Las personas que exudan amor son como los ríos, en todo el sentido de la palabra: fluyen. Y cuando consiguen posesiones y cosas le gustan tienden a entregarlas a otros. ("¿Has notado que cuando das cosas, siempre recibes más? ¿Has observado que, cuando crean un vacío, más sustancias fluyen para llenarlo?)
Habida cuenta de todo esto, los codificadores del comportamiento amoroso escriben que deben efectuar generosas donaciones a las instituciones que le permitan deducir tales sumas de tus impuestos, y ser bueno con la gente; que debes actuar con tus parientes y amigos, aunque no fuera así. Para los cristianos, judíos y creyentes en Dios, existe un deber particularmente dificultoso: se trata de "amar a Dios nuestro Señor " no sólo a través de los movimientos externos de dicho amor, sino con todo tu corazón, con toda el alma y con toda la fuerza de tu mente. Desde luego, es una difícil faena.
Es como si, por ejemplo, admiráramos la música de cierto compositor y, tras estudiar su estilo, formulamos unas reglas de composición musical basadas en el comportamiento de dicho compositor. Es como si enviáramos a nuestras criaturas a las escuelas de música para aprender tales reglas, con la esperanza de que, aplicándolas, se convertirían en músicos eminentísimos, cosa que habitualmente no sucede. Es que aquello que puede denominarse la técnica de la música –como la técnica de la moral , del idioma, del lenguaje– es muy valiosa en tanto instrumento de expresión. Si no tiene nada que expresar, nada que decir, podrás escribir páginas y páginas de perfecta prosa, con el más eximio dominio del idioma, sin decir nada que merezca la pena.
De modo que aquí está el problema y ésa es la intriga: no puedes imitar esta cosa... no hay forma de "obtenerla" y sin embargo es esencial que lo logres. Obviamente, la raza humana no vivirá armoniosamente hasta que podamos amarnos los unos a los otros. He aquí la pregunta. ¿Cómo lograrlo? ¿Es algo que sencillamente se contrae, como la viruela? ¿O, como dicen los teólogos, es el "don de la gracia divina", que de alguna manera reciben ciertas personas mientras las demás son privadas de ello? ¿Y si no hay forma alguna de obtener la gracia divina mediante algún comportamiento especial, por qué no nos quedamos tranquilos y esperamos a ver qué pasa?
Ciertamente no podemos resignarnos a esta desesperanzada situación. Debe haber alguna forma de obtener la "gracia" o la "divina caridad" o "el amor divino", algún procedimiento para, como si dijéramos, convertirnos en conductos adecuados de la corriente universal.
Los predicadores más sutiles procuran "abrirnos" mediante métodos de meditación y disciplinas espirituales, con el propósito de tomar contacto con aquel poder. Los predicadores menos sutiles dicen, simplemente, que hay que tener fe, coraje y voluntad. "Si pusieras el hombro y apretares serías un santo". En realidad, podrías no ser más que un hipócrita extremadamente listo. Toda la historia de la religión es la relación del fracaso de una prédica. La predicación es violencia moral. Cuando lidias con el mundo práctico, por así llamarlo, y las personas no se comportan como tú quisieras, llamas al ejército o a la policía, o simplemente coges una estaca. Y si esto te perece demasiado crudo optas por dictar conferencias, que consisten en una solemen exhortación a "comportarse mejor la próxima vez".
A lo mejor se encuentra cuando se deja de buscar y resulta que está ahí mismo.
ResponderEliminarInteresantes selecciones.
Gracias y saludos