Desde el punto de vista de la protección de la autoestima, resulta esencial distinguir entre a culpa racional y la autocondena. Por culpa racional entendemos una evaluación auténtica de alguna acción equivocada, un sentimiento genuino de arrepentimiento o remordimiento y la determinación de efectuar una mejor elección en el futuro. La autocondena es un veredicto dirigido al individuo como tal y contiene una contradicción: ¿si soy irremediablemente despreciable, quién se preocupará lo suficiente como para pronunciar el veredicto? ¿A quién he ofendido íntimamente? Si soy yo quien pronuncia el veredicto, entonces no puedo ser totalmente despreciable.
La culpa racional es una señal de alarma. Nuestra supervivencia y bienestar no se verían beneficiados si careciéramos de la capacidad de reprocharnos a nosotros mismos. Algunas veces, en estado de conciencia semiconcentrada, nos comportamos ciegamente, mal o de una manera irresponsable, y la primera señal para llamar nuestra atención consciente la constituye una desagradable sensación que pertenece a la culpa.
Pero la culpa irracional –que subvierte los fines de la supervivencia y el bienestar –alcanza proporciones virtualmente epidémicas. Por eso puede llegarse a decir: "Me siento culpable por desear a la esposa de mi mejor amigo".
Lo cual implica que nuestros deseos sexuales se encuentran sometidos a nuestro control volitivo directo y jamás deben fluir de manera inconveniente o en una dirección inadecuada.
Traducción más probable: las personas que respeto me condenarían por tener estos deseos.
O: "Me siento culpable por ser tan atractivo".
Implicación: mi atractivo constituye mi castigo hacia aquellos que no lo poseen.
Traducción más probable: tengo miedo de los celos o envidia de otras personas.
O: "Me siento culpable por ser tan inteligente".
Implicación: nací con un buen coeficiente mental a expensas de todos los que no lo poseen; a peor aún, considerando que todo individuo debe ejercitar el potencial de inteligencia con el que nació, no merezco ningún reconocimiento por lo que he hecho con mis dotes.
Traducción más probable: tengo miedo de la animosidad de aquellos que se sienten agraviados por mi inteligencia.
O: "Me siento culpable por recibido trato preferencial de mis padres respecto de mis hermanas, porque era el único hombre".
Implicación: soy moralmente responsable del comportamiento de mis padres.
Traducción más probable: siento resentimiento por la carga y expectativas que constituyen la otra cara del trato preferencial que reciben los hijos varones.
O: "Me siento culpable de ser humano: nací en pecado".
Implicación: resulta significativo hablar de culpa en un contexto en el que no existe la inocencia. Es más: debo aceptar un concepto que justifica la violencia para alcanzar la razón y la moralidad porque lo proclaman las autoridades.
Traducción más probable: esas autoridades guardan el monopolio de la moralidad y los juicios morales: ¿quién soy yo para contraponer mi juicio al suyo?
O: "Me siento culpable porque mis padres nunca me quisieron".
Implicación: la respuesta de mis padres hacia mí sólo pudo haber estado determinada por mi propio carácter, no por problemas suyos que quizá no hayan tenido nada que ver conmigo. Debieron de comprender que yo no tenía valor como persona desde el principio.
Traducción más probable: la única forma de salvaguardar mi relación con ellos, la único forma de seguir siendo su hijo y de conservar la sensación de pertenecer a alguien, consiste en aceptar sus ideas y permitirles que me definan.
O: "Me siento culpable por haber alcanzado el éxito en la vida".
Implicación: no sólo no merezco ningún reconocimiento moral por mis logros, sino que, por la razón que sea, no han triunfado de la misma manera. Es más, estoy en deuda moral hacia los que no han obtenido tanto éxitos como yo en la vida.
Traducción más probable: si no doy muestras de sentirme orgulloso de lo logrado, si oculto mis sentimientos de orgullo no sólo de los demás sino también de mí mismos, quizá la gente me perdone y llegue a agradarle.
Quizá deba admitir que, en una época en la que al igualitarismo avanza desconsoladamente y en la que existen personas que piensan que cualquier forma de desigualdad –de inteligencia, carácter, riqueza o atractivo físico– implica una injusticia por parte de alguien hacia algún otro, algunas de las instancias de culpa recién descritas pueden no ser consideradas irracionales. Quizá estos ejemplos no sólo resulten conocidos para algunos lectores, sino que posiblemente otros los considerarán razonables. Destacaré que cuando se exploran estas actitudes en el contexto de la psicoterapia, lo que emerge no es un proceso de razonamiento moral, sin el ocultamiento de un profundo temor a la autonomía, el miedo a no "pertenecer".
Existe una paradoja en la aceptación de la culpa inmerecida. Con mucha frecuencia, el resultado es la creación de una verdadera culpa. Si, por ejemplo, tengo miedo de afirmar mi derecho a existir o ser feliz, si carezco del coraje de ser honesto acerca del orgullo que siento por los éxitos que he obtenido o por el placer que me producen los beneficios de los que disfruto, entonces muy dentro de mi existe la incómoda sensación de la autotraición, la capitulación de la integridad, la aceptación de valores y normas que no respeto honestamente. Y cuando la autoestima está socavada, puedo comenzar a realizar acciones contrarias a los principios que realmente respeto.
De la misma manera en que aceptar y expresar resentimiento puede acarrear la desaparición de lo que se denomina "culpa", un procedimiento similar con los sentimientos de orgullo y felicidad puede alejar remordimientos de conciencia que no tengan una verdadera razón de ser. Así como puede necesitarse coraje para ser coherente con respecto al resentimiento, también puede necesitarse esta cualidad para admitir sentimientos de orgullo y felicidad. Según mi experiencia, parece necesitarse más coraje para esto último que para lo primero.
Nathaniel Branden
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