lunes, 8 de febrero de 2010

Las cosas también tienen vida. (Introducción) II


En ocasiones, las máquinas tienen problemas de funcionamiento más significativos. Por ejemplo, en una ocasión una linea telefónica se convirtió virtualmente en un salvavidas. En 1985, Kris Tamer marcó mal un número o bien su llamada se cruzó y en vez de comunicarse con un colega suyo oyó en el otro extremo de la línea una voz jadeante. El "número equivocado" correspondía a Alex Johnson, quien en ese momento tenía graves problemas cardíacos. Era tal la gravedad que no tenía fuerzas para llamar y pedir ayuda, pero alcanzó a decir donde vivía. Esa mala conexión le salvó la vida, pues Kris supo exactamente qué hacer, ya que era directora de un centro para convalescientes de Detroit. (Cronicle (Houston), 2 de noviembre de 1985)
De vez en cuando la coincidencia conspira y hace que objetos de uso diario den al impresión de tener voluntad propia. En el verano de 1979, Robert Johansen, un joven de quince años, estuvo pescando infructuosamente en un fiordo de Oslo. Una noche sacó un bacalao de cinco kilos y con gran orgullo se lo regaló a su abuela Thelka Aanen, que vivía en Larkollen. Thelka se puso a limpiar el pescado para la cena y cuando le abrió el vientre de su interior cayó un valioso anillo de brillantes, reliquia de familia que ella misma había perdido tres años antes, un día en que nadaba en el fiordo. (Evening News (Harrisburg), 19 de julio de 1979)
Este tipo de cosas me desconcierta, pero no como hecho aislado, sino como parte de un espectro de sucesos insólitos que, tomados en conjunto, adoptan un aspecto fascinante y perturbador.
Soy biólogo de profesión y como tal me enseñaron a diferenciar un ser vivo de algo que no lo es, a reconocer los parámetros de la vida y a estudiar los sistemas orgánicos de cierta complejidad. El resto pertenecía a la geología o a la química inorgánica, materias que se enseñaban en otros edificios y que en general no eran de mi incumbencia. Sin embargo, ya no es posible limitarse de ese modo, pues al parecer no es tan fácil definir lo que es vida. Las "cosas", incluso las que son completamente inorgánicas e innegablemente inanimadas, a veces se comportan como si estuvieran vivas y, en ocasiones, como si tuvieran sentimientos.
Estos temas me inquietan desde hace mucho tiempo, inquietud que se manifiesta en esta obra. Las palabras que escribo son mías, pero fueron iluminadas pro pensamientos de otro origen: la extraordinaria mente de Ion Will, a quien conocí en un bar de Madagascar. Es una de esas raras personas capaces de mirar las cosas de siempre con ojos nuevos, sorprendentes. Pronto descubrí que salir a caminar con él era como entrar en un universo paralelo, en el cual las palabras y los objetos se contagian de vitalidad y nada de da por seguro. Ion da vida a las cosas.
Entre él y yo tramamos la forma de este libro, que puede tener sus momentos fantásticos, pero que en el fondo es una aventura filosófica, de ideas centradas en la hipótesis de que el hombre consiguió, en gran medida inconscientemente, crear una nueva forma de vida rival. Los órganos de estas nuevas criaturas son inorgánicos, pero en todos los demás aspectos parecen satisfacer las necesidades habituales de los seres vivos. Son de uso fácil y fueron creados con esa intención. El resultado es que ahora consideramos "personales" a nuestros ordenadores y les ponemos nombres como Pet (mascota) Y Appel (manzana). También los hacemos nacer en generaciones y los alimentamos con el equivalente eléctrico del oxígeno, equivalente que es "generado" en centrales hidráulicas. Y después nos asombra que esos extraños instrumentos tengan el "periodo" y tiendan a portarse mal en época de luna llena o cuando el sol está desusadamente activo.
Hasta cierto punto fomentamos esta interdependencia, sembramos la semilla de la evolución inorgánica al realizar inconscientemente ritos arcaicos que hacen posible oro tipo de percepción. El gran rabino de Israel bendice los tanques antes de enviarlos a luchar al Sinaí. El dragón de papel de Hong Kong yace inerte hasta que, en un acto simbólico de creación, llega un miembro de la familia real y le pinta los ojos. El barco que se encuentra en el astillero del río Clyde no es más que un casco de acero hasta que cobra vida en el momento en que lo bota una "comadrona" ataviada con sombrero de flores. No es casualidad que dicho bautismo se haga con vino, que simboliza la sangre o el semen.

2 comentarios:

  1. Haideé

    Leí los dos posts y me parece fantástica la teoría de que las cosas tienen vida.

    Algunos relatos parecen casi imposibles de creer, pero algunas veces la "ficción supera a la realidad."

    Un abrazo.

    Juan Antonio

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  2. ¡Hola! juan antonio: en realidad, esto también es realidad, ya que está construida por nosotros... Un libro muy recomendable, si te apetece leerlo.
    Un cariñoso abrazo :)

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