miércoles, 28 de noviembre de 2012

Zen y depresión. La vida curativa de la naturaleza


Medicina y enfermedad se curan entre sí. Toda la tierra es medicina. ¿Dónde te encuentras a ti mismo? 
Maestro Zen Ummon

El mundo natural es una casa espiritual... El hombre camina por allí a través de bosques de cosas físicas que también son espirituales, que le observan con miradas afectuosas..
Charles Baudelaire

La depresión es una fractura y una apertura de nuestro corazón. El agente de esa apertura es el mundo del yo, las relaciones y deberes, las ineludibles realidades de la vida humana. Como seres humanos necesitamos estar dispuestos a que nuestros corazones se rompan una y otra vez. 
¿Es eso suficiente? Porque también necesitamos hallar un lugar donde nuestros corazones puedan curarse una y otra vez. Necesitamos un lugar donde renovarnos para vivir de nuevo en el mundo con compasión y acción.
Pasaremos por periodos en los que querremos volver a cerrar nuestros corazones; pero una vez abierto, el corazón anhela permanecer abierto para siempre. Sólo puede volver a cerrarse empleando medidas drásticas, como puede ser insensibilizarnos, por ejemplo, mediante las drogas, o el trabajo obsesivo, o el sexo compulsivo.
Así pues, ¿dónde podemos hallar esa curación que nos permita permanecer vulnerables y abiertos, para permitir que nuestro corazón se rompa una y otra vez? La meditación y su silencio son uno de esos lugares, pero por lo menos existe otro diferente. Cuando el mundo nos ha partido el corazón, la tierra puede volver a curarlo.
La literatura zen es rica en referencias sobre la tierra y la naturaleza. A menudo como agente de realización y aprendizaje (cuando se le preguntó quién había presenciado su gran iluminación, el Buda toco la tierra con la mano). La mayoría de las enseñanzas de las grandes religiones del mundo muestran una reverencia similar hacia la tierra. En las enseñanzas de Jesús, por ejemplo, se trasluce ternura hacia los árboles, las plantas y las flores. Cuando Jesús necesitó curación y enseñanza para su espíritu, se fue solo al desierto. Y cuando san Francisco le pidió a un árbol que le hablase de Dios, éste floración en pleno invierno. 
En la depresión, podemos sentirnos tan solos que a menudo no podemos salir de nuestra habitación por no hablar de casa. No obstante, podemos hallar aceptación, amor y sanación en lugares tranquilos al exterior. Los pájaros no se preocupan de si estamos deprimidos y no nos juzgan. Si permanecemos tranquilos y quietos, se pasearán cerca de nosotros y nos ofrecerán cantos de esperanza y belleza, algo que está ausente de nuestra vida. La tierra nos sostendrá, y un árbol nos ofrecerá cobijo. Como dijo el Buda, la lluvia cae igual sobre todo el mundo y no hace distinciones entre iluminados y no iluminados. Tampoco el sol distingue entre depresión y alegría. 
Salir al mundo de esta manera también puede ayudarnos a ir más allá de nosotros mismos y nuestro dolor. Podemos, tal vez, empezar a ver y sentir la absoluta perfección de todas las cosas tal cual son. Si permanecemos sosegados, podemos incluso hallar las respuestas que necesitamos.
Cuando pasé por lo más negro de mi propia depresión, estuve algún tiempo a orillas del lago Superior. Trepé por la montaña baja que dominaba el lago. Encontré un saliente rocoso y me senté en meditación, realizando una plegaria silenciosa. Ni siquiera estaba seguro de lo que pedía o buscaba, pero supe que necesitaba algo. Me prometí a mí mismo que me sentaría y esperaría la respuesta.
Esta a finales de octubre y había bastante frío. Al cabo de casi una hora la fría piedra sobre la que me sentaba empezó a penetrar en mí., y entonces empezó a nevar. Esperé unos cuantos minutos más y decidí que la respuesta que aguardaba no había llegado. Así que decidí dejarlo y me dispuse a ponerme en pie.
Entonces sentó una súbita ráfaga de aire. Dos águilas pescadoras volaban justo pocos metros por encima de mí, tan cerca que pude oír el aleteo de sus plumas cuando sobrepasaron el risco y descendieron hacia el gran lago.
Jesús dijo que buscásemos y hallaríamos: que pidiésemos y se nos daría. En la vida sanadora de la naturaleza, la respuesta puede llegar incluso cuando se está a punto de abandonar.
Para mí, la respuesta de ese día fue: Deja de dar vueltas preguntando y buscando. Ríndete y permanece sosegado y verás los milagros que tienen lugar a tu alrededor. 

Exploración complementaria

Abra la puerta y salga fuera. Tanto si se dirige a su patio trasero como a la azotea de un edificio de pisos en medio de la ciudad o al bosque profundo, fíjese en la vida que se desarrolla a su alrededor. Escuche los sonidos, tanto se se trata del arrullo de palomas urbanas como de los graznidos de un halcón en campo abierto.
No trate de ignorar esos sonidos, sensaciones y emociones. Deje que le hablan, que le canten una gran canción, como si se tratase de una enorme conversación en la que toma parte todo el mundo.
Si puede, y se cuenta con la suficiente privacidad, trate de sentarse en meditación en ese lugar o en otro sitio al aire libre. No juzgue como molestias los sonidos y la actividad que tiene lugar a su alrededor. En lugar de eso, permita que sean los objetos de su atención; déjelos que fluyan a través de usted, dentro y fuera de la casa que es su yo.
Cuando haya acabado, inclínese ente ellos y agradézcales su música.

Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.

(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)

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