La Montaña Fría es una casa sin vigas ni paredes. Las seis puertas a derecha e izquierda permanecen abiertas, la estancia es el cielo azul.
Han Shan
Un hogar es un lugar seguro al que ir, un asilo, en el auténtico sentido de la palabra. James Hillman ha dicho que el hogar y la familia están allí donde nos sentimos cómodos y seguros al regresar.
Pero la depresión puede hacernos sentir a la deriva, sin un hogar en este mundo. Podemos llegar a sentirlo de manera tan intensa que la única manera de soportarlo es permaneciendo dentro de la casa sin salir.
Como dice el viejo blues, nuestro hogar está en nuestra cabeza. Pero en la depresión, cuando tratamos de localizar esa sensación de centralidad y seguridad en nuestro interior, no podemos hallarla por ninguna parte. Así que nos escondemos en el interior de nuestra habitación con las cortinas echadas, y tratamos de cerrarnos a los riesgos del mundo exterior que acechaban detrás de la puerta.
Cuando no hay manera de hallar nuestro hogar, podemos buscar ayuda en aquellos que han elegido no tener uno. Desde los tiempos del Buda, los monjes han dejado sus casas, familias y posesiones par seguir y practicar el budismo ("el que se va de su hogar" es un término que designa a un monje budista). Al principio no existían grandes monasterios. Los monjes vivían en el bosque, subsistiendo gracias a lo que recibían mendigando. ¿Qué podemos aprender de ellos?
Esto: en cierto sentido todos carecemos de hogar. Lo que denominamos hogar es algo frágil y temporal. Incluso este planeta es un lugar donde permanecemos por poco tiempo.
Las personas que desean seguir los pasos del Buda toman, tradicionalmente, tres votos, que implican "tomar refugio" en el Buda (el maestro), la verdad (dharma en sánscrito), y en la comunidad budista (sangha). Mi maestro Katagiri Roshi, nos dijo que cuando tomamos esos votos nos convertimos en refugiados. No estaba tratando de ser ingenioso. Cuando nos lanzamos a la vida espiritual ("al mundo del Buda", como él dijo), lo hacemos sin garantías, sin expectativas, sin ninguna promesa de recompensa de encontrar algo duradero. Nos situamos completamente en el mundo de la impermanencia. Una vez que lo hemos hecho, resulta difícil retomar las viejas pautas de pensamiento y vida.
El budismo ha cambiado a lo largo de los siglos. Los monjes empezaron a cultivar sus propios alimentos y finalmente construyeron grandes monasterios en los que vivir. Pero la idea de convertirse en un sin hogar continúa definiendo la vida de un monje. Y sigue siendo así porque en esa enseñanza radica una valiosa lección.
La depresión nos ofrece la oportunidad de saborear y tocar con mayor claridad la sensación de partir de casa, o de carecer de hogar. Una vez que la hemos tocado, regresamos de nuevo a la cuestión de cómo vivimos.
No obstante, la meditación puede ser una especie de hogar. Es un lugar al que podemos regresar una y otra vez, donde podemos asentarnos en todos nuestros miedos, tristezas y angustias. Puede enseñarnos a vivir en la verdad de que en realidad no tenemos ningún lugar.
En la meditación damos el paso final, sentados desnudos en el mundo. En ese lugar, todo el mundo se acaba convirtiendo en nuestro hogar.
Exploración complementaria
Sentado tranquilamente, empiece a observar su respiración. Sienta el peso del cuerpo en el asiento. Sienta los confines de este cuerpo y piense: "Hogar".
Sea consciente de la habitación en la que está sentado tranquilamente, respirando. Deje que su conciencia salga fuera mientras espira, a ese espacio dentro de las paredes, el suelo y el techo que le rodea. Sienta el techo encima de su cabeza como una parte integrante del edificio que sostienen esas paredes. Al inspirar, piense:"Hogar".
Sienta el terreno que sostiene el edificio. La tierra que continúa kilómetros por debajo, que le atrae, que le sostiene al igual que al edificio. Al espirar, deje que su conciencia penetre en la tierra. Al inspirar, piense: "Hogar".
Ahora sienta el cielo abierto por encima y a su alrededor. El cielo azul en el que vuelan las aves, donde sopla al brisa, de donde proviene el aire que respira. Deje que su conciencia salga con su respiración y se extienda por el cielo azul. Al inspirar, piense: "Hogar".
Espire y sienta el espacio, vasto y abierto, que hay más allá del cielo azul, donde giran y brillan el sol y la luna. Espire, deje que su conciencia salga para ocupar esa vastedad, de estrellas, galaxias y mundo tras mundo. Al inspirar, sea consciente de que reside en una inmensidad, y piense: "Hogar".
Relájese en esa inmensidad, inspirando y espirando, dejando que su conciencia fluya y sintiéndose en casa al inspirar.
Ahora continúe dejando que la respiración fluya hacia el vasto universo, sienta que esa vastedad regresa a usted, al terreno sobre el que se sienta, al cielo azul por encima de la cabeza, al techo, al suelo, a su cojín. Inspire, sienta cómo la respiración llena su vientre y piense: "Hogar".
Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.
(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)
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