El sentimiento de inferioridad es la columna vertebral de la falta de confianza en uno mismo, la engendra y la alimenta. Alfred Alder, médico y psicólogo contemporáneo de Freud, escribe: "Desde hace mucho tiempo insisto en el hecho de que ser hombre es sentirse inferior". Adler asimila el sentimiento de inferioridad a un fenómeno psíquico natural que existe en todos nosotros, pero en diferentes proporciones. Lo compara con "el estado de inferioridad de los órganos". Ante los traumatismos de la existencia, el umbral de tolerancia del organismo varía en función de los individuos y sus zonas de debilidad, pero cuando se supera este umbral aparecen síntomas mórbidos. Dos sujetos expuestos a la contaminación atmosférica reaccionará de modo diferente: uno desarrolla una crisis asmática (debilidad pulmonar), el otro contrae conjuntivitis (debilidad ocular).
Igualmente, el sentimiento de inferioridad psicológica se manifiesta de modo diferente según los individuos, unas veces de manera temporal, otras de manera permanente. En este caso, cuando se hace excesivo, invade la conciencia, se establece en ella para siempre y bloquea la realización de los proyectos; paraliza la actividad esgrimiendo el pretexto de la ineficacia de cualquier empresa y condena a la inactividad y al fracaso. Así, de acuerdo con Adler, el sentimiento de inferioridad estaría en el núcleo de todas las neurosis y podría generar todo tipo de conductas patológicas. [...]
El sentimiento de inferioridad es un motor negativo que sitúa y alimenta la pobre opinión que uno tiene de sí mismo. Se pasa el tiempo dando vueltas a sus defectos, ampliándolos. Se considera poca cosa y poco interesante, sin talento, no está a la altura. Le obsesionan sus carencias y no deja de vilipendiarse con pequeñas frases "asesinas". "No sirvo para nada, nunca lo conseguiré, soy incapaz".
Las acciones más banales y cotidianas pasan por el tamiz de su supuesta mediocridad: "Otra vez me olvidé de comprar el pan. ¡Qué idiota!", "No he pasado por el mecánico. No hay duda, ¡soy un desastre!". Y como si no bastara con subrayar sus carencias, concentrarse en las imperfecciones, mirar con lupa sus defectos y rebajarse, también necesita menospreciar sus cualidades. Las críticas las examina a fondo, las denigra y las discute sin cesar.
Mathieu, que acaba de aprobar la selectividad, debe entregar una solicitud de admisión en un curso de verano. No consigue encontrar las palabras ni componer las frases que subrayen su valor. Se siente desprovisto de inteligencia, de dones, de capacidades. "Tengo la impresión de que ya no puedo ir más lejos, que mi vida se ha acabado, que voy a vegetar toda la existencia, que no me ajusto al perfil de ese puesto de interino."
Y si le decimos que ha aprobado selectividad a la primera, no deja de repetir que ni siquiera comprende cómo ha podido conseguirlo, que no entiende nada, que se trata del azar, de un golpe de suerte, que le han tocado preguntas fáciles, que los correctores han sido indulgentes; que si debiera examinarse de nuevo, suspendería porque no tiene buena memoria y posee una inteligencia mediocre. Es imposible conseguir que admita sus dotes: que es serio, trabajador y tenaz. No dará su brazo a torcer: es un fracasado y lo seguirá siendo.
Esta autocrítica permanente se acompaña de una supervaloración de los demás. Ellos son lo que usted no llegará a ser nunca: guapos, inteligentes, cultos. amables; tienen bazas que usted nunca poseerá: éxito, suerte, amigos, dinero, una situación privilegiada.
Marion comprueba con amargura cómo Alice, una compañera de despacho, es capaz de simultanear el trabajo y la vida familiar; siempre va impecablemente vestida, es fresca, seductora y competitiva. En cambio yo, suspira Marion, me siento desbordada por mis hijos, mi marido, mi jefe; no logro afrontarlo, soy incapaz de organizarme y acabaré pareciendo una fregona; de hecho soy una fregona.
De este modo, la comparación se vuelve en su contra y adquiere proporciones exageradas: "Es mejor que yo" de convierte en "Todos son mejores que yo". Jean-Luis tiene menos éxito con las mujeres que su amigo Guillaume y el hecho no le sorprende. Guillaume es mucho más guapo y más divertido que yo, se repite, y enseguida añade: "Además, todos mis amigos tiene más éxito que yo, todos los hombres tienen más éxito que yo". Es evidente que no resulta difícil encontrar a nuestro alrededor personas que triunfen más... si se busca bien y, sobre todo, si únicamente se busca eso.
Una última observación. En este retrato no nos olvidemos de los individuos con poca seguridad en sí mismos, que se convierten en tiranos odiosos con los débiles, los inferiores, y amables con los poderosos, presumidos y jactanciosos que se pavonean de títulos universitarios, amigos famosos y riquezas. Como señala Adler, este comportamiento esconde, de hecho, un sentimiento de inferioridad profundamente enmascarado. Estos individuos, para compensar sus carencias, su desazón interior, se convencen de su propio valor, de sus capacidades excepcionales y pueden parecer que confían en sí mismos. No obstante, no desean cambiar y nunca leerán este libro. Dejémosles con sus quimeras.
Cuanta razón y me ha encantado el último parrafo. Hay mucha gente como esa que para no sentirse inferiores hacen que los demas lo parezcan, muy pobre y lamentable.
ResponderEliminarNo hay mas ciego que el que no quiere ver y si uno no quiere ver sus propias cualidades y defectos nunca conseguira salir de su pozo personal.
Anoche en la radio escuche a una mujer que se lamentaba diciendo que se habia quedado ciega y eso era el fin de su vida. Mas tarde llamo otra mujer diciendo que ella se habia quedado ciega hace 20 años teniendo en aquel momento 3 niños pequeños y que gracias a las ganas de vivir y salir adelante ella era capaz de hacer lo mismo que una persona que puede ver. Ella misma decia que podia ver y que el psicologo le habia dicho que era del propio positivismo pero que no veia en realidad. La mujer le contesto al psicologo que él era ciego, que ella no por ver el mundo de otra forma no queria decir que no viese y que ciegos podemos ser todos si cerramos los ojos.
Un saludo!!!
¡Hola! soseki: es posible que estas personas no sepan que se sienten inferiores... a esto me refería cuando hablo de la dificultad de tomar conciencia de que uno hace lo que hace sin conocer el motivo de ello, y por esto no es capaz de cambiarlo o reconocerlo.
ResponderEliminarSi fuera tan fácil ¿no te parece que habría menos problemas en el mundo? :))
Comparar.nos con los demás siempre causa problemas... y uno de ellos puede ser el de la intrasigencia. ¿Por qué motivo la primera persona se hundió y la segunda se recuperó? No hay mejores o perores. Estas comparaciones forman parte de la dualidad y ya se sabe que la dualidad genera fronteras. Todo es uno, sin esa mujer que se hundió no hubiera sido posible que llamara quien no lo hizo. No hay blanco si negro. No hay viceversa...
Un abrazo :))