miércoles, 15 de diciembre de 2010

Espectro de amor (V)


Una de las más interesantes consiste en ser "directa y honradamente egoísta". Dejas de engañar a la gente. En las relaciones humanas cotidianas, se hace mucho daño afirmando que se ama a la gente, cuando lo que se quiere decir es que uno debería hacerlo pero no lo logra. Creas la impresión de que vas a dar cosas, y la gente comienza a esperarlas de ´ti, pero nunca las recibe.

Seguramente, conocerás personas que merecen este tipo de juicios: "me gusta fulano. o fulana, porque con él, o con ella, siempre sabes a qué atenerte". Es imposible imponerse a personas de ese estilo. Por otra parte, si tú preguntas: "¿Puedo pasar la noche contigo?" y ellos no quieren, te responderán que lo sienten, que están fatigados, que  mejor no te quedes. O bien te dirán: "Otra vez será." Esto es muy refrescante. Cuando acepto la hospitalidad de una persona sin sentir que ha sido del todo sincera, estoy todo el rato preguntándome si en realidad no preferiría que yo no estuviera allí. Pero uno no siempre escucha a su propia voz interior: con frecuencia hacemos como si no existiera. Es una lástima, porque cuando no escuchas tu voz interior no prestas atención a tu propia sabiduría y a tu propio amor. Te tornas insensible a ello, así como tus anfitriones procuran suprimir el hecho de que, por el momento, no desean tu presencia. Supongamos que están casado y tienes un bebé que no has deseado. Para cualquier criatura, el amor ficticio es profundamente perturbador. En principio, la leche tiene mal sabor y huele mal. Los ademanes exteriores dicen:"querido, te adoro", pero, el olor proclama "eres un pequeño bastardo y una lata". 

Muy pocos somos capaces de aceptar la idea de que no amamos a nuestros hijos, porque nos parece antinatural. Aseguramos que el amor maternal es la cosa más hermosa del mundo, pero no lo es. En verdad, resulta relativamente raro, y cuando no amas a tu hijo lo confundes. La criatura te respetaría mucho más si dijeras: "querido, eres una horrible lata pero cuidará de ti porque es mi obligación". 

En este tipo de relaciones personales, he descubierto una maravillosa norma: jamás muestres falsas emociones. No es preciso que digas a la gente lo que piensas con "términos inequívocos", como suele decirse, pero fingir emociones resulta destructivo, especialmente en el ámbito familiar, entre marido y mujer o entre amantes. Estas cosas siempre acaban mal. Por ello, cuando realizo ceremonias matrimoniales para amigos personales, en lugar de recitar aquello de "os requiero y exijo que respondáis en el día del juicio, etc.",, digo: "Os requiero y exijo que jamás simuléis amaros contra vuestros propios sentimientos". Es una apuesta. Pero también lo es el confiar en que el amor existirá siempre.

Es verdad, no hay alternativa.

Cuando uno considera que será capaz de amar –en otras palabras, de funcionar en una forma sociable y creativa– asume ciertos riesgos, formula una apuesta. Es posible que no lo consiga. Del mismo modo, cuando te enamoras de alguien, cuando estableces una asociación puede no satisfacer tus expectativas, pero es preciso corres el riesgo. La alternativa de correr el riesgo es mucho peor que la desilusión.

Si dices que no confiarás en los demás, que no confiarás ni siquiera en ti mismo, ¿qué alternativa te queda? Debes recurrir a la fuerza. Debes emplear cuadrillas policiales para protegerte, y llevar contigo una estaca diciendo: "no, no, mi naturaleza es retrógrada, animal perversa, pecaminosa". ¿Y qué ocurre entonces? Cuando te niegas a correr el riesgo de creer en ti mismo, cuando te niegas a creerte capaz de amar, te ocurre algo que intentaré representar con una analogía extremadamente gráfica pero bastante clara. Me refiero a las personas que no se tienen confianza para evacuar oportunamente sus intestinos. Muchos niños aprenden esto de sus padres, que no confían en ellos y que les enseñan a evacuar sus intestinos al compás del reloj, un ritmo que no corresponde al organismo. Las personas que carecen de la autoconfianza necesaria para realizar siquiera estos simples actos se atiborran de laxantes, estropeando un sistema digestivo.

(Idem)

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