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En una ocasión, Nasrudín decidió aprender el arte de curar. Fue a visitar a un importante médico, que aceptó ser su maestro. Cuando llegó el primer paciente, tras examinarlo cuidadosamente, el médico le dijo a Nasrudín que podía curarse comiendo granadas.
Nasrudín se fue a ver al paciente y le dijo:
–Lo que usted necesita para curarse es comer granadas.
El paciente se enfadó mucho al verse atendido por un aprendiz y no tomó en serio su consejo. Francamente disgustado se fue sin ni siquiera pagar por la consulta. Nasrudín se lo explicó a su maestro, que le dijo que esa vez sería él quien lo visitara. Llamaron a paciente y el médico lo atendió; tras examinarlo de nuevo dijo:
–Para curarte, necesitas consumir un fruto de cáscara dura, de color anaranjado con muchas pepitas en su interior.
Al paciente se le iluminaron los ojos y exclamó:
–¡Estás hablando de granadas! Es lo que necesito para curarme.
Al cabo de unos días, el paciente se había curado. Con esto, Nasrudín aprendió que el remedio es la mitad de la curación, pero que la otra mitad es la respuesta de aquel a quien se quiere curar.
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