lunes, 22 de abril de 2013

Es peligroso aprender demasiado (I)


De todos los daños que ha causado el racismo a la gente de color, el más corrosivo es la herida interna, la interiorización del racismo que induce a algunas víctimas a suscribir los valores de sus opresores, con un coste incalculable para su propia identidad.

H. Jack Geiger, agente de la campaña pro derechos civiles.

Los estudios sobre la inteligencia y personalidad de las mujeres han seguido a grandes rasgos la misma trayectoria observada en el caso de la población negra. (…) Identificar el paralelismo entre la posición de las mujeres, y los sentimientos hacia ellas, y la población negra, nos permite poner al descubierto un puntal fundamental de nuestra cultura. 

Gunnar Myrdal

Si alguien hubiese señalado a mi generación de estudiantes universitarias que existía un paralelismo entre las consideraciones de sexo y de raza, habríamos escuchado educadamente sus palabras (en aquel tiempo escuchábamos educadamente casi todo lo que nos decían) y enseguida lo habríamos olvidado para concentrarnos en nuestra preocupación principal de encontrar a un joven simpático, con buenas perspectivas de ascenso social, dispuesto a abrirnos las puertas de la vida. Se requiere algo más que un par de datos para penetrar la coraza de la cultural aprendida.
Sin embargo, para mayor desdoro de nuestra educación, nadie nos dijo nada. Aunque An American Dilemma [Un dilema americano] de Gunnar Myrdal había quedado consagrado hacía tiempo como la obra paradigmática sobre la cuestión racial en los Estados Unidos, nadie prestó atención al paralelismo entre raza y sexo que allí establecía. Como tampoco se citaban en mis libros de texto las obras  de autoras – y autores– feministas, blancas y negras, desde Elizabeth Cady Stanton hasta Frederíck Douglass, que en su momento expusieron documentada y valerosamente este paralelismo raza-sexo en el seno de los movimientos sufragista y abolicionista. Sólo me enseñaron que a las mujeres se les había "concedido" el derecho a voto, expresión que por si sola bastaba para distorsionar todo un siglo de luchas y que en nada contribuyó a modificar mi convicción de que el poder residía en algún lugar ajeno a mi. Con excepción de alguna que otra mártir o revolucionaria, las mujeres blancas no merecían ser tomadas en serio y las mujeres de color debían honrar el sufrimiento de los hombres de su raza por encima del suyo propio. Si la conciencia de la injusticia constituye un paso importante para avanzar hacía la justicia y la autoestima, nuestra educación sin duda mermó nuestras posibilidades de acceder a ambas. 
A ello cabe añadir, en mi opinión, otros dos factores que nos impidieron comprender cuán apurada era nuestra situación entonces y aún contribuyen a inculcar en las mujeres la falsa convicción de que no tienen ningún problema. El primero son las buenas calificaciones que obtenemos, a menudo superiores a las de nuestros compañeros. Las notas, como medida del historial académico, oscurecen el tema más amplio de los contenidos que aprendemos: el hecho de que una alumna puede estar obteniendo un sobresaliente en autodenigración. En segundo  lugar, muchos de los rasgos caracterológicos que nos impiden avanzar se consideran inherentes a la mujer. Si la abnegación, la anulación de los deseos personales, la realización a través de los demás, el temor al conflicto y la necesidad de aprobación se consideran parte de la personalidad "natural" de la mujer, para qué buscar explicaciones alternativas. 
Por suerte, las investigaciones feministas y la cada vez más rápida difusión de la información en el mundo han permitido demostrar la presencia de mujeres seguras y capaces en nuestra propia historia y en otras culturas. Con la progresiva introducción de cursos de estudios de la mujer, estudios afroamericanos, estudios asioamericanos, e incluso el ocasional reconocimiento de que muchas de nuestras figuras heroicas del pasado fueron homosexuales o lesbianas y que la influencia de la cultura gay se sitúa en la avanzadilla de la historia –en otras palabras, todos los cursos que tal vez convendría designar como "estudios reparadores"–, se ha iniciado una cierta diversificación del canon académico. Aunque su dotación presupuestaria todavía suele ser escasa y raras veces forman parte troncal del programa académico, estos cursos permiten vislumbrar la magnitud de lo que se nos ha escamoteado a todas y todos. Las americanas y americanos de origen europeo podemos preguntarnos ahora por qué nuestros libros de texto no nos explicaron la contribución de Europa al subdesarrollo de África (por ejemplo, hace 2.000 años ya se producía acero no refinado en Tanzania por un método que no llegaría a igualarse en Europa hasta mediados del siglo XIX), y los hombres pueden preguntarse por qué es muchos más probable que hayan oído hablar de Sócrates que de Aspasia, la gran pensadora llamada primero por el primero –en la desigualitaria sociedad de la antigua Grecia– "mi maestra". Los ejemplos de carencias educativas de este orden serían incontables.
Actualmente, también se han empezado a investigar las razones de la tendencia que parece observarse –en mayor o menor grado– en las mujeres de todas las razas y grupos a la anómala coexistencia de una baja autoestima con brillantes resultados académicos. Aunque el problema se agrava en los niveles superiores de enseñanza, la mayoría de estudios sobre el tema  siguen concentrándose en la enseñanza elemental. Por ejemplo, en un estudio sobre los libros de lectura publicados por catorce editoriales de Estados Unidos se comprobó que, durante el aprendizaje de la lectura, se ofrecen a las niñas muchos más relatos protagonizados por niños que por niñas, con un total de cinco de cada siete, cuentos populares y fantásticos con un número cuatro veces superior de personajes masculinos y seis biografías de hombres por cada una de una mujer. Hasta en los  protagonizados por animales es dos veces más probable que se los presente como de sexo masculino. Según los resultados e un estudio transcultural sobre la interacción en las aulas realizado en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, el profesorado suele considerar a los niños como alumnos modelo y a elogiarlos con una frecuencia dos veces superior que a las niñas, les presta atención con una frecuencia cinco veces superior que a sus compañeros y los niños tienden a tomar la palabra en clase con una frecuencia entre ocho y doce veces superior que las niñas.
incluso en los libros de texto revisados y las nuevas bibliografías desarrolladas para ayudar al profesorado a incluir a la población asiática, esquimal y otros grupos, las mujeres, pertenecientes o no a estos sectores de población, siguen quedando relegadas a veces a un lugar secundario u olvidadas. Por ejemplo, en un análisis de nueve textos pedagógicos sobre el aprendizaje de la lectura y la legua. Myra y David Sadker constataron que cuatro de ellos no mencionaban la desigual representación de las niñas en los contenidos del programa, otros cuatro dedicaban menos de dos párrafos a esta cuestión, y uno contribuía, de hecho, a reforzar esta desigualdad al señalar que "se ha observado que los niños se resisten a leer "libros de niñas (...) se recomienda por tanto una relación a dos "libros de niños" por cada uno "de niñas" en la biblioteca escolar". 

(Texto extraído del libro "Revolución desde dentro". Autora Gloria Steinem)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails