a tu propio amor. Te tornas insensible a ello, así como tus anfitriones procuran suprimir el hecho de que, por el momento, no desean tu presencia. Supongamos que están casado y tienes un bebé que no has deseado. Para cualquier criatura, el amor ficticio es profundamente perturbador. En principio, la leche tiene mal sabor y huele mal. Los ademanes exteriores dicen:"querido, te adoro", pero, el olor proclama "eres un pequeño bastardo y una lata". 

Muy pocos somos capaces de aceptar la idea de que no amamos a nuestros hijos, porque nos parece antinatural. Aseguramos que el amor maternal es la cosa más hermosa del mundo, pero no lo es. En verdad, resulta relativamente raro, y cuando no amas a tu hijo lo confundes. La criatura te respetaría mucho más si dijeras: "querido, eres una horrible lata pero cuidará de ti porque es mi obligación". 

En este tipo de relaciones personales, he descubierto una maravillosa norma: jamás muestres falsas emociones. No es preciso que digas a la gente lo que piensas con "términos inequívocos", como suele decirse, pero fingir emociones resulta destructivo, especialmente en el ámbito familiar, entre marido y mujer o entre amantes. Estas cosas siempre acaban mal. Por ello, cuando realizo ceremonias matrimoniales para amigos personales, en lugar de recitar aquello de "os requiero y exijo que respondáis en el día del juicio, etc.",, digo: "Os requiero y exijo que jamás simuléis amaros contra vuestros propios sentimientos". Es una apuesta. Pero también lo es el confiar en que el amor existirá siempre.

Es verdad, no hay alternativa.

Cuando uno considera que será capaz de amar –en otras palabras, de funcionar en una forma sociable y creativa– asume ciertos riesgos, formula una apuesta. Es posible que no lo consiga. Del mismo modo, cuando te enamoras de alguien, cuando estableces una asociación puede no satisfacer tus expectativas, pero es preciso corres el riesgo. La alternativa de correr el riesgo es mucho peor que la desilusión.

Si dices que no confiarás en los demás, que no confiarás ni siquiera en ti mismo, ¿qué alternativa te queda? Debes recurrir a la fuerza. Debes emplear cuadrillas policiales para protegerte, y llevar contigo una estaca diciendo: "no, no, mi naturaleza es retrógrada, animal perversa, pecaminosa". ¿Y qué ocurre entonces? Cuando te niegas a correr el riesgo de creer en ti mismo, cuando te niegas a creerte capaz de amar, te ocurre algo que intentaré representar con una analogía extremadamente gráfica pero bastante clara. Me refiero a las personas que no se tienen confianza para evacuar oportunamente sus intestinos. Muchos niños aprenden esto de sus padres, que no confían en ellos y que les enseñan a evacuar sus intestinos al compás del reloj, un ritmo que no corresponde al organismo. Las personas que carecen de la autoconfianza necesaria para realizar siquiera estos simples actos se atiborran de laxantes, estropeando un sistema digestivo.

(Idem)

lunes, 13 de diciembre de 2010

Espectro de amor (IV)


Pero el amor no es un bien raro o inalcanzable: todo el mundo lo posee. La existencia es amor. Todo el mundo lleva la fuerza en su interior. Tal vez la forma en que descubras la fuerza del amor, tal como opera en tu seno, sea una inclinación por el vio, los helados, los coches o los  miembros atractivos del sexo opuesto, o incluso de tu propio sexo. Lo cierto es que el amor está allí. Desde luego, la gente tiende a distinguir entre distintos tipos "buenos", como la caridad divina, y otros esencialmente "malos" como la pasión animal. Pero se trata de distintas formas de una misma cosa.Están relacionadas, igual que el espectro producido por la luz que atraviesa el prisma. Podríamos decir que la banda roja del espectro de amor es la libido del Dr. Freud y que la banda violeta es el amor divino o la caridad. Entre medio, los distintos amarillos, azules y verdes son la amistad, la consideración, el calor humano.

Ahora bien, suele decirse que las personas egoístas "se aman a sí mismas". A mi juicio, esto revela un mal entendido sobre todo este concepto: "uno mismo" es, en verdad,  algo imposible de amar. Veamos una razón evidente: tu propio ser, cuando tratas de enfocarlo, amarlo o conocerlo, se te escurre entre los demos.

Quisiera ilustrar este problema. Érase una vez un pez que vivía en el gran océano, y puesto que el agua era transparente y se apartaba siempre convenientemente de su nariz cuando él se desplazaba, ignoraba el hecho de que habitaba en el océano. Bien: un día, el pez hizo una cosa muy peligrosa, a saber: comenzó a pensar. "Sin duda, soy una entidad notable, pues puedo desplazarme por el espacio vació." El pez acabó por confundirse con tanto pensar sobre el moverse y el nadar, y  de pronto cayó en un ansioso paroxismo: había olvidado el arte de nadar. En aquel momento, miró hacia abajo y contempló el abismo oceánico, reparando en la terrorífica posibilidad de precipitarse. Luego reflexiono: "Si pudiera morderme la cola, lograría mantenerme." Así fue como el pez se mordió la cola, doblando la espina dorsal. Lamentablemente, esta última no era demasiado flexible, por lo que no pudo mantenerse en posición. Mientras el pez pugnaba por cogerse la cola, el negro abismo se tornaba más y más horrible, hasta que el pobre animal cayó en una profunda crisis nerviosa.

El pez de nuestra historia estaba a punto de abandonar cuando el océano, que le había estado observando con una mezcla de piedad y diversión, le dijo: "¿Qué estás haciendo?"

–Oh –dijo el pez– tengo miedo e caer en el profundo y negro abismo y procuro morderme la cola para sostenerme.

–Bien –replicó el océano– pues ya llevas un bien rato intentándolo y sin embargo no has caído. ¿Cómo es eso?

–Oh, ¡es verdad!, todavía no he caído –repuso el pez– porque estoy nadando.

–oye –replicó el océano– yo soy el Gran Océano, donde vives y te mueves y puedes ser un pez, y he puesto todo de mi parte para que nadaras, y te sostengo mientras lo haces. Pero tú, en lugar de explorar la profundidad, la altura y las vastedades de mi seno, malgastas tu tiempo persiguiéndote la cola.

Desde entonces el pez dejó la cola en su lugar (es decir, atrás) y se dedicó a explorar el océano.

Creo que esto revela una de las razones por la que resulta difícil amarse a sí mismo: la espina dorsal no es lo bastante flexible.

Otra razón radica en que "uno mismo", en el sentido ordinario del propio ego, no existe. Parece existir en cierto modo, tal como el Ecuador existe en su plano de abstracción. El ego no es un órgano psicológico o psíquico sino una convención social, como el Ecuador, el reloj, el calendario o el billete de un dólar. Estas convenciones sociales son abstracciones que hemos acordado con el mundo externo del mismo modo que un extremo de la estaca existe en relación con el otro extremo. Ciertamente, los dos extremos son distintos, pero pertenecen a la misma estaca. 

Así mismo, hay una relación polar entre lo que llamamos tu "yo" y tu "otro". No podrías experimentar tu "yo" si no experimentaras el "otro"., y viceversa. Podríamos decir que sentimos que el "yo" y el "otro" son dos polos opuestos. Curiosamente, empleamos esta expresión: "polos opuestos", para denotar una aguda diferencia. Pero las cosas que son "polos opuestos" son, precisamente, polos de algo, como un imán o un globo terráqueo, y por lo tanto resultan inseparables. ¿Qué ocurre cuando seccionas el polo sur de un imán con una sierra? El nuevo extremo, opuesto al polo norte original, se convierte en un polo sur, y la pieza que fue separada desarrolla su propio polo norte. Los polos son inseparables y se generan mutuamente. Lo mismo ocurre con la relación entre el "yo" y lo "otro". Ahora bien: si exploras lo que quieres decir cuando dices que "te amas a ti mismo", descubrirás perplejo que todo lo que amas es algo que siempre has juzgado ajeno a ti mismo, aunque se trate de cosas muy ordinarias como el helado o el buen vino. En un sentido convencional el vino no eres tú, y tampoco las cremas heladas. Estos objetos se convierten en "ti", por así decirlo, cuando los consumes, pero entonces ya no los tienes, de modo que buscas más para volver a amarlos. Pero, mientras los amas, no forman parte de ti. Cuando amas a la gente, por egoísta que sea tu afecto (debido a las sensaciones placenteras que te brinda) estás amando a alguien que no eres tú, y si exploras estos sentimientos, obedeciendo honradamente a tu propio egoísmos, muchas transformaciones interesantes comenzarán a ocurrirte. 

(Idem)

viernes, 10 de diciembre de 2010

Espectro de amor (III)


Más de una madre ha dicho a su hijo: "Los niños buenos aman a sus mamás. Y estoy segura de que tú eres un niño bueno. Debes amar a tu madre, no porque yo, tu madre, te lo diga, sino porque tú mismo lo sientes realmente." Una de las dificultades que encierra este planteamiento radica en que ninguno de nosotros, en el fondo de su corazón, respeta el amor que no se brinda libremente. Por ejemplo, supongamos que eres un muchacho que tiene a su padre enfermo y que te consideras obligado a vivir con él como signo de gratitud por todo lo que él ha hecho por ti. Pero, de alguna manera, tu convivencia con tu padre enfermo te priva de un hogar propio, de una vida libre y, naturalmente, te resientes. Él sabe perfectamente que estás resentido, aunque pretenda ignorarlo. Por tanto, se siente culpable por haberte obligado a demostrar tu lealtad. Tú, a tú vez, no puedes admitir que le guardas rencor por haberse puesto malo, dado que todo esto no depende de su voluntad. Como resultado final, nadie disfruta de la relación. Para ambos se ha convertido en un penoso deber.
Lo mismo ocurrirá desde luego, si después de largo años de haber formulado en el altar un solemne y terrible juramento por el que amarás a tu esposa o esposo ocurriera lo que ocurriese y " hasta que la muerte os separara", descubrirás repentinamente que ya no puedes amarlo o amarla. En este caso te sentirás culpable, y consideraras que es tu deber amar a tu cónyuge o a tu familia. 
Ésta es la dificultad: no es posible de ninguna manera enseñar a una persona egoísta a ser generosa. Todo lo que haga el individuo mezquino, aunque se entregue a la hoguera o regale todas sus posesiones a los pobres lo hará con un sentimiento egoísta, con extrema astucia, engañándose a si mismo y a los otros. Pero las consecuencias del amor ficticio son casi invariablemente destructivas, porque despiertan resentimientos en la persona que finge amor y en la persona que recibe el presunto afecto. (Tal vez por esto nuestro programa de ayuda exterior haya resultado un fracaso tan estrepitoso.)
Ahora bien: desde luego, podéis decirme que soy poco práctico y preguntarme: "¿Es que entonces debemos quedarnos sentados hasta que nos convirtamos interiormente, aprendiendo a amar mediante la gracia de Dios o algún otro procedimiento mágico? ¿Entre tanto no hemos de hacer nada, hemos de conducirnos tan egoístamente como nos parezca...?"
El primer problema que aquí se nos plantea es la sinceridad. En principio dice nuestro Señor: "Amarás a Dios tu Señor con todo tu corazón, toda tu alma y con toda la fuerza de tu mente." Lo que parece un mandamiento es en realidad un desafío, o lo que el budismo Zen denomina Koan, un problema espiritual. Si te esfuerzas decididamente, si tratas de amar a Dios o a tu prójimo descubrirás que cada vez estás más confuso. Advertirás que la razón por la que intentas obedecer el mandamiento estriba en que deseas ser una persona correcta. 

jueves, 9 de diciembre de 2010

Espectro de amor (II)


Las personas que exudan amor son como los ríos, en todo el sentido de la palabra: fluyen. Y cuando consiguen posesiones y cosas le gustan tienden a entregarlas a otros. ("¿Has notado que cuando das cosas, siempre recibes más? ¿Has observado que, cuando crean un vacío, más sustancias fluyen para llenarlo?) 
Habida cuenta de todo esto, los codificadores del comportamiento amoroso escriben que deben efectuar generosas donaciones a las instituciones que le permitan deducir tales sumas de tus impuestos, y ser bueno con la gente; que debes actuar con tus parientes y amigos, aunque no fuera así. Para los cristianos, judíos y creyentes en Dios, existe un deber particularmente dificultoso: se trata de "amar a Dios nuestro Señor " no sólo a través de los movimientos externos de dicho amor, sino con todo tu corazón, con toda el alma y con toda la fuerza de tu mente. Desde luego, es una difícil faena.
Es como si, por ejemplo, admiráramos la música de cierto compositor y, tras estudiar su estilo, formulamos unas reglas de composición musical basadas en el comportamiento de dicho compositor. Es como si enviáramos a nuestras criaturas a las escuelas de música para aprender tales reglas, con la esperanza de que, aplicándolas, se convertirían en músicos eminentísimos, cosa que habitualmente no sucede. Es que aquello que puede denominarse la técnica de la música –como la técnica de la moral , del idioma, del lenguaje– es muy valiosa en tanto instrumento de expresión. Si no tiene nada que expresar, nada que decir, podrás escribir páginas y páginas de perfecta prosa, con el  más eximio dominio del idioma, sin decir nada que merezca la pena.
De modo que aquí está el problema y ésa es la intriga: no puedes imitar esta cosa... no hay forma de "obtenerla" y sin embargo es esencial que lo logres. Obviamente, la raza humana no vivirá armoniosamente hasta que podamos amarnos los unos a los otros. He aquí la pregunta. ¿Cómo lograrlo? ¿Es algo que sencillamente se contrae, como la viruela? ¿O, como dicen los teólogos, es el "don de la gracia divina", que de alguna manera reciben ciertas personas mientras las demás son privadas de ello? ¿Y si no hay forma alguna de obtener la gracia divina mediante algún comportamiento especial, por qué no nos quedamos tranquilos y esperamos a ver qué pasa? 
Ciertamente no podemos resignarnos a esta desesperanzada situación.  Debe haber alguna forma de obtener la "gracia" o la "divina caridad" o "el amor divino", algún procedimiento para, como si dijéramos, convertirnos en conductos adecuados de la corriente universal. 
Los predicadores más sutiles procuran "abrirnos" mediante métodos de meditación y disciplinas espirituales, con el propósito de tomar contacto con aquel poder. Los predicadores menos sutiles dicen, simplemente, que hay que tener fe, coraje y voluntad. "Si pusieras el hombro y apretares serías un santo". En realidad, podrías no ser más que un hipócrita extremadamente listo. Toda la historia de la religión es la relación del fracaso de una prédica. La predicación es violencia moral. Cuando lidias con el mundo práctico, por así llamarlo, y las personas no se comportan como tú quisieras, llamas al ejército o a la policía, o simplemente coges una estaca. Y si esto te perece demasiado crudo optas por dictar conferencias, que consisten en una solemen exhortación a "comportarse mejor la próxima vez".

viernes, 3 de diciembre de 2010

Espectro de amor (I)


Sabemos que, de vez en cuando, surgen entre los seres humanos unos individuos que parecen exhalar amor tal como el sol emite su calor. Estas personas, habitualmente, dotadas de un enorme poder creativo, son la envidia de todos nosotros y, en términos generales, las religiones constituyen unos intentos de cultivar tales poderes en la gente corriente. Desgraciadamente, suele realizarse esta tarea como si se intentara lograr que la cola moviera al perro. Recuerdo que, cuando niño, me interesaba enormemente cumplir con mis deberes escolares. Todos me decían que yo no trabajaba lo suficiente, que debería hacerlo, pero cuando yo preguntaba: "¿cómo se hace para trabajar?", todos callaban.
Me encontraba perplejo. Algunos sabían, evidentemente, cómo trabajar, y habían alcanzado considerables alturas académicas. Pensé que tal vez podría aprender el "secreto", copiando sus modismos y ademanes. Procuraba imitar su estilo caligráfico. Empleaba el mismo tipo de pluma estilográfica. Copiaba su vocabulario, imitaba sus gestos y, hasta donde me lo permitía el uniforme escolar, también sus formas de vestir. (Yo concurría a una escuela privada inglesa, y no a una escuela pública americana.)
Ninguno de esos recursos me reveló el secreto. Era como si copiara los síntomas externos sin conocer la fuente interior que les permitía trabajar. Exactamente lo mismo ocurre con las personas que aman. Cuando estudiamos el comportamiento de los individuos que llevan dentro el poder de amar, establecemos un catálogo de sus conductas en diversas situaciones, y de este catálogo extraemos ciertas formulaciones o reglas.
Una de las peculiaridades de estos individuos que poseen la asombrosa capacidad del amor universal consiste en que, por lo general, el amor sexual les tiene sin cuidado. La razón radica en que, para ellos, existe una relación erótica con el mundo exterior que opera entre dicho mundo y cada terminación nerviosa de sus organismos. La totalidad de sus cuerpos –psíquica, fisiológica y espiritual–, es una zona erógena. Su corriente de amor no está canalizada exclusivamente en el sistema genital, como en el común de los mortales. Esto resulta especialmente cierto en una cultura como la nuestra donde durante muchos siglos se ha reprimido espectacularmente esta particular expresión de amor, hasta darle la apariencia más deseable que pudiéramos imaginar. Como  resultado de dos mil años de represión tenemos el "sexo en los sesos". No siempre es un lugar adecuado.

(Texto extraído del libro "El futuro del éxtasis". Autor Alan Watts)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El maestro del silencio

(Imagen de autor desconocido para mi)

Había un monje que se llamaba a sí mismo "El Maestro del Silencio". En realidad era un fraude, su comprensión no era genuina.
Para vender su falso Zen tenía dos ayudantes, dos monjes elocuentes, para que respondieran a las preguntas por él, pero, como queriendo mostrar su inescrutable Zen silencioso, él nunca decía ni una palabra.
Un día, durante la ausencia de sus dos ayudantes, vino un peregrino y le preguntó: Maestro, ¿qué es el Buda?
Sin saber qué hacer, o qué responder, miró a todas partes con desesperación buscando a sus portavoces.
El peregrino, aparentemente contento y satisfecho, le dio las gracias al maestro y continuó su viaje.
Por el camino el peregrino se encontró con los dos monjes ayudantes que volvían a casa. Él empezó a hablarles entusiastamente de este ser iluminado, de este Maestro del Silencio.
Les dijo: Le he preguntado qué es un Buda, y él inmediatamente ha girado la cabeza al este y al oeste indicando que los seres humanos siempre están buscando  a Buda aquí y allá, pero, en realidad, a Buda no se le encuentra en ninguno de esas direcciones. ¡Oh qué maestro tan iluminado, qué profundas son sus enseñanzas!
Cuando los monjes ayudantes regresaron, el Maestro del Silencio les regañó, diciendo: ¿Dónde habéis estado todo este tiempo? Hace im rato vino un inquisitivo peregrino que me ha hecho sentir terriblemente incómodo, he estado a punto de hundirme.

¿Por qué buscar fuera lo que está dentro?
¿Por qué culpar a otros de lo que nosotros sentimos?
 
¡Cómo somos! :)

martes, 30 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (VI) y última


Aquí está la diferencia entre combatir la enfermedad y transmutar la enfermedad. La curación se produce exclusivamente desde un síntoma derrotado, ya que la curación significa que el ser humano se hace sano, más completo (con el aumentativo de completo, gramaticalmente incorrecto, se pretende indicar más próximo a la perfección; por cierto, tampoco sano admite aumentativo). Curación significa redención, aproximación a esa plenitud de la conciencia que también se llama iluminación. La curación se consigue incorporando lo que falta y, por lo tanto, no es posible sin una expansión de la conciencia. Enfermedad y curación son conceptos que pertenecen exclusivamente a la conciencia, por lo que no pueden aplicarse al cuerpo, pues un cuerpo no está enfermo ni sano. En él sólo se reflejan, en cada caso, estados de la conciencia.
Sólo en este contexto puede criticarse la medicina académica. La medicina académica habla de curación sin tomar en consideración este plano, el único en el que es posible la curación. No tenemos intención de criticar la actuación de la medicina en sí, siempre y cuando ésta no manifieste con ella la pretensión de curar. La medicina se limita a adoptar medidas puramente funcionales que, como tales, no son ni buenas ni malas sino intervenciones viables en el plano material. En este plano, la medicina puede ser, incluso, asombrosamente buena; no se pueden condenar todos sus métodos en bloque; si acaso, para uno mismo, nunca para otros. Aquí se plantea, pues, la disyuntiva de si uno va a porfiar en el intento de cambiar el mundo por medidas funcionales o si ha comprendido que ello es vano empeño y, por lo que le atañe personalmente, desiste. El que ha visto la trampa del juego no tiene por qué seguir jugando (... aunque nada se lo impedirá, desde luego), pero no tiene derecho a estropear la partida a los demás, porque, a fin de cuentas, también perseguir una ilusión nos hace avanzar. 
Por lo tanto, se trata menos de lo que se hace que de tener conocimiento de lo que se hace. El que haya seguido nuestro razonamiento, observará que nuestra crítica se dirige tanto a la medicina natural como a la académica, pues también aquélla trata de conseguir la "curación" con medidas funcionales y habla de impedir la enfermedad y de llevar vida sana. La filosofía es, pues, la misma; sólo los métodos son un poco menos tóxicos y más naturales. (No hacemos referencia a la homeopatía que no se alinea ni con la medicina académica ni con la natural). 
El camino del individuo va de lo insano a lo sano, de la enfermedad a la salud y a la salvación. La enfermedad no es un obstáculo que se cruza en el camino, sino que la enfermedad en sí es el camino, mejor podrá cumplir su cometido. Nuestro propósito no es combatir la enfermedad, sino servirnos de ella; para conseguir esto tenemos que ampliar nuestro horizonte. 

viernes, 26 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (V)


Pero la medicina es incapaz de dar este paso, y en esto radica su problema: se deja fascinar por los síntomas. Pero ello, equipararía síntomas y enfermedad, es decir, no puede separar la forma del contenido. Por ello, no se regatean recursos de la técnica para tratar órganos y partes del cuerpo, mientras se descuida al individuo que está enfermo. Se trata de impedir que aparezcan los síntomas, sin considerar la viabilidad ni la racionalidad de este propósito. Asombra ver lo poco que es realismo consigue frenar la frenética carrera en pos de este objetivo. A fin de cuentas, desde la llegada de la llamada moderna medicina científica, el número de enfermos no ha disminuido ni en una fracción del uno por ciento. Ahora hay tantos enfermos como hubo siempre –aunque los síntomas sean otros–. Esta cruda verdad es disfrazada con estadísticas que se refieren sólo a unos grupos de síntomas determinados. Por ejemplo, se pregona el triunfo sobre las enfermedades infecciosas, sin mencionar qué otros síntomas han aumentado en importancia y frecuencia el mismo período. 
El estudio no será fiable hasta que, en vez de considerar los síntomas, se considere la "enfermedad en sí", y ésta ni ha disminuido ni parece que vaya a disminuir. La enfermedad arraiga en el ser tan hondo como la muerte y no se la puede eliminar con unas cuantas manipulaciones incongruentes y funcionales. Si el hombre comprendiera la grandeza y dignidad de la enfermedad y la muerte, vería lo ridículo del empeño de combatirla con sus fuerzas. Naturalmente, de semejante desengaño puede uno protegerse por el procedimiento de reducir la enfermedad y la muerte a simples funciones y así poder seguir creyendo en la propia grandeza y poder.
En suma, la enfermedad es un estado que indica que el individuo, en su conciencia, ha dejado de estar en orden o armonía. Esta pérdida del equilibrio  interno se manifiesta en el cuerpo en forma de síntoma. El síntoma es, pues, señal y portador de información, ya que su aparición interrumpe el ritmo de nuestra vida y nos obliga a estar pendientes de él. El síntoma nos señala que nosotros, como individuo, como ser dotado de alma, estamos enfermos, es decir, que hemos perdido el equilibrio de las fuerzas del alma. El síntoma nos informa de que algo falla. Denota un defecto, una falta. La conciencia ha reparado en que para estar sanos, nos falta algo. Esta carencia se manifiesta en el cuerpo como síntoma. El síntoma es, pues, el aviso de que algo falla. 
Cuando el individuo comprende la diferencia entre enfermedad y síntoma, su actitud básica y su relación con la enfermedad se modifica rápidamente. Ya no considera el síntoma como su gran enemigo cuya destrucción debe ser su mayor objetivo sino que descubre en él a un aliado que puede ayudarle a encontrar lo que le falta y así vencer la enfermedad. Porque entonces el síntoma será como el maestro que nos ayuda a atender a nuestro desarrollo y conocimiento, un maestro severo que será duro con nosotros si nos negamos a aprender la lección más importante. La enfermedad no tiene más que un fin: ayudarnos a subsanar nuestras "faltas" y hacernos sanos.
El síntoma puede decirnos qué es lo que nos falta –pero para entenderlo tenemos que aprender su lenguaje–. Este libro tiene por objeto ayudar a reaprender el lenguaje de los síntomas. Decimos reaprender, ya que este lenguaje ha existido siempre, y por lo tanto, no se trata de inventarlo, sino sencillamente de recuperarlo. El lenguaje es psicosomático, es decir, sabe de la relación entre el cuerpo y la mente. Si conseguimos redescubrir esta ambivalencia del lenguaje, pronto podremos oír y entender lo que nos dicen los síntomas. Y nos dicen cosas más importantes que nuestros semejantes, ya que son compañeros más íntimos, nos pertenecen por entero y son los únicos que nos conocen en verdad. 
Esto, desde luego, supone una sinceridad difícil de soportar. Nuestro mejor amigo nunca se atrevería a decirnos la verdad tan crudamente como nos la dicen siempre los síntomas. No es, pues, de extrañar que nosotros hayamos optado por olvidar el lenguaje de los síntomas. Y es que resulta más cómodo vivir engañado. Pero no por cerrar los ojos ni hacer oídos sordos conseguiremos que los síntomas desaparezcan. Siempre, de un modo o de otro, tenemos que andar a vueltas con ellos. Si nos atrevemos a prestarles atención y establecer comunicación, serán guías infalibles en el camino de la verdadera curación. Al decirnos lo que en realidad nos falta, al exponernos el tema que nosotros debemos asumir conscientemente, nos permiten conseguir que, por medio de procesos de aprendizaje y asimilación conscientes, los síntomas en sí resulten superfluos. 

jueves, 25 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (IV)


Aquí trataremos de trazar un cuadro unitario de la enfermedad que, a lo sumo, sitúe la diferenciación "somático/psíquico" en el plano de la manifestación del síntoma que predomine en cada caso.
Con la diferenciación entre enfermedad (plano de la conciencia) y síntoma (plano corporal) nuestro examen de desplaza del análisis habitual de los procesos corporales hacia una contemplación hoy insólita del plano psíquico. Por tanto, actuamos como un crítico que no trata de mejorar una mala obra teatral analizando y cambiando los decorados, el atrezzo y los actores, sino que contempla la obra en sí.
Cuando en el cuerpo de una persona se manifiesta un síntoma, éste (más o menos) llama la atención interrumpiendo, con frecuencia bruscamente, la continuidad de la vida diaria. Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él.
Desde los tiempos de Hipócrates, la medicina académica ha tratado de convencer a los enfermos de que un síntoma es un hecho más o menos fortuito cuya causa debe buscarse en los procesos funcionales en los que tan afanosamente se investiga. La medicina académica evita cuidadosamente la interpretación del síntoma con lo que destierra tanto el síntoma como la enfermedad al ámbito de lo incongruente. Con ello, la señal pierde su auténtica función: los síntomas se convierten en señales incomprensibles. 
Vamos a poner un ejemplo: un automóvil lleva varios indicadores luminosos que sólo se encienden cuando existe una grave anomalía en el funcionamiento del vehículo. Si, durante un viaje , se enciende uno de los indicadores, ello nos contraría. Nos sentimos obligados por la señal a interrumpir el viaje. Por más que nos moleste parar, comprendemos que sería una estupidez enfadarse con la lucecita; al fin y al cabo, nos está avisando de una perturbación que nosotros no podríamos descubrir con tanta rapidez, ya que se encuentra en una zona que nos es "inaccesible". Por lo tanto, nosotros interpretamos el aviso de la lucecita como recomendación de que llamemos a un mecánico que arregle lo que haya que arreglar para que la lucecita se apague y nosotros podamos seguir viaje. Pero nos indignaríamos, y con razón, si, para conseguir este objetivo, el mecánico se limitara a quitar la lámpara. Desde luego, el indicador ya no estaría encendido –y eso es lo que nosotros queríamos–, pero el procedimiento utilizado para conseguirlo sería muy simplista. Lo procedente es eliminar la causa de que se encienda la señal, no quitar la bombilla. Pero para ello habrá que apartar la mirada de la señal y dirigirla a zonas más profundas, a fin de averiguar qué es lo que no funciona. La señal sólo quería avisarnos y hacer que nos preguntáramos que ocurría.
Lo que en el ejemplo era el indicador luminoso, en nuestro tema es el síntoma. Aquello que en nuestro cuerpo se manifiesta como un síntoma es la expresión visible de un proceso invisible y con su señal pretende interrumpir nuestro proceder habitual, avisarnos de una anomalía y obligarnos a hacer una indagación. También en esta caso, es una estupidez enfadarse con el síntoma y, absurdo, tratar de suprimirlo impidiendo su manifestación. Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por consiguiente si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (III)


Tanto en medicina como en el lenguaje popular se habla de las más diversas enfermedades. Esta inexactitud verbal indica claramente la universal incomprensión que sufre el concepto de enfermedad. La enfermedad es una palabra que sólo debería tener singular; decir enfermedades, en plural, es tan tonto como decir saludes. Enfermedad y salud son conceptos singulares, por cuanto que se refieren a un estado del ser humano y no a órganos o partes del cuerpo, como parece querer indicar el lenguaje habitual. El cuerpo nunca está enfermo ni sano, ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo no hace nada por si mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver. El cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a estas dos instancias inmateriales que solemos llamar conciencia (alma) y vida (espíritu). La conciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Dado que la conciencia representa una cualidad inmaterial y propia, naturalmente, no es producto del cuerpo ni depende de la existencia de éste. 
Lo que ocurre en el cuerpo de un ser viviente es expresión de una información o concreción de la imagen correspondiente (imagen en griego es eidolon y se refiere también al concepto de la "idea"). Cuando el pulso y el corazón siguen un ritmo determinado, la temperatura corporal mantiene un nivel constante, las glándulas segregan hormonas y en el organismo se forman anticuerpos. Éstas funciones no pueden explicarse por la matería en sí, sino que dependen de una información concreta, cuyo punto de partida es la conciencia. Cuando las distintas funciones corporales se conjugan de un modo determinado se produce un modelo que nos parece armonioso y por ello lo llamamos salud. Si una de las funciones se perturba, la armonía del conjunto se rompe y entonces hablamos de enfermedad. 
Enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonía o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado (después veremos que, en realidad, contemplada desde otro punto de vista, la enfermedad es la instauración de un equilibrio). Ahora bien, la pérdida de armonía se produce en la conciencia, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra. Por consiguiente, el cuerpo es vehículo de la manifestación o realización de todos los procesos y cambios que se producen en la conciencia. Así, si todo el mundo material no es sino el escenario en el que se plasma el juego de los arquetipos, con lo que se convierte en alegoría, también el cuerpo material en el escenario en el que se manifiestan las imágenes de la conciencia. Por lo tanto, ello se manifiesta en su cuerpo en forma de síntomas. Por lo tanto, es un error afirmar que el cuerpo está –enfermo sólo puede estarlo el ser humano–, por más que el estado de enfermedad se manifieste en el cuerpo como síntoma. (¡En la representación de una tragedia, lo trágico no es el escenario sino la obra!). 
Síntomas hay muchos, pero todos son expresión de un único e invariable proceso que llamamos enfermedad y que se produce siempre en la conciencia de una persona. Sin la conciencia, pues, el cuerpo no puede vivir ni puede "enfermar". Aquí conviene entender que nosotros no suscribimos la habitual división de las enfermedades en somáticas, psicosomáticas, psíquicas y espirituales. Esta clasificación sirve más para impedir la compresión de la enfermedad que para facilitarla. 
Nuestro planteamiento coincide en parte con el modelo psicosomático, aunque con la diferencia de que nosotros aplicamos esta visión a todos los síntomas sin excepción. La distinción entre "somático" y "psíquico" puede referirse, a lo sumo, al plano en el que el síntoma se manifiesta, pero no sirve para ubicar la enfermedad. El antiguo concepto de las enfermedades del espíritu es totalmente equivoco, dado que es espíritu nunca puede enfermar: se trata exclusivamente de síntomas que se manifiestan en el plano psíquico, es decir, en la conciencia del individuo. 

martes, 23 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (II)


Si prestamos atención al animado debate que se mantiene en el mundo de la medicina, observamos que, generalmente, se discute de los métodos y de su funcionamiento y que, hasta ahora, se ha hablado muy poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de ellas se expresa –deliberada o inconscientemente– la filosofía determinante. La medicina moderna no falla por falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que –a menudo implícita o irreflexivamente– base su actuación. La medicina falla por su filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia; la falta de un fondo le ha valido el calificativo de "inhumana". Si bien este inhumanidad en muchas situaciones concretas y extremas, no es un defecto  que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco esta "paciente" puede curarse a base de tratar los síntomas. Sin embargo, la mayoría de críticos de la medicina académica y propagandísticas de formas de curación alternativas asumen automáticamente el criterio de la medicina académica y concretan todas sus energía en la modificación de las formas (métodos).
En este libro, nos proponemos ocuparnos del problema de la enfermedad y la curación. Pero nosotros no nos atenemos a los valores consabidos y que todos consideran indispensables. Desde luego, ello hace nuestro propósito difícil y peligroso, ya que comporta indagar sin escrúpulos en terreno considerado vedado por la colectividad. Somos conscientes de que el paso que damos no será el que vaya a dar la medicina en su desarrollo. Nosotros, con nuestro planteamiento, nos saltamos muchos de los pasos que ahora aguardan a la medicina, cuya perfecta comprensión ha de dar la perspectiva necesaria para asumir el concepto que se presenta en este libro. Por ello, con esta exposición no pretendemos contribuir al desarrollo de la medicina en general sino que nos dirigimos a esos individuos cuya visión personas se anticipa un poco al (un tanto premioso) ritmo general. 
Los procesos funcionales nunca tiene significado en si. El significado de un hecho se nos revela por la interpretación que le atribuimos. Por ejemplo, la subida de una columna de mercurio en un tuvo de cristal carece de significado hasta que interpretamos este hecho como manifestación de un cambio de temperatura. Cuando las personas dejan de interpretar los hechos que ocurren en el mundo y el curso de su propio destino, su existencia se disipa en la incoherencia y el absurdo. Para interpretar una cosa hace falta un marco de referencia que se encuentre fuera del plano en el que se manifiesta lo que se ha de interpretar. Por lo tanto, los procesos de este mundo material de las formas no pueden ser interpretados sin recurrir a un marco de referencia metafísico. Hasta que el mundo visible de las formas "se convierte en alegoría" (Goethe) no adquiere sentido y significado para el ser humano. Del mismo modo que la letra y el número son exponentes de una idea subyacente, todo lo visible, todo lo concreto y funcional es únicamente expresión de una idea y, por tanto, intermediario hacia lo invisible. En síntesis, podemos llamar a estos dos campos forma y contenido. En la forma se manifiesta el contenido que es el que da significado a la forma. Los signos de escritura que no transmiten ideas y significado resultan tontos y vacíos. Y esto no lo cambiará el análisis de los signos, por muy minucioso que sea. Otro tanto ocurre en el arte. El valor de una pintura no reside en el calidad de la tela y los colores; los componentes materiales del cuadro son portadores y transmisores de una idea, una imagen interior del artista. El lienzo y el color permiten la visualización de lo invisible y son, por lo tanto, expresión física de un contenido metafísico.
Con estos sencillos ejemplos hemos intentado explicar el método que se sigue en este libro para la interpretación de los temas de enfermedad y curación. Nosotros abandonamos explícita y deliberadamente el terreno de la "medicina científica". Nosotros no tenemos pretensiones de "científicos", ya que nuestro punto de partida es muy distinto. La argumentación o la crítica científica no serán, pues, objeto de nuestra consideración. Nos apartamos deliberadamente del marco  científico porque éste se limita precisamente al plano funcional y, por ello, impide que se manifieste el significado. Esta exposición no se dirige a racionalistas y materialistas declarados, sino a aquellas personas que estén dispuestas a seguir los senderos tortuosos y no siempre  lógicos de la mente humana. Serán buenos compañeros para este viaje por el alma humana un pensamiento ágil, imaginación, ironía y buen oído para los trasfondos del lenguaje. Nuestro empeño exige también tolerancia a las paradojas y la ambivalencia, y excluye la pretensión de alcanzar inmediatamente la unívoca iluminación, mediante la destrucción de una de las opciones. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

La enfermedad como camino. Enfermedad y síntomas (I)


Vivimos en una época en la que la medicina continuamente ofrece al asombrado profano nuevas soluciones, fruto de unas posibilidades que rayan en lo milagroso. Pero, el mismo tiempo, se hacen más audibles las voces de desconfianza hacia esta casi omnipotente medicina moderna. Es cada día mayor el número de los que confían más en los métodos antiguos o modernos, de la medicina naturista o de la medicina homeopática, que en la archicientífica medicina académica. No faltan los motivos de crítica –enfermedad, costes exorbitantes y otros muchos– pero más interesante que los motivos de crítica es la existencia de la crítica en sí, ya que antes de concretarse racionalmente, la crítica responde a un sentimiento difuso de que algo falla y que el camino emprendido, a pesar de que la acción se desarrolla de forma consecuente, o precisamente a causa de ello, no conduce  al objetivo deseado. Esta inquietud es común a muchas personas, entre ellas no pocos médicos jóvenes. De  todos modos, la unanimidad se rompe cuando de propones alternativas se trata. Para unos la solución está en la socialización de la medicina, para otros, en la sustitución de la quimioterapia por remedios naturales y vegetales. Mientras unos ven la solución de todos los problemas en la investigación de las radiaciones telúricas, otros propugnan la homeopatía. Los acupuntores y los investigadores de los focos abogan por desplazar la atención del plano morfológico al plano energético de la fisiología. Si contemplamos en su conjunto todos los esfuerzos y métodos extracadémicos, observamos, además de una gran receptividad para toda la diversidad de métodos, el afán de considerar al ser humano en su totalidad como entre fisico-psiquico. Ya para nadie es un secreto que la medicina académica ha perdido de vista al ser humano. La superespecialización y el análisis son los conceptos fundamentales en los que se basa la investigación, pero estos métodos, al tiempo que proporcionan un conocimiento del detalle más minucioso y preciso, hacen que el todo se diluya.

(Texto extraído del libro "La enfermedad como camino" Autores Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke) 

viernes, 19 de noviembre de 2010

No es fácil imitar a la naturaleza

Creada originalmente por Haideé Iglesias

Un rey convocó en una ocasión un concurso para premiar al artísta capaz de realizar una obra que imitase a la naturaleza, de tal modo que nodie fuera capaz de distinguirla del modelo original. Se presentaron muchas esculturas mágnificas, de gran belleza y delicadeza, pero comparadas con el modelo natural, todas ellas podían ser diferenciadas por un motivo u otro. Pero un día se presentó un viejo artísta que mostró al jurado una cesta llena de hojas verdes. Durante años había estado el escultor trabajando con un jade hasta finalizar aquella pieza maestra absolutamente idéntica a unas hojas de verdad. Hasta el más mínimo detalle, hasta el más ligero matiz estaban persentes en aquella escultura excepcional. Examinadas las hojas presentadas por el viejo escultor, ninguno de los presentes fue capaz de distinguir cuál de todas ellas era la pieza artificial y cuáles eran las naturales. Lógicamente, el premio le fue concedido de inmediato. Feliz por aquel resultado, el rey mandó llamar a su sabio consejero.
–Contempla, mi buen amigo, la obra maestra que ha ganado el concurso. Seguro que nadie es capaz a simple vista de distinguirla de unas hojas verdaderas. Este irrepetible artista ha estado trabajando más de diez años en su obra, y ha demostrado que la mano del hombre es capaz de igualar en belleza a la naturaleza. Me gustaría conocer tu opinión.
–Mi opinión es que si  un árbol tardase más de diez años en hacer unas hojas, ¡apañádos estaríamos! –contestó el consejero entre risas.

Esto mismo contestaría yo a algunos ciéntificos que presumen de sus logros en el ámbito de la medicina, pero no sólo, queríendo imitar a la naturaleza en cuanto a la perfección del funcionamiento del cuerpo humano.¡Ay!

jueves, 18 de noviembre de 2010

La realización


Creada Originalmente por Haideé Iglesias

Dijo un maestro: "Quienes han alcanzado el Zen se mantienen siempre libres, independientess y sin deseos". 

Maestro Yuanwu

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Meditación y/o psicoterapia (IX)


Shambhala sun: ¿Y usted cree que Platón estaba realmente implicado en ese tipo de reconocimiento?
KW: Por supuesto que sí. Y ello resulta evidente en los maestros neoplatónicos que le sucedieron. Además, no hay que olvidar que las manzanas rara vez caen lejos del manzano. El mismo Platón afirma que una vez fuimos plenos, pero que la amnesis, un "error del recuerdo", no hizo perder esa totalidad. Y la "recomposición" sólo será posible cuando recordemos quiénes somos realmente. En este sentido, Platón es muy concreto cuando dice, por ejemplo, "No es algo que puede expresarse con palabras como otras ramas de aprendizaje; sólo después de una larga pertenencia a una comunidad [contemplativa] podrá la verdad resplandecer sobre el alma, como la chispa que hace prender la llama"... La iluminación súbita. Luego agrega (y esto es muy importante): "No es posible, ni nunca lo será, escribir un tratado a este respecto".
Shambhala sun: Porque es sencillamente inefable.
KW: Eso es lo que yo opino. Se trata de "una transmisión especial que va más allá de las escrituras, no depende en absoluto de las palabras y apunta directamente hacia la mente para ver nuestra propia naturaleza y reconocer la budeidad". Debemos ser muy cuidadosos con las comparaciones, pero creo honestamente que almas del calibre de Parménides, Platón y Plotino recordaron quiénes eran. Se trata, efectivamente, de una experiencia que se asemeja muchísimo al recuerdo, como cuando uno mira al espejo y exclama: "¡Oh!". Como Filosofía dijo a Boecio en su infortunio: "Has olvidado quién eres".
Shambhala sun: Quisiera formularle una última pregunta en torno a la relación existente entre la verdad relativa y la verdad última. Según usted, las enseñanzas del Buda son completamente adecuadas para la realización de la Verdad Última, pero sus manifestaciones relativas cambian de continuo porque "la Vacuidad asume numerosas formas". Pero eso es precisamente lo que afirman las enseñanzas budistas, eso es lo que los tantras del Ati denominan rigpa, algo idéntico a vipashyana o prajña. Está usted de acuerdo con la exigencia de esa única inteligencia? ¿Se trata de la misma inteligencia que comprende el cálculo, que descubre las leyes de la física cuántica y que utilizan los microscopios para cartografiar el mapa del genoma humano?
KW: ¿Por qué pregunta eso?
Shambhala sun: Se supone que no existe más que una sola inteligencia, pero los descubrimientos científicos y filosóficas de Occidente ilustran verdades relativas que no fueron descubiertas en Oriente que, por su parte, parece haberse especializado en el redescubrimiento de la Vacuidad. ¿Existe o no una única inteligencia?, dicho de otro modo, ¿por qué no descubrió el rigpa el cálculo, la física cuántica o el ADN humano?
KW: Porque no existe una única inteligencia; no, al menos, en ese sentido. Recuerde que el Madhayamika –que nos habla de la doctrina de las Dos Verdades– se refiere a dos modalidades de conocimiento, samvritti (que se ocupa de las verdades de la ciencia y la filosofía) y paramartha (que se centra en el reconocimiento de la Vacuidad pura). Cualquier manifestación relativa es iluminada o activada por rigpa, la única inteligencia de todo el universo. Pero dentro del espacio absoluto de la Vacuidad/rigpa, emergen todo tipo de verdades relativas, de objetos relativos y de conocimientos relativos. Rigpa no elige esto sobre aquello ni se decanta por algo en particular, porque nada se halla fuera de él.
Shambhala sun: ¿Y cómo resumiría usted todo esto?
KW: Existe una sola inteligencia que resplandece de modos muy diversos. Como dijeron los místicos cristianos, todos disponemos de un ojo de la carne, y de un ojo de la contemplación, todos los cuales dependen de rigpa, la única inteligencia, la Gran Mente. Pero cada una de esas modalidades tiene su propio ámbito de aplicación, sus propias verdades y sus propios conocimientos y, lo más importante, el hecho de dominar un ojo no necesariamente significa dominar los demás. Como ya he dicho, se trata de aspectos relativamente independientes.
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