Conocí a Sam en un seminario durante el cual nos contó sinceramente la historia de su vida. Se crió en medio de la pobreza y sin figura paterna. Sentía una fuerte necesidad de ser líder, aunque sólo fuera de una pandilla. Era una forma de experimentar un sentido del honor. Se dedicó al narcotráfico, negoció con el que ganaba casi 75.000 dólares a la semana. Tenía un grupo de "empleados" que le ayudaban en tratos que suponían enormes sumas de dinero.
Un día, cuando iba conduciendo, puso la radio del coche, estaban dando un programa de entrevistas. Estaba a punto de cambiar de emisora cuando la entrevistada hizo un comentario sobre la existencia de los ángeles. Dijo que cada persona tiene un ángel guardián, y que estos ángeles nos cuidan y observan todas nuestras actividades. "No tenía el menor deseo de seguir escuchando lo que decía al respecto, pero de repente me acordé de mi abuela. que cuando yo era niño me contaba historias sobre mi ángel de la guarda, que siempre me cuidaba. Había olvidado totalmente esas cosas, hasta que oí a aquella mujer hablar en la radio."
En ese momento iba a hacer una entrega de drogas, pero se sintió abrumado por la sensación de que su ángel lo estaba mirando. "Me pasé todo el santo día pensando cómo iba a explicar cuando me muriera lo que hacía para ganarme la vida."
Por primera vez en su vida comprendió que tenía un problema que no sabía cómo resolver.
Una noche, pocos días después de aquel programa de radio, chocó con el coche contra un poste eléctrico y se produjo lesiones bastante graves en las piernas en la parte superior de la espalda. Sus "empleados" le aseguraron que ellos continuarían con el negocio, pero él pensó que el accidente era una oportunidad para cambiar la dirección de su vida. Los médicos le dijeron que la recuperación del uso de las piernas sería un proceso largo y lento. y que era posible que tuviera que soportar un dolor crónico para el resto de su vida. Sam comenzó a leer libros sobre curación y sobre ángeles.
"Tenía la sensación de que si prometía no volver a las calles, mis piernas sanarían. Les dije a mis compinches que ya no me sentía capaz de aguantar la presión y, no sé muy bien por qué, me creyeron. Yo creo que se debió a que querían mi parte en el negocio, pero a mí me vino muy bien. Me marché del barrio en cuanto pude y recomencé mi vida."
Finalmente se metió en un tipo de "pandilla" diferente, un grupo de chicos que reunía por las noches en un local de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos) cercano. Se consagró a ayudarlos a evitar la vida que él había llevado anteriormente.
"Ahora gano poquísimo dinero, comparado con lo que estaba acostumbrado a ganar, pero la verdad es que eso no importa nada. Gano para vivir. Y cuando veo a esos chicos y ellos me cuentan sus sueños, les digo que todo es posible porque sé que es cierto. Incluso les digo lo importante que es enorgullecerse de lo que uno hace, y a veces les hablo de los ángeles. Esos chicos me hacen sentir que mi vida tiene una finalidad. Jamás había tenido esa sensación, y debo decir que produce una euforia mucho mejor que la que produce cualquiera de las drogas que vendía. Por primera vez en mi vida sé lo que es tener limpia el alma y sentirme orgulloso de lo que soy."
Sam se ha convertido en un tipo diferente de "jefe de pandilla", que inspira honor y honradez entre los chicos con quienes trabaja. Ahora cojea, pero camina. "¿Quién se habría imaginado que iba a andar más erguido cojeando?", comenta riéndose.
Todavía tiene días malos de dolor, como los llama él, pero su actitud hacia la vida es de dicha interminable. Estimula a todas las personas que lo conocen, e irradia una estima propia que procede de su auténtico amor por la vida. No me cabe duda de que descubrir una finalidad en la vida favoreció su curación.
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