miércoles, 23 de mayo de 2012

Zen y depresión. Escapes

Aquello que no podemos enfrentar acaba encontrándonos.
John Trudell

Un monje zen debe incluso perder el tiempo con total atención.
Dicho zen

Uno de los sellos característicos de la depresión es una falta de interés en cosas que solían reportarnos placer. Entre ellas no sólo están la música, películas, aficiones y amigos, sino actividades más fundamentales, como comer, dormir y el sexo. El mundo se ha tornado de color gris y el sol ya no calienta.
El budismo considera que existen tres tipos de sensaciones: placenteras, desagradables y neutras. En la depresión parece que todas las sensaciones caen el os campos de desagradable y neutral.
En una situación así tratamos de encontrar algo que nos reporte placer. O, si no podemos hallar placer, al menos tenemos la esperanza de escapar de lo que resulta doloroso para alcanzar el terreno de lo neutro. No obstante, el dolor del que huimos parece estarnos esperando en cada esquina.
En nuestros más desesperados esfuerzos por hallar alivio, nos lanzamos a las drogas, el alcohol y a la indulgencia excesiva respecto a la comida, el sexo o el trabajo. Cuando nada de eso funciona, entonces podemos dedicarnos a algunos de los nuevos juguetes: televisión, ordenadores, videojuegos. O podemos entrar en la religión con la misma desesperación y avaricia mental.
Claro está, la eficacia de la todo ello resulta bastante limitada. Eso es algo que resulta mucho más patente en la desolación de la depresión. Sin embargo, la mayoría de nosotros no hacemos sino intentar la misma solución una y otra vez, con más resolución o bien acabamos rebotando de una a otra. A pesar de ello el dolor sigue ahí, esperándonos.
Al igual que sucede con otras muchas características de la depresión, esta respuesta es una magnificación de nuestra conciencia y vida normales. Se trata de un caso más acusado de nuestra ya existente tendencia a huir de lo que resulta doloroso en nuestras vidas, de evitar el dolor a cualquier precio.
Gran parte de la vida humana –y muchas actividades humanas– está dedicada a esta búsqueda. No obstante,en la esfera de la depresión se nos presenta la oportunidad de examinarla más de cerca. En parte ello se debe a que el dolor es más intenso, pero sobre todo a causa de nuestros repetidos fracasos al tratar de escapar a la depresión de esa manera.
La mayoría de nosotros huimos de todo tipo de dolor. Esta reacción impide que estemos totalmente presentes en nuestras vidas, que sintamos gozo y dolor. Nuestros intentos por escapar mantienen nuestras vidas a distancia, y así nos quedamos con la vaga e incómoda sensación de que hay algo que no está bien, de que hay algo que falla en nuestras vidas.
La depresión liquida ese lujo de dar la espalda a nuestras propias vidas. Ya no podemos escapar de nuestras sensaciones desagradables. Eso nos proporciona la oportunidad de ver cómo lo intentamos, y de observar cómo ese intento reflexivo ha dejado de funcionar. Finalmente, cuando nos sentimos arrinconados, sin salida, contamos con una oportunidad para cambiar. Cuando no hay escapatoria posible, podemos hallar una nueva libertad.
No obstante, antes es necesario prestar atención a los dos malentendidos que nos hacen tratar de salir corriendo. El primero es que sentir dolor hay algo malo. Sentir dolor simplemente significa estar vivo, ser un ser humano sintiente. El Buda señaló que una vez hemos nacido, sufrimos, sentimos dolor, enfermamos y finalmente morimos.
Tratar de evitar el dolor es algo natural, claro está. Evitar el dolor nos mantiene vivos. No apartar la mano del fuego sería una tontería. Pero no es ahí donde cometemos el error. Nos equivocamos cuando creemos que no deberíamos sentir dolor, que el actual momento doloroso, la experiencia dolorosa presente, no debería existir. _Creemos que hay otro momento, el correcto, en el que no existe dolor.
Cuando creemos que este momento en el que sentimos dolor no debería existir, o que hay algo malo que marcha mal porque sentimos, entonces empezamos a creer que hay algo equivocado. O bien lo buscamos fuera de nosotros mismos, buscamos algo que esté mal en el mundo, a lo que poder echar la culpa del dolor. Este pensamiento es nuestro segundo malentendido y muchos de nuestros problemas tienen su origen en él.
Cuando consideramos nuestra situación como seres sufrientes por una parte y el problema que causa el sufrimiento por otro, entonces no parece existir más elección que tratar de actuar sobre el mundo externo para hacernos felices. Llevada al extremo, esta creencia se convierte en adictiva o compulsiva, ya que la persona adicta trata repetidamente, aunque sin éxito, de hallar paz en la única respuesta que ha elegido. Esta creencia tan común y fútil forma parte de la condición humana, que tanto el Buda como otros han descrito.
El intento de solucionar problemas a través de lo que está fuera de nosotros provoca gran parte de la actividad humana. En la práctica espiritual radica una oportunidad de ver la futilidad de este tipo de lógica, sobre la que la mayoría de nosotros ha edificado su vida.
El auténtico obstáculo cuando nos damos la espalda a nosotros mismos en la depresión es que tenemos la sensación de que hay algo equivocado en la raíz de nuestro ser, de que hay algo deficiente. Todo lo que nos hace enfrentarnos a nosotros mismos, que nos fuerza a llegar a la conclusión de que hemos desempeñado un papel a la hora de crear nuestra infelicidad, no hace sino reforzar ese análisis.
La depresión suele ser considerada como una enfermedad de egoísmo. Aunque es cierto que en la depresión podemos estar más centrados e implicados con el yo de lo que es normal, es así porque el yo da la impresión de ser defectuoso y carecer de valor. Al principio, incluso admitir el hecho de la depresión resulta difícil, porque hacerlo parece equivaler a admitir que nuestra visión de nosotros mismos como seres resquebrajados, es cierta. En lugar de ello, podemos pasar años echando la culpa a los demás o al mundo. Para muchos la aceptación inicial de la depresión se convierte en sí misma en el principal obstáculo. Pero si podemos deshacernos de esas ideas acerca de lo correcto o equivocado, de la responsabilidad y de quién tiene la culpa, entonces puede iniciarse una auténtica curación.
Al tratar con el dolor de la depresión –o de estar vivo– en primer lugar es necesario aceptar el dolor y dejar de tratar de huir de él. Sus orígenes, causas y soluciones no son tan importantes como aceptarlo y familiarizarnos con él.
La meditación nos ofrece una gran oportunidad para llevarlo a cabo. Al comprometernos en una práctica de meditación, también nos comprometemos a no tratar de huir del dolor, sino a explorarlo e investigarlo.
Cuando investigamos, empezando a ver cómo juzgamos nuestro dolor y cómo reaccionamos frente a él. No pasa mucho tiempo antes de que nos demos cuenta de que todos esos intentos por evitar el dolor no funcionan. Si perseveramos, descubriremos que podemos sobrevivir a nuestro dolor para finalmente llegar a un lugar de paz y alegría, aunque el dolor siga estando ahí. De hecho, el dolor pasa a formar parte de esa paz.
Si aceptamos el dolor de nuestra depresión y lo investigamos, acabamos viendo lo que significan nuestros intentos por escapar de él. Entonces, cuando empezamos a experimentar el dolor de manera más completa, también aparece la alegría.
Al cabo de poco empezamos a entender la diferencia entre dolor y sufrimiento: el dolor no puede evitarse, pero el sufrimiento que proviene de nuestro intento por evitar el dolor, no es necesario. Como solía decirnos mi maestro zen, Katagiri Roshi: "Todo lo que tenéis que hacer es manteneros en medio de vuestro sufrimiento".

Exploración suplementaria

Identifique uno de los métodos que utiliza para evadirse cuando las cosas no marchan como usted quisiera:comida, televisión, sexo, trabajo. Durante una hora, un día o una semana, elija no utilizar su medio de escape personal cuando la vida se le ponga cuesta arriba, no a fin de sentirse virtuoso, sino como un experimento, observando el proceso. Y si inicia el movimiento, deténgase y observe. Fíjese en cómo se siente cuando echa mano de esas válvula de escape. ¿Que´tipo de sensación dolorosa es? ¿Es física, emociona o mental? ¿Cómo se siente cuando no puede utilizar ese método de escape? ¿Trata de hallar otra cosa en su lugar? ¿Cuánto dura esa sensación? ¿Cómo se siente cuando ya ha pasado el deseo de escapar?

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Ahora siga adelante y permítase escapar cuando quiera hacerlo. Pero de nuevo, fíjese en cómo se siente en el momento en que quiere escapar. Ponga atención a cómo se siente mientras lo hace. ¿Qué es lo que dispara su deseo de esa diversión? ¿Durante cuánto tiempo permanece realizando esa actividad? ¿Por qué decide parar? ¿Cómo se siente después de haber escapado durante un rato? ¿Todavía siente esa sensación dolorosa? ¿Es menos intensa?



Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.

(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)

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