Todo el mundo vive en la abundancia,
sólo yo parezco desprovisto.
MI espíritu está turbado
como el de un ignorante.
Todo el mundo está esclarecido,
sólo yo estoy en tinieblas.
Lao Tsu Tao Te Ching
Todos conocemos la sensación de sentirse poca cosa, de no ser lo bastante "algo", de no importarle a nadie, de no merecer estar en este planeta.
La depresión suele engendrar o acentuar esas emociones. Nos vemos inundados por una sensación de inutilidad, convencidos de que no somos importantes para nadie. Esas emociones pueden hacer que sea más fácil dar el paso que desemboque en el suicidio, y dejar este mundo al que no tenemos la impresión de pertenecer, y que no parece tener ninguna necesidad de nuestra presencia.
Cuando nos sentimos de esa manera, puede resultar muy difícil digerir la enseñanza budista que dice que todos somos perfectos tal como somos y que contamos con todo lo que necesitamos. Pensar que ya somos budas, que ya estamos iluminados, que ya somos y estamos en lo que necesitamos ser y estar, da la impresión de ser una broma. Si así fuese,¿por qué no nos sentimos iluminados? ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué debemos trabajar para revelar esa iluminación?
No obstante, incluso en medio de esas sensaciones y preguntas, es posible hallar en nuestro interior la semilla de nuestro despertar, la semilla de nuestra naturaleza búdica. Podemos verla en nuestro no darnos por vencidos, en nuestra búsqueda de la verdad, al ofrecer nuestra ayuda desinteresada a un amigo. Como ocurre con las semillas en los campos, también ésta está enterrada en nuestro interior, alejada de la luz, y necesitada de aliento a fin de crecer y manifestarse.
La meditación es una manera de alimentar esa semilla. También hay otros métodos, como la risa, trabajar con los demás y dar lo mejor de nosotros mismos en casa momento. Asimismo, llevar a cabo nuestras acciones de manera que reconozcamos nuestra relación con los demás y la naturaleza sagrada de todos los seres.
En los tiempos actuales, y en nuestra cultura, no resulta sorprendente que tantos de nosotros nos veamos como carentes de valor. Somos muchos los que hemos crecido creyendo en nuestra maldad innata. Adem´s, en países como Norteamérica se cree en la supremacía del individualismo, en que todos podemos conseguir lo que nos propongamos, y si no podemos es porque hay algo que falla en nosotros. El pensamiento New Age nos anima a pensar que todo lo que nos ocurre es producto de nuestros pensamientos, sueños y creencias. E incluso el budismo norteamericano se ha apropiado de los conceptos de karma y renacimiento y los ha destilado, convirtiéndolos erróneamente en una especie de puritanismo budista, en virtud del cual nuestras alegrías y aflicciones del momento presente son supuestamente resultado de si hemos sido buenos o malos en el pasado.
La depresión nos ofrece la oportunidad de observar la fuerza con que esas sensaciones de inutilidad, de no pertenencia, están profundamente arraigadas en el fondo de nuestras creencias sobre nosotros mismos. Sin embargo, ser capaces de observar esas creencias de manera directa y simple en lo que son, sin luchar con ellas o desafiarlas, puede ayudar a que se disuelvan.
Lo empezamos a conseguir permitiéndonos que esas sensaciones y creencias permanezcan con nosotros, sin tratar de alejarlas. Cuando dejamos que se conviertan en algo familiar, dejan de ser los monstruos a los que tememos. En lugar de ello, muchas de las cosas que nos hacen sentir carentes de valor – la cólera, la avaricia y el miedo– han sido simplemente nuestras respuestas humanas al dolor y el sufrimiento.
Al empezar a encontrar una nueva libertad en nuestras vidas, y una mejor comprensión de quiénes somos y qué es en verdad nuestra vida, también podemos dejar atrás nuestra sensación de inutilidad. Podemos existir, como dijo Allen Ginsberg: "Sin credenciales... sin excusas". Podemos darnos cuenta de que pertenecemos al aquí, que llevamos en nosotros las semillas de la compasión y la bondad, que somos todo lo que hace falta ser.
Exploración complementaria
Sentado cómodamente en una silla o cojín, lleve su atención a la respiración. Al inspirar, sienta cómo se llena y crece espacialmente. Deje que el vientre se agrande al inspirar, y se contraiga al espirar.
Inspire el aire fresco que ofrece la tierra a todos los seres. Sienta su sustancialidad física al permanecer sentado, llenando el espacio como todos los seres a su alrededor. Observe cómo todo lo que le rodea existe sin excusarse por ello, sin explicarse cómo o por qué pertenece a lo que pertenece.
Cuando surjan las sensaciones de no ser lo suficientemente valioso, déjelas aparecer, y cuando empiecen a disiparse o debilitarse, déjelas ir. Regrese a la vedad básica de que usted existe en este momento.
Siéntese derecho, con la conciencia de estar vivo, de que importa, y de que puede marcar una diferencia en las vidas de otras personas. Sienta su parentesco con el resto de los seres del mundo, y su derecho básico a existir, y a dar y tomar en su relación con el mundo al igual que hacen ellos.
Si surgen sensaciones de orgullo, déjelas aparecer y desaparecer de la misma manera. Acepte que también forman parte de quién es usted, pero que no son la totalidad. Con suavidad y aceptación, recuérdese que sólo forman parte de lo que le hace humano.
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Tras haberse asentado en la respiración, oriente su atención hacia el corazón. Siente la pesadez, la tristeza que puede existir en él mientras palpita. Mire en su corazón y observe todas las ocasiones en que se ha dicho que no daba la talla, que carecía de importancia, que no pertenecía al lugar.
Mientras continúa concentrado en la respiración, observe en su corazón todas las veces en que se ha dicho a sí mismo que no daba la talla, que cualquiera era mejor que usted.
Observe las heridas que ha ido almacenando en su corazón. Las ocasiones en que la gente le ha dicho que era estúpido, o un inútil, o que carecía de importancia, y que usted ha creído. Las ocasiones en que ha sido herido o abandonado, o ignorado. Las veces en que no fue elegido, las que no llegó a sentir que pertenecía, las que estuvo solo sin querer estarlo.
Mientras observa todas esas heridas, sienta la calidez de su propia respiración. Insufle bondad en su corazón cada vez que inspire. Sienta cómo la calidez va llenando su corazón.
Ahora piense en la bondad con que ha actuado con los demás, cuando ha ofrecido su tiempo y energía en beneficio de otros seres, las ocasiones en que supo que tenía razón y actuó siguiendo esa convicción. Al recordar esos momentos, sienta cómo las heridas, y la creencia de que no pertenece, van fluyendo fuera de usted con la respiración.
Continúe espirando esas falsas creencias. Permita que sean reemplazadas por el conocimiento de que este cuerpo que habita, y el lugar que ocupa en esta tierra, son suyos, y que pertenece a donde está justo ahora. Deje que el conocimiento de su auténtica pertenencia, de su bondad, de su ser todo lo que necesita ser, llene su corazón.
Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.
¡Hola! No sé en qué parte del mundo te encuentras. Yo en México. Soy Alfredo y he tratado de conseguir este libro pero no lo hay. Me gustaría saber dónde lo conseguiste porque lo he buscado también en la red pero hasta ahora lo que he encontrado es lo que tu tan amablemente haz publicado en tu blog. Ojalá pudieras ayudarme a conseguirlo. Saludos.
ResponderEliminar¡Hola! Alfredo: El libro lo encontré en una biblioteca, en Asturias. Está aquí publicado, pero no en el orden en el que está en el libro. He intentado encontrarlo porque falta la hoja del final con texto. No ha sido posible. Me han dicho que solo está agotado, no descatalogado, con lo que puede ser que lo vuelvan a publicar. Si quieres, puedes leer o recopilar, para poder que lo leas en el orden que a ti te sea necesario, yo me dejé guiar por la intuición al publicarlo así.
ResponderEliminarEs todo cuento te puedo decir a día de hoy.
Cordiales saludos.
Para que puedas leerlo en el orden que a ti te sea necesario... los trasgus haciendo de las suyas... :)
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