Mi mente y yo tenemos extrañas relaciones. Leo algo y lo entiendo. Incluso lo releo y, ¡esta bien!. Si al cabo de unas horas vuelvo, eso mismo, es todo un hervidero nuevo. Mi mente juega consigo misma, y a mi me trae de cabeza. Y le digo: deja de engañarme, y me hace caso, si, durante un ratito, para volver a las andadas en cuanto me despisto. ¡Quieta!, le digo. Nada, erre que erre, otra vez al desvarío. ¿Y que puedo hacer yo con una mente tan atrevida y desobediente?. Pues dejarla, así se cansará, pienso. Ya, ya, me cansa a mi primero. Y entonces la pongo a trabajar, así al no tener tiempo, seguro que me dejará un ratito de sosiego. Pero, ¡ah ladina!, siempre encuentra el agujero. ¿Y cómo cierro yo ese agujero?. Nada, desconsuelo. Entonces me anima y me dice, ¡que no, que yo te quiero!. ¡No traidora, ya no te creo!. Y así acabamos yo en desconsuelo y ella en desafuero. Pero no cedo, no señor, será mi servidora, ¡ya lo creo!. Por fin he descubierto el truco. Que engañada me tenia, era amiga mía. Si no la inquieto, si no la despierto, ella me susurra al oído, bajito, bajito, pero cierto, y se me ilumina el entendimiento, ¡plaf!, ahí está, ya no hay desconsuelo.
viernes, 30 de mayo de 2008
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