Quizá la forma más leve de la culpa sea la experimentada por aquellas personas que, si bien pueden evitar reflexionar en demasía sobre sus relaciones, trabajo, valores y objetivos en general, no han violado conscientemente sus convicciones en gran medida, ni han intentado eludir la realidad y se imponen a lo que consideran irracional. Es posible que operen en un nivel de conciencia inferior al que podrían acceder, pero son más o menos honestos dentro de ese contexto.
Los que si actúan en contra de sus convicciones morales suelen experimentar una mayor carga de culpa. Pero en esto debemos hacer una distinción importante.
Hay personas que, si violan sus propios principios, sienten tanto culpa como ansiedad, pero, de hecho, no se sienten culpables "contundentemente". Están protegidas por el hecho de que tienen unas normas independientes que sostener y una integridad que mantener. Pueden sentir "no debí haber traicionado mis propias normas en este asunto", y seguir gozando de un nivel de autoestima considerable.
La culpa tiende a ser más aguda y dolorosa para las personas cuya posición con respecto a los juicios morales es implícitamente autoritaria. No existe el sano recurso intrínseco de la comprensión racional o el juicio independiente que proteja a transgresores de sentimientos de desprecio esencial cuando desobedecen al prójimo que respetan. Experimentan sus ansiosos sentimientos de culpa como miedo a la desaprobación de ese prójimo. Este se percibe como la voz de la realidad objetiva que los llama a juicio.
En la experiencia psicoterapéutica es tan importante el porcentaje de culpa que tiene que ver con la desaprobación o condena del prójimo respetado, como por ejemplo los padres, que no se recomienda jamás tomar las declaraciones de culpa al pie de la letra. Muchas veces, cuando una persona declara: "Me siento culpable por esto y aquello", lo que quiere decir y difícilmente reconoce es: "Tenía miedo de que mis padres me censuraran si se enteraban de lo que había hecho". A menudo comprobamos que la persona no reprueba realmente la acción. En estos casos, la solución del problema de la "culpa" reside en el coraje para escuchar la voz del sí-mismo; en otras palabras en una mayor autonomía.
Por ejemplo, un hombre declara sentirse culpable de masturbarse porque sus padres le enseñaron que era pecaminoso. Algunas veces, el terapeuta resuelve el problema sustituyendo la autoridad de los padres del paciente por la propia y asegurando al hombre que la masturbación es una actividad perfectamente aceptable. Este tipo de solución habitual entre los terapeutas de tendencia fuertemente didáctica. Se parte de la suposición de que la culpa del hombre viene provocada por su equivocada idea acerca de la moralidad de la masturbación. Según mi experiencia, diría que ésta es la cortina de humo que esconde el problema. Este reside en la dependencia y temor de la autoafirmación, en la imposibilidad de respetar el sí-mismo.
En algunas oportunidades, las declaraciones de culpa representa una cortina de humo de sentimientos de rencor sofocados. No fui capaz de satisfacer las expectativas o normas de otras personas. Tengo miedo de admitir que me siento intimidado por esas expectativas y normas. Tengo miedo de reconocer lo furioso que estoy por lo que se espera de mí. Entonces opto por convencerme y convencer a otros de que me siento culpable de no poder hacer lo que corresponde y, de esta manera, no tengo que temer comunicar mi resentimiento y exponer mi relación con los demás.
Cuando se instruye al individuo que tiene este problema para que reconozca, experimente y exprese el resentimiento, la "culpa" tiende a desaparecer.
En otras palabras, cuando llegamos a ser más honestos con respecto a nuestros propios sentimientos –otra forma de respetar el sí-mismo–, renunciamos a la necesidad de sentirnos "culpables". Al hacer esto, somos más libres para pensar claramente acerca de los valores y expectativas que posiblemente necesitemos desafiar.
Nathaniel Branden