lunes, 23 de agosto de 2010

La confianza en uno mismo (IV) Conocerse. Retrato


La ambición de este libro se resume en una frase: para el combate contra sí mismo, proponerle armas que mejoren su confianza. Pero este objetivo implica proporcionarle antes claves para conocer mejor sus fallos, sus dificultades, sus puntos débiles, sus flaquezas, sus insuficiencias. Cuando preguntamos a las personas que carecen de confianza en sí mismos –y lo confiesan de buen grado–, resulta curioso comprobar que tiene ciertas dificultades para describirse. Todas harán hincapié en un aspecto particular: una hablará de su falta de seguridad, otra, de sus sonrojos intempestivos; una tercera, de su miedo al exterior, pero sin ir mucho más allá, sin desarrollar más el tema.
Es cierto que la falta de confianza en uno mismo puede expresarse de manera selectiva. A algunos les incomodarán sus manifestaciones físicas –transpiración excesiva, taquicardias–; a otros, sus problemas relacionales y, a otros, determinadas inhibiciones.
Aline insiste en las dificultades que tiene para tomar decisiones. Nunca sabe qué elegir y cuenta que estuvo esperando un año antes de someterse a un tratamiento en serio y que ha estado al borde de la septisemia. Cuando le preguntamos por sus relaciones con los demás, contesta Tras muchas conversaciones, Aline "descubre" que no todo va tan bien, que en realidad se siente explotada por unos y por otros; su marido la trata como a una esclava, sus amigos le piden prestado dinero que nunca le devuelven y su superior le da más trabajo a ella que a la otra secretaria.
Michel sólo habla de sus dificultades en el trabajo: siempre teme ruborizarse, empezar a temblar, a balbucear cuando el jefe se dirige a él. No admite que la autoridad le da pánico y piensa que el único obstáculo son estas reacciones psicológicas perturbadoras. Si desaparecen, todo irá bien.
En la mayoría de los casos, se resalta la manifestación más molesta, más visible, como si el hecho de taparse la cara y creer que el problema se reduce a un signo redujera o alejara el sufrimiento; correlativamente, como si el hecho de examinarse hiciera la situación aún más insoportable. Así pues, al final aceptamos convertirnos en lo que creemos ser y nos reconocemos en esta imagen incorrecta. Una conciencia de nosotros mismos limitada nos relega a un rol y restringe nuestras posibilidades de desarrollo.
Por eso vivimos en una prisión psicológica que nosotros mismos hemos construido, donde ponemos trabas a nuestra libertad de acción, víctimas de nuestras creencias y opiniones, que nos han condicionado a reaccionar como lo hemos hecho siempre. En cierto modo, esta actitud nos condena a vivir en una casa sin haberla visitado por completo y a tener miedo ante las puertas cerradas.

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