miércoles, 19 de octubre de 2011

Zen y depresión. Abrir el corazón de par en par

Una persona dolorida es alguien a quien le habla esa parte de si mismo que sólo sabe comunicarse de esa manera.

Malidoma Patrice Somé

La depresión es muy parecida a tener el corazón roto. En realidad cuando bajamos el ritmo y empezamos a mirar de cerca la depresión, los síntomas físicos puede manifestarse alrededor del pecho. La ansiedad es el corazón acelerado. La desesperanza es el corazón cansado. La tristeza y la aflicción son el corazón dolorido.
En algunos sistemas de sanación, la enfermedad es considerada principalmente una cuestión de desequilibrio. Los síntomas señalan los sistemas desequilibrados. En la depresión a menudo el desequilibrio está localizado entre el corazón y la mente.
En estos tiempos, y para muchos de nosotros, la mente y el pensamiento son considerados como útiles y valiosos, mientras que el corazón y las emociones lo son como obstáculos. En realidad no sabemos cómo amargarnos y sentir dolor, pero sí que sabemos cómo pensar. Así sucedía en mi vida antes de la depresión.
En la experiencia de la depresión, nos falla la mente de la que tanto dependemos. Resulta difícil tomas decisiones simples, recordar asuntos. Nos sentimos lentos y estúpidos. De hecho, la depresión amplificada muchos aspectos de nuestra personalidad y procesos de pensamiento. Nuestra mente se encuentra preocupada en juicios y comparaciones.
Podemos empezar a ver que no se trata simplemente de la mente de depresión, sino que en gran parte estamos viendo la naturaleza de nuestra mente y pensamientos cotidianos. En realidad, la depresión nos permite verla con más claridad.
La meditación nos ayuda en este proceso, ya que puedo fomentar un auténtico desapego de esos pensamientos y humores. A partir de entonces contamos con la posibilidad de empezar a desenredarnos del dolor. Podemos empezar a alejarnos de lo que los maestros zen denominan lamente pequeña. Podemos impresionarnos menos con nuestros propios pensamientos.
Al disminuir el poder de esta mente pequeña, aumentan los sentimientos y las emociones del corazón. Para una persona que ha ignorado el corazón, su llamada resulta insistente y extraña. Existe tristeza y pesar en relación al pasado, en todos los efímeros momentos que van quedando atrás. Sentimos todos los errores que hemos cometido, todas las heridas que hemos causado. La depresión puede ser una puerta que nos conduzca a una exploración de nuestra amargura. Esa puede ser una oportunidad para que la veamos y reconozcamos, en lugar de huir de ella.
Muy a menudo, en el camino espiritual, creemos que deberíamos sentir las emociones incómodas de manera menos frecuente, y que no deberíamos apegarnos a ellas. Al seguir esas creencias podemos bien desecharlas o huir de ellas.
Pero nuestra única esperanza es practicar la compasión y la bondad hacia todo. También debemos practicarla respecto a nosotros mismos y a nuestras emociones incómodas.
Una cosa es estar perdidos en las emociones de manera que nos convirtamos en la rabia o la tristeza y otra bien diferente reconocerlas, aceptarlas y escuchar lo que tienen que decirnos. En la intensa y en ocasiones sobrecogedora tristeza que surge en la depresión reposa la oportunidad de poder reconocer esas emociones difíciles con ternura y compasión, en lugar de darles la espalda.
Otra nueva oportunidad de hacer lo mismo radica en la experiencia de la empatía. Mientras atravesaba su depresión una mujer que conocía se dio cuenta de que ni siquiera podía ver la televisión, porque lloraba con casi todo, incluso con los anuncios de la compañías telefónicas en las que aparecen familias que se llaman para decirse "Os quiero". Durante mi propia depresión, me descubrí a mí mismo aguantándome las lágrimas en una tienda de comestibles al ver a un anciano esforzándose al tratar de llevar sus bolsas. Al abrirnos al mundo puede que por primera vez sintamos la amargura de ese mundo. En ese sentido podemos hallar una compasión que siempre ha estado ahí.
Mi maestro decía que demasiado a menudo andamos a la búsqueda de un complicado y ampuloso concepto de la compasión. Y sin embargo es tan sencillo como apartar a un niño del camino de un coche. La compasión existe en nuestro interior antes que ningún pensamiento de compasión se haya formado en nuestra mente.
En términos budistas, ésta es una auténtica experiencia de duhkha, sufrimiento, y annica, impermanencia. Experimentar la amargura y tristeza existentes en la depresión puede que sea la manera en que nuestros corazones nos piden que escuchemos y la impermanencia de nuestras vidas.
Al aprender a observar y reconocer esas sensaciones de amargura y sufrimiento podemos hallar la compasión que hemos ignorado durante tanto tiempo. No se trata sólo de arreglar el desequilibrio entre cabeza y corazón. Si honramos ese proceso, las sensaciones iniciales de estar en carne viva, de vulnerabilidad y de desamparo pueden llegar a abrirnos el corazón de par en par. Por primera vez podemos llegar a sentir no sólo la amargura de nuestra mente y de nuestro cuerpo, sino la tristeza de todos los seres de este mundo.
El corazón abierto ve que no hay nada que no tenga que protegerse, que la seguridad es una ilusión. En este discernimiento radica la auténtica valentía. Porque, tal como podemos descubrir al enfrentarnos a un peligro físico, a veces el lugar más seguro donde estar es permanecer lo más cerca posible de lo que tememos.

Exploración complementaria

Siéntese tranquila y cómodamente. Tras pasar unos minutos observando la respiración, oriente su conciencia hacia el pecho. Si pone suficiente atención sentirá el latido del corazón. Puede que éste aminore al respirar y se acelere al espirar. Fíjese en si lo siente pesado, o acelerado, o prieto. ¿Viene esa sensación acompañada de alguna emoción como ta amargura, miedo o desesperación? No trate de apartar las emociones. Acéptelas con calidez y compasión, como haría con un niño perdido. Asegure a esas emociones que desea conocerlas, que escuchará lo que tengan que decirle. Puede que quiera hablarlos de su amargura y de cómo siente haberlas ignorado.
Dirija pensamientos de calidez y compasión también hacia usted mismo. Recuérdese que no hay razón para sentirse avergonzado por no haber escuchado. Y ahora, en el hecho de elegir escuchar a su corazón, radica un gran valor. Puede haberse sentido como si tuviese el corazón acorazado, o como si lo tuviese encerrado en una urna de cristal. Vea cómo van aflojándose esas ataduras, cómo se disuelven. Sienta cómo se le va abriendo el corazón, y sepa que puede hacerlo todo lo lentamente que lo desee. Deje que su corazón crezca, hasta que su calidez y su ritmo seguro inunden todo su cuerpo. Recuerde que no tiene que proteger su corazón de nada.
Tal vez aparezcan emociones intensas. Eso puede suceder la primera vez que practique esta meditaci´pon, o tal vez al cabo de un tiempo de haberla practicado. Permita que le inunden la tristeza, la amargura o la alegría. Si las emociones le provocan lágrimas, respiración entrecortada o risas, permita que éstas se manifiesten. Reconozca y abrace esas emociones, como si acogiese a un niño o a un viajero perdido. Hágales saber que son bienvenidos y que han hallado un hogar en su corazón.
Vuélvase a enviar pensamientos de calidez y compasión, por tener el valor de escuchar a su corazón. Sienta una vez más el latido del corazón, y observe cómo sigue a su respiración. Lleve su atención al ritmo de su vientre, a cómo se alza y cae, al centro de la respiración. Cuando se sienta preparado, abra los ojos e incorpórese.


Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.

(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)

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