Hace un tiempo vivían en una aldea unos buenos amigos. Uno de ellos conoció a una bella joven de una ciudad lejana y se enamoraron. La joven había ido a la aldea con su acaudalado padre para hacerse cargo de una casa y sus tierras que ella había heredado de una hermana de su madre ya fallecida. Por ese motivo, la joven Jasmín y Rahib, su padre, fueron a la aldea, ya que el viejo Rahib no dejaba sola a su bella hija ni a sol ni a sombra.
No obstante durante la estancia en la aldea Rahib se relajó pensando que a su refinada hija no le gustarían los toscos jóvenes de la aldea.
Sin embargo, mientras él se dedicaba a sus negocios, Yasmín se fijó en el joven Fabián. El buen amigo de Fabían, Alí, le advirtió de las dificultades de aquella relación. Era poco menos que imposible que aquel viejo potentado admitiera como pretendiente para su hija a un hombre pobre. También cabía la posibilidad de que una joven rica y mimada se encaprichara del aldeano por simple entretenimiento.
Cada vez que Alí prevenía a su amigo del posible dolor que iba a sufrir cuando Yasmín se fuera, Fabían pensaba que su amigo parecía como si no se alegrara de que él tuviera un gran amor. Además, estaba seguro de que, en realidad, Alí se sentía celoso porque pasaba mucho más tiempo con Yasmín que con él.
Llegó el día en el que el viejo Rahib terminó sus gestiones y junto con su hijo partió a la ciudad.
Fabían sintió como su corazón se rompía de dolor porque no pudo tan siquiera despedirse de ella. El justificaba a Yasmín diciendo que seguramente su padre se la llevó sin previo aviso, pero Alí argumentaba que llevaban días preparando la marcha y Yasmín debía saberlo.
Fabían defendía a Yasmín y Alí le intentaba hacer ver que sólo había sido un capricho, un entretenimiento y que intentara olvidarla.
La discusión fue cada vez más airada, hasta que los dos buenos amigos se pelearon.
Pasaron los días sin hablarse, pero Alí veía a Fabían destrozado y le volvió a ofrecer su amistad. Fabían estaba loco de amor y lo único que quería era recuperar a Yasmín. No le importaba la posibilidad de perder a su amigo para siempre.
Alí intentó una y otra vez que Fabían entrara en razones, sin lograr que su amigo entendiera que sólo había sido una manera de pasar el tiempo para Yasmín.
Una noche Fabían fue medio enloquecido a la casa de Alí. Al abrir la puerta mantuvieron la siguente conversación:
–a no puedo más, me estoy volviendo loco. Quiero ir a la ciudad para recuperar a Yasmín. Tú dices ser mi amigo y que harías cualquier cosa por mí. Pues bien –dijo Fabían–, necesito que me dejes tu caballo. Así me demostrarás tu amistad.
Verdaderamente entristecido Alí le respondió:
–No sabes cómo lo siento, pero mi viejo caballo está enfermo y no soportaría un viaje tan largo. Además creo que es un error que vayas porque si Yasmín te quisiera, hace tiempo que hubieras tenido noticias de ella.
Visiblemente enojado, Fabían se fue sin decir nada. Su única despedida fue un portazo al salir de casa. Fabían creyó que la enfermedad del caballo era un invento de su amigo porque no quería que fuera con Yasmín. Su amigo era un ser egoísta que no quería su felicidad. Estaba decidido: iría en busca de Yasmín fuese como fuese.
Al amanecer partió a pie con unas cuantas provisiones para el camino. Atravesó el bosque y caminó desesperadamente durante diez días y diez noches. Se detenía apenas unas horas cuando caía exhausto. Luego se levantaba y seguía su camino.
Por fin llegó a la ciudad en unas condiciones penosas. Consiguió acceder al palacio en el que vivía Yasmín y cuando estuvo frente a ella la vio más hermosa que nunca. Unas jóvenes damas la rodeaban y la ayudaban a ponerse un precioso vestido que le estaban confeccionando.
Entre risas una de las damiselas dijo:
–Serás la novia más bella que ha visto esta ciudad.
Yasmín estaba radiante con su traje de bodas cuando se giró y vio a Fabían, mugriento, agotado y decepcionado. Yasmín le preguntó enfadada que quién le había permitido pasar y con una risa burlona dijo a sus damas de compañía:
–Mirad, éste es el pobre necio con el que me divertí mientras estuve con mi padre en la aldea.
Fabían salió dolido y humillado. Apenas tenía fuerza para volver a su aldea. Ahora comprendía que su gran amigo sólo quería evitarle tanto sufrimiento. Por culpa de aquella mujer se empecinó en ver segundas intenciones en su amigo que actuaba como si no quisiese que él fuera feliz. Ahora se daba cuenta de lo equivocado que había estado. Y aún iba a tener una muestra más de su error porque cuando, por fin, llegó a la aldea Alí le recibió con los brazos abiertos.
En el tiempo que transcurrió entre la ida y la vuelta de Fabían le había añorado mucho. También había muerto su viejo caballo al que quería especialmente.
Fabían se dio cuenta de que cegado por otros sentimientos no había creído en lo que su amigo le decía porque él adivinaba otras intenciones. Estuvo a punto de perder una valiosa amistad por su error de creer saber lo que el otro pensaba o cría de verdad.
La ofuscación nos obnubila el entendimiento.
Buena enseñanza la de esta historia. Pensar sobre lo que el otro piensa me trae la Teoría de la Mente y las Proyecciones que de nosotros enfocamos sobre los demás. Da mucho qué pensar.
ResponderEliminarSaludos,
¡Hola! abc: si, proyección, desconocer que lo hacemos es lo que más conflictos genera, en nosotros y con los otros.
ResponderEliminarDuele reconocer que eso que no nos gusta del otro está en nosotros mismos. En el caso de este cuento, es la ofuscación de unos sentimientos por enamoramiento, un ego herido que no puede reconocer la ilusión en la que vive, tan sólo alimentada por su memoria, la memoria tonta, como así la llamo desde hace un tiempo. Nos aferramos a ideas y se nos escapa lo que nos ofrecen tangiblemente...
Un abrazo :)