sábado, 28 de agosto de 2010

La confianza en uno mismo (IX) Conocerse. El sentimiento de ansiedad


La mayoría de las situaciones imprevistas a las que usted se enfrenta tienen un elemento común: la ansiedad que le suscitan. Efectivamente, implican una doble amenaza: por una parte, el peligro, las trampas que presiente; por otra parte, su incapacidad para controlarlas.
El jefe le confía un informe difícil, su madre le pide que se ocupe de su cartera de valores, la canguro de sus hijos está enferma, un compañero se ausenta y le deja todo el trabajo. En todos estos casos, usted se siente apurado, incluso angustiado. Sin embargo, su ansiedad aumenta en la medida en que sabe que no podrá afrontar la situación. Y cae en la letanía del "No sé que hacer", "Estoy desamparado", "Jamás lo conseguiré", "Esto me supera".
Hay que diferenciar con claridad el acontecimiento que desencadena la reacción de ansiedad (el estresante), que es exterior a usted mismo, de la propia ansiedad, que es la reacción del organismo y se produce en su interior. La ansiedad es una aprensión invasora, poco controlable ante los acontecimientos concretos que, con frecuencia, le sobrevienen de improviso, ante los cuales hay que adaptarse y, en general, responder con rapidez. Si consideramos sólo la vertiente negativa de la ansiedad, sus repercusiones se manifiestan en varios niveles en constante interacción:

–en el cuerpo, malestar con taquicardia, sensación de ahogo, tensiones musculares, voz temblorosa, rubor, gestos más bruscos;
–en el comportamiento, desorganización con aparición de conductas de huida o de inercia;
–en el pensamiento, confusión con dificultades para agrupar las ideas, para razonar y concentrarse.

Como guinda, se siente irritable, debilitado, agotado en el ámbito emocional.
Su modo de percibir el estresante y, sobre todo, su modo de prever las soluciones aceptables, determinará la reacción ansiosa. De acuerdo con el psicólogo Lazarus, esta evaluación comporta dos fases: una primera evaluación (reacción de alarma), donde apreciará el carácter desagradable, inquietante o insoportable de la situación; una segunda evaluación (reacción de adaptación), donde juzgará su capacidad para hacerle frente y encontrar una solución. En general, estas evaluaciones sucesivas le permiten movilizar energía, lo que le ayuda a afrontar mejor la situación.
Estas dos fases están en estrecha dependencia. Cuanto menos sólida es su capacidad para hacer frente a la situación, más amenazador le parece el estresante, más aumenta la ansiedad y le perturba. Cuando uno carece de confianza en sí mismo, el umbral de tolerancia a la ansiedad es muy bajo; la evaluación de los hechos, desastrosa; la reacción, inadaptada. Estar convencido de que uno no va a llegar a nada en la vida, que va de fracaso en fracaso, no permite la consideración sana de la situación. No se siente capaz de controlar un acontecimiento que se le escapa, que percibe como un peligro y que refleja su incapacidad. Está preso del pánico, aterrado, abrumado y, en todos los casos, desestabilizado.
Chistophe debía comer con una clienta que no acudió a la cita. La estuvo esperando tres horas en un estado de ansiedad intensa, convencido de que le había dado plantón porque lo había encontrado estúpido en su encuentro precedente. Al día siguiente se entera de que el avión de su clienta se retrasó y que ella no pudo avisarle.
Desestabilizado por la intensidad de las reacciones ansiosas, usted incluso puede caer en una fase de agotamiento. Los esfuerzos a destiempo, la angustia, consumen una considerable energía y merman su resistencia; actúan sobre un motor mal ajustado que se estropea con facilidad. A fin de cuentas, hace suya la idea de que es más cómodo huir de las pruebas y evitar las responsabilidades en lugar de asumirlas.

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