lunes, 23 de noviembre de 2009

Cambio de perspectiva ¿Es práctica esta actitud? (II)


Ciertamente, me pareció que valdría la pena enfocar nuestros problemas racionalmente y aprender a considerarlos. al igual que nuestros enemigos, desde perspectivas distintas, aunque me preguntaba hasta qué punto podría suponer eso una transformación fundamental de actitudes. Recordé entonces haber leído en una entrevista que una de las prácticas espirituales diarias del Dalai Lama era recitar una oración, "Ocho versículos sobre la educación de la mente", escrita en el siglo XI por el santo tibetano Langri Thangpa. He aquí un fragmento:

Cuando me acerque a alguien, en el fondo de mi corazón me consideraré el más bajo de todos y al otro el más alto...

Cuando vea a seres de naturaleza malvada, oprimidos por el pecado de la violencia y por la aflicción, los consideraré tan raror como un precioso tesoro...

Cuando otros, por envidia, me traten mal, abusen de mi, me difamen o me causen daños similares,aceptaré la derrota y a ellos ofreceré la victoria...

Aquel que tras haberle otorgado yo toda mi confianza me cause un grave daño, será mi supremo maestro...

En suma, que puedo yo dispensar beneficio y felicidad, directa o indirectamente, a todos los seres, que pueda asumir en secreto el daño y el sufrimiento de todos los seres...

Después de leer esto, le pregunté al Dalai Lama:
-Sé que ha reflexionado mucho sobre esta oración, pero ¿cree que es realmente aplicable en estos tiempos que corren? Fue escrita por un monje que vivió en un monasterio, un lugar donde lo peor que podía suceder era que alguien chimorreara o dijera mentiras sobre uno, o quizá le propinase un golpe o una bofetada. En un caso así, podría ser fácil "ofrecerles la victoria", pero en la sociedad actual el "daño" que se recibe de los demás puede ser la violación, la tortura o el asesinato. Desde este punto de vista, la actitud que muestra la oración no parece realmente adecuada.
Me sentí muy pagado de mi después de esta observación, que me pareció aguda.
El Dalai Lama guardó silencio, con el ceño fruncido, sumido en profundos pensamientos.
-Es posible que haya algo de cierto en lo que dice -admitió luego.
A continuación habló de casos en los que quizá fuera necesario modificar esa actitud, precaverse contra las agresiones.
Más tarde, esa misma noche, pensé en nuestra conversación. Dos puntos destacaron vivamente. Primero, la extraordinaria facilidad con que el Dalai Lama adoptaba una nueva perspectiva acerca de sus propias creencias y prácticas, como por ejemplo su disposición a volver a evaluar una oración que sin duda formaba parte de él después de acompañarle durante tantos años en sus prácticas espirituales. El segundo punto era ingrato. Me sentí abrumado por mi arrogancia. Le había sugerido que la oración podría no ser apropiada porque no se adaptaba a las duras realidades del mundo actual. Hasta más tarde no me di cuenta de que me había dirigido a un hombre que había perdido su país como resultado de una de las más brutales invasiones de la historia. Un hombre que había vivido en el exilio durante casi cuatro décadas, mientras toda una nación depositaba en él sus esperanzas y sueños de libertad. Un hombre dotado de un profundo sentido de la responsabilidad, que había escuchado con compasión a una continua corriente de refugiados que contaban sus experiencias sobre asesinatos, violaciones, torturas, sobre los sufrimientos del pueblo tibetano a manos de los chinos. Más de una vez había observado la expresión de infinita preocupación y tristeza en su rostro mientras escuchaba todas aquellas narraciones, contadas a menudo por gentes que habían cruzado el Himalaya a pie (en un viaje de dos años) simplemente para poder verlo.
Aquellas historias no hablaban sólo de violencia física, sino también del intento de destruir el espíritu del pueblo tibetano. En cierta ocasión un refugiado tibetano me habló de la "escuela" china a la que se le obligó a asistir como adolescente en el Tíbet. Las mañanas se dedicaban al adoctrinamiento y el estudio del Libro rojo del presidente Mao, y las tardes a informar sobre los diversos deberes que había que realizar en casa. Por lo general, los "deberes" estaban diseñados para erradicar el espíritu del budismo, profundamente enraizado en el pueblo tibetano. Por ejemplo, conocedor de la prohibición budista de matar y de la convicción de que toda criatura viva es un precioso "ser sensible", un maestro de escuela encargó a sus estudiantes la tarea de matar algo y llevarlo a la escuela al día siguiente. Para calificar a los estudiantes se asignaron puntos a los animales muertos; una mosca, por ejemplo, valía un punto, un gusano dos, un ratón cinco, un gato diez... (Recientemente, al contarle esta historia a un amigo, sacudió pesaroso la cabeza, con la expresión de asco, y musitó: "Me pregunto cuántos puntos recibiría el alumno por asesinar a su condenado maestro":)
A través de prácticas espirituales como el recitado del Ocho versículos sobre la educación de le mente, el Dalai Lama ha podido reconciliarse con esta situación y, a pesar de todo, continuar una campaña por la liberación y por los derechos humanos en el Tíbet desde hace cuarenta años. Al mismo tiempo, ha mantenido una actitud de humildad y compasión con respecto a los chinos,lo que ha inspirado a millones de personas en todo el mundo.Y allí estaba yo, diciéndole que esa oración quizá no fuera relevante para las "realidades" del mundo actual. Todavía me sonrojo cuando recuerdo aquella conversación.

2 comentarios:

  1. São bonitos os versículos, mas muito, muito difíceis de pôr em prática.Não?

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  2. ¡Hola!margaridaa: si que lo son sobre todo para la cultura occidental... pero también aquí ha habido santos que han dicho cosas parecidas... humildad... la gran desconocida para muchos de nosotros :)
    Procuremos practicarla, al menos :)
    Un cariñoso abrazo :)

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