Se debería meditar con la intensidad de alguien que trata de apagar un fuego en su cabello.
Dogen
Cuando estamos deprimidos, levantarnos y atravesar la habitación parece requerir un esfuerzo tremendo. Y aunque nos proporcione una oportunidad para aprender acerca de nuestro estar constantemente ocupados, y empezar a descubrir el valor del no-hacer, incluso este aprendizaje parece requerirnos un esfuerzo.
Pero por lo general, cuando escuchamos la palabra esfuerzo, la consideramos un equivalente de gastar energía... trabajando. Inmersos en el agotamiento físico que conlleva la depresión, podemos cansarnos sólo con oír la palabra esfuerzo.
Dogen dijo que a través de la práctica de la meditación manifestamos nuestra iluminación, que en realidad, la práctica en sí misma es iluminación. El esfuerzo implícito al meditar es diferente del que estamos acostumbrados a relacionar con la palabra esfuerzo. No es necesariamente una forma de avanzar hacia algún tipo de meta. Más bien se trata simplemente del esfuerzo de estar presente, de aparecer por nuestras vidas y aprender a apreciarlas.
Nuestros hábitos y condicionamientos son profundos. Se requiere un esfuerzo para observarlos cuando surgen y no dejar que se nos lleven por delante. Para estar presentes en medio de nuestro dolor, sufrimiento y dudas, durante la depresión también necesitamos hacer un esfuerzo. Seguiremos sintiendo dolor ahora y en el futuro. La tentación es convertir ese dolor en sufrimiento al tratar de evitarlo aunque de esa manera no se consigue sino aumentarlo.
Para permanecer en pie en medio de nuestro sufrimiento hace falta esfuerzo. Para hacer lo que sabemos que hay que hacer en cada momento, nos hace falta esfuerzo. Y a veces, para atravesar nuestra depresión nos hace falta un esfuerzo.
Donde nos equivocamos es al tomar nuestra propia resistencia como un esfuerzo. El esfuerzo que se nos pide no es como cuando necesitamos empujar un coche para hacerlo de una zanja. Se trata simplemente de una voluntad de estar presentes, de estar atentos, de ser compasivos. Es hacer las cosas de todo corazón.
En la depresión, al igual que en la meditación, la somnolencia es un problema tan grande como el dolor. Por lo menos, en lo que a mí concierne. Durante algún tiempo pensé acerca del esfuerzo en la meditación, relacionándolo con cómo resistir la somnolencia. Ese enfoque me dejó con dos formas de lidiar con el problema. A veces me esforzaba mucho, tratando de mantenerme despierto. Pero cuando lo intentaba acababa descubriéndome durmiendo, a veces inclinándome hacia delante y casi cayéndome del cojín. La otra opción era abandonarme, tomar una buena postura de equilibrio sobre el cojín y dormir los cuarenta minutos hasta que sonaba la campana señalando el final del periodo. Ninguno de ambos enfoque tenía mucho que ver con meditar.
Durante un largo retiro de meditación tuve problemas graves con el amodorramiento, y como siempre, ninguno de mis dos enfoques parecía obtener buenos resultados. Al final me di cuenta de que aparte de luchar o abandonarme, existía una tercera opción: sencillamente decidí observar mi adormilamiento. Me quedé sorprendido: a partir de entonces ya no se me caía la cabeza hacia adelante, como un conductor con sueño. Tampoco parpadeaba en el cojín. En lugar de ello, me sentí más alerta de lo acostumbrado, incluso más que cuando no estaba dormido. El amodorramiento no desapareció. Continuó estando allí, pero cuando dejé de resistirme a él, dejó de ser un problema. Pasó a formar parte de todo aquello a lo que prestar atención.
Durante mucho tiempo cometí el mismo error en mi depresión. Finalmente, descubrí que la solución era la misma: dejar de luchar contra ella, y dejar de rendirme conscientemente a ella. En su lugar me dediqué a observarla en todas sus manifestaciones. Ahí es donde comenzó mi auténtica curación.
Durante la depresión nos creamos muchos problemas tratando de rechazarla o dominarla. Pero si en lugar de ello hacemos un esfuerzo para estar atentos, para sólo observarla, en lugar de luchar o abandonarnos a ella, acabaremos hallando la paz, energía y alegría que se esconden tras ella.
(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)
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