lunes, 29 de abril de 2013

Es peligroso aprender demasiado (V)



A diferencia del problema de las mujeres, que en gran parte ha permanecido oculto, el impacto de la educación sobre la autoestima racial y étnica está más ampliamente reconocido, aunque tampoco se ha hecho gran cosa para remediarlo. Desde los tiempos en que estaba prohibido enseñar a leer a un esclavo o una esclava, hasta la experiencia de los Black Studies (estudios de la población y cultura negras), de las educadoras y educadores hispanos bilingües, y del alumnado indígena que sólo es los últimos tiempos ha sido evidente que el contenido de la educación es tan fundamental para estos grupos discriminados como la oportunidad de acceso a la misma. 
En 1931, por ejemplo, un dirigente negro, el doctor Carter G. Woodson, alarmado ante las actitudes eurocéntricas y autodenigratorias que se enseñaban a su gente en los colegios y universidades, escribió un libro titulado Miseducation of the Negro [Falsa educación del negro]. La mayoría de los negros instruidos, señalaba Woodson, no aportaban "prácticamente nada al desarrollo de su pueblo". Insistió en que el progreso debía medirse por lo que se leía y no sólo por el número de personas capaces de leerlo. "Cuando se controla el pensamiento de un hombre", añadía, "no es preciso preocuparse ya por sus acciones". No hace falta decirle que no debe estar en un sito o que debe irse a otro lugar. Él mismo sabrá encontrar el "lugar que le corresponde" y no se moverá de allí. No es necesario recordarle que debe usar la puerta trasera. (…) De hecho, ni siquiera hace falta establecer esa puerta, él mismo se encargará de abrirse una para su uso particular. La educación recibida le obliga a hacerlo". 
En Black Bourgeoisie [Burguesía Negra], una andanada intelectual que cayó como una bomba en el momento de su publicación, en 1957, y obligó a bajar de las nubes a los lectores y lectoras con ínfulas reformadoras, el sociólogo E. Franklin Frazier acusaba a los contenidos educativos –sumados a las demás formas de discriminación más obvia– de haber contribuido a crear un grupo  que a veces establecía diferenciaciones según el color de la piel en su propio seno, no se preocupaba con la frecuencia suficiente de ayudar a progresar a la población negra menos afortunada y en algunos casos manifestaba una ostensible adicción al consumo. "La burguesía negra", en palabras de Frazier, "el segmento de la población negra que más se ha esforzado por adaptarse a la imagen del hombre blanco, exhibe en un grado sorprendente el complejo de inferioridad que caracteriza a quienes quieren eludir su identificación racial."
Aunque ya han transcurrido casi treinta años desde que una muerte prematura interrumpió la labor de Frazier al frente del Departamento de Sociología de la Universidad de Howard –y pese a que su planteamiento ha quedado atenuado en parte por la activa participación de estudiantes de color en el movimiento de lucha por los derechos civiles–, su libro todavía levanta ampollas entre quienes temen que haya ofrecido argumentos al racismo. Lo cierto, empero, es que sus observaciones son igualmente válidas para cualquier grupo con una baja autoestima básica y, por tanto, anhelante de autoestima situacional y deseoso de obtener la aprobación de quienes ocupan posiciones supuestamente "superiores". Si donde dice negros escribimos mujeres, por ejemplo, tendríamos una descripción de las "abejas reinas" de todas las razas: mujeres instruidas y en ascenso que se creen obligadas a separarse del resto de su sexo y a buscar reconocimiento en la pertenencia al reducido grupo de mujeres que se codean con los hombres. Las señales de una actitud autodenigratoria son las mismas: aceptación de una escala interna de valores basada en la aprobación de quienes ocupan posiciones de poder, renuencia a ayudar al propio grupo y a identificarse con éste y una obsesión por las apariencias, las modas y otras formas ostensibles de consumo. Aunque Frazier estableció comparaciones con las actitudes de otros grupos raciales, su triste descripción podría aplicarse casi a cualquier grupo discriminado que haya interiorizado –a través de la educación o por otras vías– la baja autoestima que le concede la sociedad, identificándose con los estratos "superiores", trátese de una mujer que no se siente orgullosa de serlo, de una persona que no se considera suficientemente "americana" por ser bilingüe o que mantiene en ominoso secreto sus preferencias homosexuales o su bisexualidad. 
Pero cuando un miembro de un grupo cambia, altera las circunstancias del conjunto, y cuando un grupo cambia, modifica las posiciones relativas en toda la sociedad, igual que el desplazamiento de algunas moléculas transforma las características de un cuerpo. El nuevo orgullo de la población afroamericana inspiró un cambio de percepciones en el conjunto de la familia nacional. Ayudó a las mujeres de todos los grupos raciales a establecer paralelismos entre la discriminación racial y sexual y favoreció una nueva atmósfera que impulsó a muchos grupos étnicos a desarrollar una mayor autoestima, desde las personas de origen judío que reconsideraron su decisión de modificar su apellido pese a la persistencia del antisemitismo, hasta las protestas de la población de origen italiano contra los estereotipos que la asociaban con organizaciones criminales. En muchos casos, los esfuerzos de un grupo benefician directamente a otros: por ejemplo, la población americana autóctona, cuya historia y lenguas permanecieron proscritas en las escuelas hasta bien entrada la década de los setenta, vio escuelas hasta bien entrada la década de los setenta, vio escuchadas sus reivindicaciones con las promulgación de las leyes en favor de la educación bilingüe promovidas por los grupos hispanos. 

(Texto extraído del libro "Revolución desde dentro". Autora Gloria Steinem)

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