viernes, 10 de diciembre de 2010

Espectro de amor (III)


Más de una madre ha dicho a su hijo: "Los niños buenos aman a sus mamás. Y estoy segura de que tú eres un niño bueno. Debes amar a tu madre, no porque yo, tu madre, te lo diga, sino porque tú mismo lo sientes realmente." Una de las dificultades que encierra este planteamiento radica en que ninguno de nosotros, en el fondo de su corazón, respeta el amor que no se brinda libremente. Por ejemplo, supongamos que eres un muchacho que tiene a su padre enfermo y que te consideras obligado a vivir con él como signo de gratitud por todo lo que él ha hecho por ti. Pero, de alguna manera, tu convivencia con tu padre enfermo te priva de un hogar propio, de una vida libre y, naturalmente, te resientes. Él sabe perfectamente que estás resentido, aunque pretenda ignorarlo. Por tanto, se siente culpable por haberte obligado a demostrar tu lealtad. Tú, a tú vez, no puedes admitir que le guardas rencor por haberse puesto malo, dado que todo esto no depende de su voluntad. Como resultado final, nadie disfruta de la relación. Para ambos se ha convertido en un penoso deber.
Lo mismo ocurrirá desde luego, si después de largo años de haber formulado en el altar un solemne y terrible juramento por el que amarás a tu esposa o esposo ocurriera lo que ocurriese y " hasta que la muerte os separara", descubrirás repentinamente que ya no puedes amarlo o amarla. En este caso te sentirás culpable, y consideraras que es tu deber amar a tu cónyuge o a tu familia. 
Ésta es la dificultad: no es posible de ninguna manera enseñar a una persona egoísta a ser generosa. Todo lo que haga el individuo mezquino, aunque se entregue a la hoguera o regale todas sus posesiones a los pobres lo hará con un sentimiento egoísta, con extrema astucia, engañándose a si mismo y a los otros. Pero las consecuencias del amor ficticio son casi invariablemente destructivas, porque despiertan resentimientos en la persona que finge amor y en la persona que recibe el presunto afecto. (Tal vez por esto nuestro programa de ayuda exterior haya resultado un fracaso tan estrepitoso.)
Ahora bien: desde luego, podéis decirme que soy poco práctico y preguntarme: "¿Es que entonces debemos quedarnos sentados hasta que nos convirtamos interiormente, aprendiendo a amar mediante la gracia de Dios o algún otro procedimiento mágico? ¿Entre tanto no hemos de hacer nada, hemos de conducirnos tan egoístamente como nos parezca...?"
El primer problema que aquí se nos plantea es la sinceridad. En principio dice nuestro Señor: "Amarás a Dios tu Señor con todo tu corazón, toda tu alma y con toda la fuerza de tu mente." Lo que parece un mandamiento es en realidad un desafío, o lo que el budismo Zen denomina Koan, un problema espiritual. Si te esfuerzas decididamente, si tratas de amar a Dios o a tu prójimo descubrirás que cada vez estás más confuso. Advertirás que la razón por la que intentas obedecer el mandamiento estriba en que deseas ser una persona correcta. 

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