jueves, 14 de noviembre de 2013

La historia del espejo

haideé iglesias

No hay nada desechable si uno aprende a no poner limitaciones ante la mayoría de las oportunidades u opciones que la vida nos va presentando. La infelicidad nos la estamos creando nosotros mismos con unas determinadas ideas. Ideas que no se sustentan más que en interpretaciones subjetivas. ¿Por qué nos quejamos? Digo, de que todo es un problema. ¿No será que somos nosotros el problema, y que por estar tan cerca no nos damos cuenta de que el problema existe porque nosotros hacemos que exista? Unas personas que paseaban a la misma altura que yo, así se expresaban, envueltas en dificultades que sólo estaban en su cabeza (digo cabeza porque ahí es que aparecen los pensamientos). O eso nos dicen :) Describían muchos obstáculos para comprar un determinado objeto. Aquí no, por esto. En esto otro lugar tampoco, por esto otro. No fueron sólo dos los lugares mencionados, no, hubo suficientes como para quedar sin opción al respecto. No sé como estaría su economía, pero según aprecié en ese corto intervalo del paseo próximos, no muy bien, ya que la pocas posibilidades que quedaban eran para una economía de abundancia, una abundancia que quedaba corta por las pocas opciones a elegir. Así pues, ¿hay crisis? ¿Qué es eso que algunas personas están llamando crisis? Si nos paramos a sopesar la palabra, veremos que todo es una cuestión de interpretación. Pero ¿cuál es la acertada? Y, si para cada uno tiene un significado, ¿por qué se usa de modo tan generalizado esa palabra sin ponerla jamás en cuestión? 

Esta paloma –ellas, mis pequeñas maestras– me hace comprender lo importante que es no estar mediatizado del quejarse por el quejarse, y si, el vivir con sentido, vivir, en definitiva. 

Voy a compartir una historia que he leído hoy. Y esta no es la primera vez.  Cuán importante es la humildad y saber, y querer, escuchar. 

"Tras su estancia en el bosque de Bambú, Arundathi fue enviada por el maestro a encontrarse con Sabhatta, el narrador. Sabhatta era ya viejo cuando, unos años atrás, el maestro le había llevado al discernimiento final. Durante mucho tiempo su oficio había sido recorrer las aldeas contando cuentos y leyendas populares, pero tras su transformación espiritual comenzó a emplear su habilidad como narrados de otro modo. A cada persona le contaba una fábula persona y privada que le ayudase espiritualmente en su momento particular. Ésa era su manera de enseñar y de guiar a los adeptos por la senda de la verdad. 
Arundathi se presentó ante él con su natural humildad y fervor. Tras hacerle las ofrendas oportunas, se postró en el suelo con la mirada baja y esperó. Al anochecer, cuando tan sólo un hilo de luz anaranjada dibujaba la silueta de las colinas lejanas, el anciano narrador Sabhatta comenzó una historia:
"En el reino de los 33 dioses, vivía un joven dios. Los placeres en que vivía le protegían de todo dolor pero eso no le ayudaba a desarrollar sus cualidades y sabiduría. Observando a los hombres había visto que cambiaban, se transformaban e, incluso, en algunos casos alcanzaban el despertar espiritual. La vida humana le fascinaba, los hombres padecían más que los diosos pero tenían muchas más posibilidades de conciencia. 
"Apasionado por la vida y las costumbres de los hombres, el joven dios decidió bajar al mundo para conocerles mejor. Las había observado mucho y había descubierto la fascinación que sentían hacia los espejos, y la libertad con que se miraban cuando estaban solos. Así que decidió aparecer en el mundo de los hombres como hermoso espejo.
"No había ese tipo de espejos en aquellos tiempos, de modo que era una pieza única. Un mercader, consciente de su valor, lo compró a un muchacho que lo había encontrado en el fondo de una cueva, junto a su aldea. 
"el joven dios observaba cómo el mercader se sentía orgulloso y fascinado ante su nueva adquisición. Era un enorme espejo, limpio, nítido y cristalino. Su calidad digna de un emperador. Lo puso en la puerta de su tienda y todo el mundo iba a admirarlo. La gente empezó a venir desde lejanos lugares a ver aquella pieza única, y a mirarse en ella. El dios aprendía de todos ellos. 
"Pero, con el tiempo, el mercader empezó a sentirse incómodo y molesto. Ya no le gustaba tanto que la gente deforme y sucia se mirara en su espejo. Se sentía contento cuando venían una bella joven o un noble apuesto, pero no tanto con los demás. Creía que le estropearían el espejo y empezó a ser selectivo y arbitrario.
"Mientras, el joven dios disfrutaba de su cercanía de los hombres y aprendía de todos, de los buenos y de los malos, de loa agraciados y de los grotescos. 
"Un día llegó a los oídos de una hermosa princesa la existencia del espejo y fue a verlo una mañana. El mercader se sintió más importante que nunca y su egotismo aumentó. Su vanidad creció, pero su miedo también. Y ahora, sólo deseaba el regreso de la princesa y empezó a expulsar con más ahínco de su tienda a los desgraciados y malformados, a los sucios y los pobres. 
"El joven dios veía cómo el mercader ya no podía dormir. Sólo esperaba el día en que vendría la princesa a ver su preciado espejo. Empezó a volverse más arisco y temeroso, perdió el contacto con la gente y olvidó la alegría. No permitía que nadie viera el espejo y la princesa no regresó; se volvió triste y desconsolado. Con el tiempo se fue haciendo oscuro y obsesivo y, paulatinamente, envuelto en sí mismo, perdió la cabeza. 
"El espejo desapareció un día de la tienda, y el joven dios, lleno de sabiduría que le ayudaría en su progreso espiritual, regresó a su reino, el de los 33 dioses."
El anciano narrador de historias Sabhatta callo mientras miraba a Arundathi con la ternura de quienes conocen verdades profundas. Ella había quedado impresionada, nunca una historia la había removida tanto por dentro. No sabía muy bien por qué ni entendía qué debía aprender, pero se sentía alentada y plena, después de todo, era su fábula privada, un cuento hecho para ella.
El anciano Sabhatta la invitó a que hablara con su mirada y Arundathi se expresó con inocencia:
–Me ha llamado la atención ese espejo. ¿cómo será mirarse en un espejo así? ¿Me vería igual que me veo ahora, o sería distinta? 
–Piensa más bien en que tú eres el espejo …dijo el venerable Sabhatta–. Revive esta historia imaginándote ser el espejo. Arundathi lo hizo y se dio cuenta de algo que no podría expresar en palabras. Era como saber más claramente quién era ella.
–Todos los elementos de tu historia han aparecido para enseñarte algo -dijo el anciano-. El espejo representa tu conciencia más genuina y debes hacer todo lo posible para mirarte en ella, porque así verás tu verdadero ser. El joven dios es tu potencial para la perfecta atención consciente. Las personas que iban a mirarse al espejo son tus experiencias y sucesos cotidianos. Tú crees ser Arundathi y crees que eres la dueña de todos los reflejos de tu conciencia; el mercader de la historia representa esta parte de tí. Medita en esto sin descanso hasta que consigas respetar las cualidades y la pureza de tu conciencia. No la quieras poseer. Entonces serás libre y te elevarás al reino donde la apertura mística es fácil y natural. De lo contrario, vivirás como el mercader, llena de irritación, vanidad y aflicciones, y te hundirás en la oscuridad de la inconsciencia. 
Arundathi, oyendo estas palabras, comprendió inmediatamente. Sin pensamientos ni esfuerzo supo lo que su historia le estaba mostrando y permaneció sobrecogida en silencio. 
Ya era tarde cuando se retiró y, agradecida, se despidió del anciano narrador de fábulas con la promesa de que haría su contemplación. Sumisa, partió deseándole que viviera muchos años, para que así ayudara a todos los seres de la tierra." 

La historia la compartió Juan Manzanera. 
Gracias :)

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