lunes, 18 de noviembre de 2013

El conocimiento de uno mismo. […] para provocar una revolución fundamental en uno mismo...


[…] 
Así pues, la transformación del mundo se produce con la transformación de uno mismo; porque el "yo" es producto y parte del proceso total de la existencia humana. Para transformarse, el conocimiento de uno mismo es esencial; porque sin conocer lo que sois no hay base para el verdadero pensar, y sin conoceros a vosotros mismo no puede haber transformación. Uno debe conocerse tal cual es, no tal como desea ser, lo cual es un mero ideal y por lo tanto ficticio, irreal; y sólo lo que es puede ser transformado, no aquello que deseas ser. El conocerse a sí mismo como uno es requiere un extraordinario estado de alerta en la mente; porque lo que es sufre constante transformación, cambio, y para seguirlo velozmente, la mente no debe estar atada a ningún dogma ni creencia en particular, a ninguna norma de acción. Si queréis segur algo, de nada sirve estar atado. Para conoceros a vosotros mismos tenéis que tener una mente perceptiva y alerta, libre de toda creencia y de toda idealización, porque las creencias o ideales no hacen más que ofreceros una apariencias pervirtiendo la verdadera percepción. Si queréis saber lo que sois, no podéis imaginar o creer en algo que no sois. Si soy codicioso, envidioso, violento, el mero hecho de tener un ideal de "no violencia", de "no codicia", es de escaso valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y comprenderlo requiere extraordinaria percepción, ¿no es así? Exige sinceridad, claridad de pensamiento, mientras que perseguir un ideal alejado de lo que es, resulta una escapatoria, os impide descubrir y obrar directamente sobre lo que sois. 
La comprensión de lo que sois: feos o hermosos, perversos o malos, o lo que sea; el comprender sin deformación lo que sois, es el comienzo de la virtud. La virtud es esencial porque brinda libertad y sólo en la virtud podéis descubrir, podéis vivir; no en el cultivo de la virtud, que sólo produce respetabilidad, no comprensión ni libertad. Hay una diferencia entre ser virtuosos y hacerse virtuoso. El ser virtuoso proviene de la comprensión de lo que es, mientras que el hacerse virtuoso es aplazamiento, encubrimiento de lo que es con lo que desearíais ser. Por lo tanto, al haceros virtuosos evitáis obrar directamente sobre lo que es. Este proceso de eludir lo que es mediante el cultivo del ideal se considera virtuosos, pero si lo observáis de cerca y directamente, veréis que no es nada de eso. Consiste simplemente en dejar para después el enfrentarse con lo que es. La virtud no es llegar a ser lo que uno no es; la virtud es la comprensión de lo que es y por lo tanto el estar libre de lo que es. Y la virtud resulta indispensable en una sociedad que se desintegra rápidamente. Para crear un mundo nuevo, una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser libre tiene que haber virtud, pues sin virtud no hay libertad. El hombre inmoral que lucha por llegar a ser virtuoso, ¿podrá conocer la virtud? El hombre que no es moral no podrá nunca ser libre, y por lo tanto no podrá nunca descubrir lo que es la realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que es; y para comprender lo que es, tiene que haber libertad, tenemos que estar libres del miedo a lo que es. 
Para comprender ese proceso es preciso que haya intención de conocer lo que es, de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo que es, es en extremo difícil porque lo que es jamás está inmóvil, estático, siempre está en movimiento. Lo que es es lo que vosotros sois, no lo que os gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es ficticio; pero es en realidad lo que vosotros hacéis, pensáis y sentís a cada momento. Lo que es es lo real; y para comprender lo real hace falta percepción, una mente alerta y veloz. Pero si empezamos por condenar lo que es, si empezamos por censurarlo o resistirle, no comprenderemos su funcionamiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo; tengo que observarlo, que examinarlo. Tengo que amar la cosa misma que observo. Si queréis comprender a un niño, debéis amarle, no condenarle. Debéis jugar con e´l, observar sus movimiento, su idiosincrasia, sus modos de comportares; pero si no hacéis más que condenarle, resistirle o censuarle, no hay comprensión del niño. De modo análogo, para comprender lo que es, hay que observar lo que uno piensa, siente y hace a cada momento. Ésa es la realidad. Cualquier otra acción, ideal o ideológica, no es la realidad; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra cosa que lo que uno es. 
Para comprender lo que es se requiere un estado de la mente en la que no haya intensificación ni condenación. lo cual significa una mente que está alerta y, sin embargo, pasiva. En este estado nos encontramos cuando deseamos realmente comprender algo; cuando hay un intenso interés se produce este estado mental. Cuando uno está interesado en comprender lo que es, no necesita forzar, disciplinar ni controlar el estado real de la mente; al contrario, entonces hay una alerta pasiva. Este estado de percepción surge cuando hay interés, intención de comprender. 
La comprensión fundamental de uno mismo no llega mediante el conocimiento o la acumulación de experiencias, lo cual es mero cultivo de la memoria. La comprensión de uno mismo ha de ser de instante en instante; y s sólo acumulamos conocimiento del "yo", ese conocimiento es lo que impide una comprensión ulterior. En efecto, el conocimiento y la experiencia acumulados llegan a ser el centro con el que el pensamiento enfoca y desarrolla su existencia. El mundo no es diferente nosotros y nuestras actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea los problemas del mundo; y la dificultad, en lo que atañe a la mayoría de nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente, buscamos un sistema, un método, un medio eficaz para resolver los múltiples problemas humanos. 
Ahora bien: ¿existe un medio, un sistema, para conocerse a sí mismo?
Cualquier persona sagaz, cualquier filósofo, puede inventar un sistema, un método; pero, a buen seguro, el seguir un sistema sólo producirá un resultado creado por este sistema, un sistema ¿no es así? Si yo sigo determinando método para conocerme a mi mismo, tendré el resultado que dicho sistema pretenda; mas ess resultado no será evidentemente la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un método, un sistema, un medio para conocerme a mí mismo, ajusto mi pensamiento, mis actividades a una norma; pero el seguir una norma no es comprensión de uno mismo. 
No hay pues, método alguno para el conocimiento de uno mismo. Buscar un método implica invariablemente el deseo de alcanzar algún resultado, y eso es lo que todo queremos. Seguimos a la autoridad– si no la de una persona, la de un sistema, o la de una ideología– porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé seguridad. En realidad no queremos comprendernos a nosotros mismos, ni a nuestros impulsos y reacciones, no a todo el proceso de nuestro pensar, tanto consciente como inconsciente; más bien quisiéramos seguir un sistema que nos asegure un resultado. Mas el seguir un sistema es invariablemente el resultado de nuestro deseo de seguridad, de certeza y es evidente que el resultado no es la comprensión de uno mismo. Cuando seguimos un método debemos tener autoridades –el instructor. el gurú, el salvador, el maestro– que nos garanticen lo que deseamos; y verdaderamente ése no es el camino hacia el conocimiento de uno mismo.
La autoridad impide el conocimiento de uno mismo, ¿no es así? Bajo el amparo de una autoridad, de un guía, podréis tener temporalmente una sensación de seguridad, de bienestar; pero ésa no es la comprensión del proceso total de uno mismo. Por su propia naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de uno mismo, y por lo tanto destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad cabe la creatividad. La creatividad sólo puede existir cuando hay conocimiento de uno mismo. La mayoría de nosotros no somos creativos; somos máquinas de repetición, simples discos de fonógrafo que reproducen una y otra vez ciertas canciones de la experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios y ajenos. Semejante repetición no es existencia creativa, pero es lo que queremos. Como queremos estar seguros internamente, buscamos sin descanso métodos y medios para esa seguridad, con lo que cual creamos autoridad, el culto a otro ser, lo que a su vez destruye la comprensión, esa espontánea serenidad de la mente en la cual tan sólo puede existir un estado de creatividad. 
Nuestra dificultad, ciertamente, estriba en que la mayoría de nosotros hemos perdido este sentido de creatividad. Ser creativos nos significa que hayamos de pintar cuadros o escribir poemas y hacernos famosos. Esto no es creatividad; es simplemente capacidad para expresar una idea que el público aplaude o desdeña. No debe confundirse la capacidad con la creatividad. La capacidad no es la creatividad, es un estado del ser enteramente diferente. Es un estado en el que el "yo" está ausente, en el que la mente ya no es le foco de nuestras experiencias, ambiciones, búsquedas y deseos. La creatividad no es un estado continuo; es nuevo de instante en instante; es un movimiento en el que no existe el "yo" y lo "mío", en el que el pensamiento no está enfocado sobre cualquier experiencias, ambición, realización, propósito o móvil determinados. Sólo cuando no hay "yo" puede haber creatividad, ese estado del ser que es el único en que puede manifestarse la realidad, el creador de todas las cosas. Mas este estado no puede ser concebido ni imaginado, no puede ser formulado ni copiado, no pude alcanzarse por ningún sistema, por ningún método, por ninguna filosofía, por ninguna disciplina; al contrario, surge tan sólo por la comprensión del proceso total de uno mismo.
La comprensión de uno mismo no es un resultado, una culminación; consiste en verse de instante en instante en el espejo de la convivencia, en ver nuestra relación con los bines, las cosas, las personas y las ideas. Pero encontramos difícil estar alerta, ser sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método, aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y de este modo nuestra mente se hastía, se agota y se insensibiliza. Una mente así no puede encontrase en estado de creatividad. Ese estado de creatividad adviene tan sólo cuando el "yo" –que es el proceso de reconocimiento y acumulación– deja de ser; porque, después de todo, la conciencia como "yo" es el centro de reconocimiento, y el reconocimiento es simplemente el proceso de acumulación de experiencias. Pero a todos nos asusta no ser nada, porque todos queremos ser algo. El hombre pequeño quiere ser hombre grande, el hombre sin virtud quieres ser virtuosos, el débil y oscuro ansía poder, posición y autoridad. Ésa es la incesante actividad de la mente. Una mente así no puede estar serena, y por ello jamás podrá comprender el estado de creatividad. 
Para transformar el mundo que nos rodea, con su sufrimiento, guerras, desempleo, hambre, divisiones de clase y confusión total, tiene que haber una transformación en nosotros mismos. La revolución debe empezar dentro de uno mismo, pero no según cualquier creencia o ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la adaptación de un modelo determinado, no es verdaderamente una revolución en absoluto. Para  provocar una revolución fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del propio pensar y sentir en la vida de relación. Ésa es la única solución de todos nuestros problemas, no el tener más disciplinas, más crecías, más ideologías y más instrucciones. Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin el proceso de la acumulación, veremos cómo sobreviene una tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no es imaginada ni cultivada; y solo en ese estado de serenidad puede haber creatividad. 

Krishnamurti

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