Dirigir todas las culpas hacía uno mismo
Dicho de la práctica tibetana
Cuando nuestra vida se convierte en dolorosa, o parece que no funciona, se pone en marcha de manera casi automática nuestra necesidad de buscar algo a lo que echar la culpa. Es exactamente la situación opuesta a examinar nuestra situación y permanecer abiertos y curiosos.
Esa búsqueda de algo a lo que culpar se intensifica cuando estamos asustados o sufrimos y por ello dejamos de examinar la situación, y en lugar de ello iniciamos una frenética búsqueda de algo o alguien a quien hacer responsable. Solemos empezar a buscar un origen fuera de nosotros, ya que no queremos aceptar la responsabilidad. Entonces, hacemos responsables del dolor que sentimos a nuestros cónyuges, nuestros hijos o nuestros amigos. Al cabo de poco tiempo nos sentimos amargados y enfadados con respecto a todo el mundo.
Resulta igualmente fácil echarnos la culpa a nosotros mismos, ya que uno de los síntomas más comunes de la depresión es la sensación de ser defectuosos en nuestro centro neurálgico. Podemos incluso sentirnos responsables por los problemas y sufrimientos de los demás. En su peor aspecto, la depresión puede hacernos sentir que somos responsables de todo lo que funciona mal en el mundo. De esa manera, puede parecer que nuestra depresión confirma nuestros peores temores acerca de nosotros mismos.
Sea como fuere, buscar algo a lo que culpar es el resultado de creer que si sentimos dolor es porque algo está equivocado y por ello debemos hallar un medio para evitar el dolor y la situación en la que nos hallamos.
Ambas acciones nos apartan del dolor y nos distraen de lo que realmente está sucediendo. Porque, tanto si culpamos a los demás como a nosotros mismos, la inculpación es una barrera que nos impide alcanzar la verdadera comprensión de nuestras vidas, así como sumergirnos en su intimidad.
Hay una historia zen sobre un monje joven que trabajaba en la cocina de un monasterio. Al recoger las verduras para la cena, accidentalmente cogió una serpiente, que cortó y sirvió en la cena, totalmente ignorante de su presencia. A la hora de servir resultó que el pedazo de serpiente más grande fue a parar al cuenco del maestro del templo. Enfadado al encontrar carne en su comida, el maestro rugió: "¿Qué es esto?". El monje lo miró, se lo zampó de inmediato y replicó: "Muchas gracias".
La acción del monje joven de la historia suele utilizarse para hacer referencia a "comerse la culpa". Comerse la culpa significa que debemos tomar toda la culpa de lo que ocurre dentro de –no sobre– nosotros. Esta historia nos enseña que, al igual que el monje, podemos ir más allá de la inculpación, apartar a un lado nuestro deseo de echarles la culpa a los demás o a nosotros mismos.
Cuando nos sentimos acorralados contra la pared, echar la culpa es un método que utilizamos para escapar. No obstante, aunque una de las características más comunes de la depresión es la sensación de que se está acorralado contra la pared, inculpar no nos será de gran ayuda. Buscar a ciegas algo o alguien a quien inculpar sólo nos reportará una sensación de mayor inutilidad, insatisfacción e irritabilidad.
En lugar de ello, podemos "comernos" la culpa apartándola a un lado, y observarla en lo que es, en lugar de preguntarnos por qué es. Podemos dejar de tratar de comprenderlo todo y dejar de tratar de escapar de nuestras emociones y nuestro dolor. Asimismo, podemos regresar al doloroso y desnudo acto de sólo ser con lo que nos está sucediendo. Y al hacerlo descubrir que nada sigue siendo tan horrible al aceptarlo como da la impresión de ser cuando tratamos de huir de ello.
Por lo general consideramos nuestras dificultades con vistas a tratar de comprender el porqué de las cosas, y nos imaginamos que la respuesta nos explicará todo lo que necesitamos hacer. En cambio, podemos observar la situación en profundidad y con tranquilidad, sin tratar de comprender nada. Podemos mirarla con una profunda curiosidad, sólo para ver cómo funcionan bien las cosas. Si hacemos eso podemos llegar a darnos cuenta de que no hay nada que no tenga que hacerse, y es suficiente sólo con ver las cosas tal como son. O podemos llegar a darnos cuenta de que al observar el proceso se nos presenta una respuesta.
Esta práctica resulta tan fundamental para el budismo que el primer tipo de meditación practicada por muchos budistas se llama vipassana o meditación de profunda visión. La forma vipassana es una forma de mirar en profundidad en nuestro interior en el momento presente. La comprensión que reporta esta práctica meditadora puede ayudarnos a pasar del sufrimiento a la alegría.
Eso es lo que le sucedió al Buda en la noche de su iluminación. Observó profundamente los mecanismos de su cuerpo y mente, en el interior de su propia naturaleza.
Si usted ha realizado un esfuerzo para mirar en su interior, en su depresión y en su sufrimiento, entonces habrá aprendido muchas cosas sobre sí mismo y sobre sus reacciones. Será usted capaz de investigar la situación en la que se encuentre. Podrá continuar enfrentándose sin miedo a los hechos de su depresión y sufrimiento tal como son. Tal vez sin ni siquiera darse cuenta, habrá cambiado mediante el simple acto de observación. Habrá cambiado la depresión al verla claramente.
Cuando podemos observar nuestra situación sin buscar explicaciones, podemos alcanzar una compresión más profunda, más allá de nuestra manera habitual de pensar. En el interior de dicha compresión se nos pueden revelar soluciones. Aprendiendo a ver lo que es efectivo de verdad, lo que funciona y lo que pude llegar a empeorar las cosas. Podemos empezar a pasar a la acción e iniciar (o continuar) la curación.
Exploración complementaria
Cuando algo va mal en la vida, ¿a que le echa la culpa? ¿Empieza inculpándose a usted mismo? ¿O bien primero intenta hacerlo tomando algo o alguien externo a usted mismo? Si pone su atención fuera de usted, ¿tiene gente o cosas "favoritas" a las que inculpar?
Sea consciente de su impulso de inculpación cuando éste surge. ¿Puede observarlo y separarse de la necesidad de seguirlo? ¿Cómo se siente cuando lo logra?
Permanezca con la situación y con las sensaciones desagradables que tiene. ¿Desea hallar la manera de deshacerse de esas sensaciones?
¿Puede observar la situación sin deseo de inculpar o tratar de hallar una solución?
¿Le resulta difícil? ¿Encuentra algo de alivio al no tener que señalar a alguien (o a usted mismo) como responsable?
¿Cambia la situación al esperar y simplemente observarla? ¿Ve necesario hacer algo? Si hay que hacer algo, ¿encuentra una respuesta diferente de la que normalmente tendría en situaciones en las que busca inculpar a alguien o algo?
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¿A quién echa la culpa de su depresión? ¿A usted mismo? ¿A su familia o amigos? ¿A su empleo? ¿A su vida? ¿A Dios?
¿Le alivia echar la culpa a alguien? ¿O bien es algo que evita que tome una iniciativa que pueda resultarle de ayuda? ¿Aumenta el inculpar su sensación de inutilidad en la depresión?
¿Puede aceptar no saber de dónde proviene su depresión? ¿Le hace eso sentirse incómodo? ¿O bien representa un alivio en sí mismo?
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Un verso para recordar al inculpar:
Cuando todo va mal y busco echar la culpa
me tragaré ese pedazo escurridizo
y miraré más allá de la culpa
para ver qué es en realidad.
Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.
(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)
Refflejado en http://unbosqueinterior.blogspot.com/2012/03/saco-de-arena.html
ResponderEliminarGracias gadmin. por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo :)