lunes, 31 de diciembre de 2012

La belleza que no muere. ¡Feliz y Renovador Año Nuevo 2013!

haideé iglesias

Esa belleza que a día de hoy contemplo con los ojos. Y que está más allá de estos. La luz que en todos habita, mal que les pese a quienes aún no lo entienden, principalmente porque no la sienten. Mas, es posible aprenderlo. 
¡Feliz y Renovador Año Nuevo 2013! 

Y la pregunta que propongo en el otro blog: 

Bueno, estoy dispuesta a recibir respuestas a esta pregunta que surgió hoy en mi:
Estamos en ese día que llamamos lunes, vamos, comienzo de una semana. 
Estamos en el final de un mes, diciembre. 
Estamos en el final de un año, 2012.
¿Cómo es que comenzamos otro mes, enero, y otro año, 2013, siguiendo con el día de la  semana que sigue a lunes –o sea martes– tal como si nada hubiera pasado si todo lo demás, mes y año, se terminan? 
¡Hale!, ¡a pensar! Este es un modo de romper la cadena ininterrumpida de pensa-mientos que nos encadena a la rueda sin fin que tanto sufrimiento nos causa.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Efímero

haideé iglesias

El problema de la culpa (IV) y última


Desde el punto de vista de la protección de la autoestima, resulta esencial distinguir entre a culpa racional y la autocondena. Por culpa racional entendemos una evaluación auténtica de alguna acción equivocada, un sentimiento genuino de arrepentimiento o remordimiento y la determinación de efectuar una mejor elección en el futuro. La autocondena es un veredicto dirigido al individuo como tal y contiene una contradicción: ¿si soy irremediablemente despreciable, quién se preocupará lo suficiente como para pronunciar el veredicto? ¿A quién he ofendido íntimamente? Si soy yo quien pronuncia el veredicto, entonces no puedo ser totalmente despreciable. 
La culpa racional es una señal de alarma. Nuestra supervivencia y bienestar no se verían beneficiados si careciéramos de la capacidad de reprocharnos a nosotros mismos. Algunas veces, en estado de conciencia semiconcentrada, nos comportamos ciegamente, mal o de una manera irresponsable, y la primera señal para llamar nuestra atención consciente la constituye una desagradable sensación que pertenece a la culpa. 
Pero la culpa irracional –que subvierte los fines de la supervivencia y el bienestar –alcanza proporciones virtualmente epidémicas. Por eso puede llegarse a decir: "Me siento culpable por desear a la esposa de mi mejor amigo".
Lo cual implica que nuestros deseos sexuales se encuentran sometidos a nuestro control volitivo directo y jamás deben fluir de manera inconveniente o en una dirección inadecuada. 
Traducción más probable: las personas que respeto me condenarían por tener estos deseos. 

O: "Me siento culpable por ser tan atractivo". 
Implicación: mi atractivo constituye mi castigo hacia aquellos que no lo poseen.
Traducción más probable: tengo miedo de los celos o envidia de otras personas.

O: "Me siento culpable por ser tan inteligente". 
Implicación: nací con un buen coeficiente mental a expensas de todos los que no lo poseen; a peor aún, considerando que todo individuo debe ejercitar el potencial de inteligencia con el que nació, no merezco ningún reconocimiento por lo que he hecho con mis dotes.
Traducción más probable: tengo miedo de la animosidad de aquellos que se sienten agraviados por mi inteligencia.

O: "Me siento culpable por recibido trato preferencial de mis padres respecto de mis hermanas, porque era el único hombre". 
Implicación: soy moralmente responsable del comportamiento de mis padres.
Traducción más probable: siento resentimiento por la carga y expectativas que constituyen la otra cara del trato preferencial que reciben los hijos varones. 

O: "Me siento culpable de ser humano: nací en pecado".
Implicación: resulta significativo hablar de culpa en un contexto en el que no existe la inocencia. Es más: debo aceptar un concepto que justifica la violencia para alcanzar la razón y la moralidad porque lo proclaman las autoridades. 
Traducción más probable: esas autoridades guardan el monopolio de la moralidad y los juicios morales: ¿quién soy yo para contraponer mi juicio al suyo?

O: "Me siento culpable porque mis padres nunca me quisieron".
Implicación: la respuesta de mis padres hacia mí sólo pudo haber estado determinada por mi propio carácter, no por problemas suyos que quizá no hayan tenido nada que ver conmigo. Debieron de comprender que yo no tenía valor como persona desde el principio. 
Traducción más probable: la única forma de salvaguardar mi relación con ellos, la único forma de seguir siendo su hijo y de conservar la sensación de pertenecer a alguien, consiste en aceptar sus ideas y permitirles que me definan. 

O: "Me siento culpable por haber alcanzado el éxito en la vida". 
Implicación: no sólo no merezco ningún reconocimiento moral por mis logros, sino que, por la razón que sea, no han triunfado de la misma manera. Es más, estoy en deuda moral hacia los que no han obtenido tanto éxitos como yo en la vida.
Traducción más probable: si no doy muestras de sentirme orgulloso de lo logrado, si oculto mis sentimientos de orgullo no sólo de los demás sino también de mí mismos, quizá la gente me perdone y llegue a agradarle.

Quizá deba admitir que, en una época en la que al igualitarismo avanza desconsoladamente y en la que existen personas que piensan que cualquier forma de desigualdad –de inteligencia, carácter, riqueza o atractivo físico– implica una injusticia por parte de alguien hacia algún otro, algunas de las instancias de culpa recién descritas pueden no ser consideradas irracionales. Quizá estos ejemplos no sólo resulten conocidos para algunos lectores, sino que posiblemente otros los considerarán razonables. Destacaré que cuando se exploran estas actitudes en el contexto de la psicoterapia, lo que emerge no es un proceso de razonamiento moral, sin el ocultamiento de un profundo temor a la autonomía, el miedo a no "pertenecer".  
Existe una paradoja en la aceptación de la culpa inmerecida. Con mucha frecuencia, el resultado es la creación de una verdadera culpa. Si, por ejemplo, tengo miedo de afirmar mi derecho a existir o ser feliz, si carezco del coraje de ser honesto acerca del orgullo que siento por los éxitos que he obtenido o por el placer que me producen los beneficios de los que disfruto, entonces muy dentro de mi existe la incómoda sensación de la autotraición, la capitulación de la integridad, la aceptación de valores y normas que no respeto honestamente. Y cuando la autoestima está socavada, puedo comenzar a realizar acciones contrarias a los principios que realmente respeto. 
De la misma manera en que aceptar y expresar resentimiento puede acarrear la desaparición de lo que se denomina "culpa", un procedimiento similar con los sentimientos de orgullo y felicidad puede alejar remordimientos de conciencia que no tengan una verdadera razón de ser. Así como puede necesitarse coraje para ser coherente con respecto al resentimiento, también puede necesitarse esta cualidad para admitir sentimientos de orgullo y felicidad. Según mi experiencia, parece necesitarse más coraje para esto último que para lo primero. 

Nathaniel Branden

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El problema de la culpa (III)


Sin negar que hay momentos en que las personas se sienten realmente culpables porque no han vivido de acuerdo con normas que ellas mismas respetan, un enorme porcentaje de lo que se suele llamar "culpa" resulta ser un disfraz de otros sentimientos que han sido ocultados, como en los ejemplos descritos. Cuando sospecho sobre la autenticidad de las declaraciones de culpa de una persona, suelo pedirle que complete la frase: "Lo bueno de sentirse culpable es que..." Las siguientes son las respuestas más frecuentes:

Lo bueno de sentirse culpable es que:
Me permite permanecer paralizado.
No tengo que hacer nada.
La gente siente pena por mí.
Prueba que soy una persona moral.
No tengo que cambiar.
Puedo sentirme superior a otras personas (que no tienen la integridad de sentirse culpables).
Puedo sentir pena por mí.
Puedo manipular a otras personas para que me digan que soy bueno.
Puedo dar la razón a mis padres.

La mayoría de estos finales de frase se explican por sí mismos. Quizá no ocurra esto con el último, que resulta sumamente importante.
Supongamos que, de pequeños, recibimos mensajes de nuestros padres acerca de que somos malos, por razones que pueden tener poco o nada que ver con nuestro verdadero comportamiento. Un "buen" niño es el que se adapta al punto de vista que los padres tienen de las cosas. De manera que, si un niño quiere ser bueno y se le dice que es malo, se genera una dolorosa paradoja. Veamos:

Quiero ser bueno.
Mis padres me dicen que soy malo.
Un buen niño no contradice a sus padres.
Entonces, para ser bueno hay que ser malo.
Si realmente tuviera que ser bueno, me volvería malo, ya que mis padres me dicen que no soy bueno y no está bien contradecirlos.
Si soy malo, soy bueno, ya que me adecuo al punto de vista que mis padres tienen de las cosas.
Por otro lado, si tuviera que ser bueno, me haría malo: desobediente e incumplidor. 

En otras palabras, si relaciono mi autoestima con la aprobación de mis padres y el precio de la aprobación es el cumplimiento, entonces terminaré persiguiendo la autoestima positiva aceptando la autoestima negativa. 
Este conflicto constituye uno de los problemas más comunes que pueden encontrarse entre los pacientes de psicoterapia. La solución, en principio, reside una vez más en aumentar la autonomía, cambiando las fuentes de autoestima de las señales externas a las internas, del juicio de los padres al propio, lo cual implica aprender a respetar el sí-mismo.
La dificultad con la que muchas personas se enfrentan cuando tratan de realizar esta mutación es el miedo a la soledad y la propia responsabilidad. Nunca superaron la noción infantil de que la relación con sus padres resulta esencial para la supervivencia. Tampoco descubrieron adecuadamente su propia capacidad para afrontar los desafíos de la vida. De modo consciente o subconsciente, siguen siendo niños. No tiene ninguna importancia que en realidad puedan haber demostrado ser más capaces de sobrevivir que sus padres. 
Así descrito, el problema puede parecer casi agobiante, lo cual es lamentable, ya que afrontarlo y superarlo puede describirse como una empresa heroica (si consideramos el coraje y la perseverancia criterios esenciales del heroísmo).
No maduramos negando o reprimiendo nuestros sentimientos de dependencia, sino aceptándolos, experimentándolos, para luego dejarlos atrás aprendiendo a escuchar y respetar nuestras señales internas –a pensar por nosotros mismos– y a dejarnos guiar por nuestras propias conclusiones. 

Nathaniel Branden


lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Feliz Nochebuena y Día de Navidad!

haideé iglesias

El aliento de la paz inunda el corazón y nos aporta serenidad y comprensión profundas. La paz es el camino -.-

jueves, 20 de diciembre de 2012

El problema de la culpa (II)


Quizá la forma más leve de la culpa sea la experimentada por aquellas personas que, si bien pueden evitar reflexionar en demasía sobre sus relaciones, trabajo, valores y objetivos en general, no han violado conscientemente sus convicciones en gran medida, ni han intentado eludir la realidad y se imponen a lo que consideran irracional. Es posible que operen en un nivel de conciencia inferior al que podrían acceder, pero son más o menos honestos dentro de ese contexto. 
Los que si actúan en contra de sus convicciones morales suelen experimentar una mayor carga de culpa. Pero en esto debemos hacer una distinción importante. 
Hay personas que, si violan sus propios principios, sienten tanto culpa como ansiedad, pero, de hecho, no se sienten culpables "contundentemente". Están protegidas por el hecho de que tienen unas normas independientes que sostener y una integridad que mantener. Pueden sentir "no debí haber traicionado mis propias normas en este asunto", y seguir gozando de un nivel de autoestima considerable. 
La culpa tiende a ser más aguda y dolorosa para las personas cuya posición con respecto a los juicios morales es implícitamente autoritaria. No existe el sano recurso intrínseco de la comprensión racional o el juicio independiente que proteja a transgresores de sentimientos de desprecio esencial cuando desobedecen al prójimo que respetan. Experimentan sus ansiosos sentimientos de culpa como miedo a la desaprobación de ese prójimo. Este se percibe como la voz de la realidad objetiva que los llama a juicio. 
En la experiencia psicoterapéutica es tan importante el porcentaje de culpa que tiene que ver con la desaprobación o condena del prójimo respetado, como por ejemplo los padres, que no se recomienda jamás tomar las declaraciones de culpa al pie de la letra. Muchas veces, cuando una persona declara: "Me siento culpable por esto y aquello", lo que quiere decir y difícilmente reconoce es: "Tenía miedo de que mis padres me censuraran si se enteraban de lo que había hecho". A menudo comprobamos que la persona no reprueba realmente la acción. En estos casos, la solución del problema de la "culpa" reside en el coraje para escuchar la voz del sí-mismo; en otras palabras en una mayor autonomía. 
Por ejemplo, un hombre declara sentirse culpable de masturbarse porque sus padres le enseñaron que era pecaminoso. Algunas veces, el terapeuta resuelve el problema sustituyendo la autoridad de los padres del paciente por la propia y asegurando al hombre que la masturbación es una actividad perfectamente aceptable. Este tipo de solución habitual entre los terapeutas de tendencia fuertemente didáctica. Se parte de la suposición de que la culpa del hombre viene provocada por su equivocada idea acerca de la moralidad de la masturbación. Según mi experiencia, diría que ésta es la cortina de humo que esconde el problema. Este reside en la dependencia y temor de la autoafirmación, en la imposibilidad de respetar el sí-mismo. 
En algunas oportunidades, las declaraciones de culpa representa una cortina de humo de sentimientos de rencor sofocados. No fui capaz de satisfacer las expectativas o normas de otras personas. Tengo miedo de admitir que me siento intimidado por esas expectativas y normas. Tengo miedo de reconocer lo furioso que estoy por lo que se espera de mí. Entonces opto por convencerme y convencer a otros de que me siento culpable de no poder hacer lo que corresponde y, de esta manera, no tengo que temer comunicar mi resentimiento y exponer mi relación con los demás. 
Cuando se instruye al individuo que tiene este problema para que reconozca, experimente y exprese el resentimiento, la "culpa" tiende a desaparecer. 
En otras palabras, cuando llegamos a ser más honestos con respecto a nuestros propios sentimientos –otra forma de respetar el sí-mismo–, renunciamos a la necesidad de sentirnos "culpables". Al hacer esto, somos más libres para pensar claramente acerca de los valores y expectativas que posiblemente necesitemos desafiar. 

Nathaniel Branden

El problema de la culpa (I)


La esencia de la culpa, sea ésta importante o menor, radica en el remordimiento de conciencia moral: me he comportado mal habiendo tenido la posibilidad de no hacerlo. La culpa siempre contiene la implicación de elección y responsabilidad, independientemente de que seamos o no conscientes de ello. 
Hemos visto que, para un niño, la autocondena y la culpa pueden tener un valor de duración limitada si surgen para hacer le mundo del niño más inteligible y para ofrecer un cierto sentido de control sobre la vida. Puede persistir en la edad adulta la imperiosa necesidad de creer que el universo es "justo" y que las cosas terribles no les ocurren a las personas inocentes: por ejemplo, cuando las víctimas de persecuciones políticas se culpan a sí mismas, o se las alienta para que lo hagan, en vez de afrontar el hecho de que pueden ser marionetas indefensas en manos de fuerzas irresponsables y malintencionadas.
En la actualidad, existen ciertos cursos de control de la conciencia y supuestas disciplinas espirituales que enseñan que "somos responsables de todo lo que nos sucede" o que "somos los artífices de todo lo que nos ocurre". Apelan a la necesidad de sentirse bajo control, la necesidad de sentirse eficiente. Pero este punto de vista puede llevar a la conclusión de que un bebé de un año en un país en guerra es responsable de que le alcance una bomba. Lo increíble es que existen quienes no reniegan de esta deducción. 
Hace algunos años, participé en un debate con un renombrado psicólogo que insistía en que los niños que aún no han nacido son responsables de elegir a sus padres, lo cual le llevó a la conclusión de que el niño golpeado ha elegido torturadores. No encontró respuesta para la pregunta obvia: ¿los padres tuvieron alguna elección en la cuestión o estuvieron a la absoluta merced de la voluntad del niño no nacido? Lo cierto es que, con el fin de no corromper el concepto de responsabilidad necesitamos mantenerlo dentro de ciertos límites racionales. 
A menudo me encuentro, entre mis pacientes, con el problema de no saber definir estos límites. Un ser querido –marido, mujer, un hijo– muere en un accidente y, a pesar de que el paciente sabe que la idea es irracional, siente que "de alguna manera debería haberlo evitado". Algunas veces la culpa, en parte, es alimentada por el arrepentimiento de acciones ejecutadas o no ejecutadas mientras la persona vivía. Pero en el caso de las muertes que parecen carecer de sentido, como cuando muere alguien atropellado por un conductor imprudente o durante alguna operación menor, el superviviente puede experimentar la insoportable sensación de encontrarse fuera de control, de verse indefenso y a merced de un hecho que no tiene un significado racional. En un caso de este tipo, la autocondena o el remordimiento de conciencia pueden apaciguar la angustia y disminuir la sensación de impotencia. El superviviente piensa: "Si tan sólo hubiera hecho esto y lo otro  de un modo diferente, este terrible accidente no habría ocurrido". De este manera, la culpa explica la necesidad de eficacia otorgando una ilusión de eficacia. 
Algunas veces, esta misma forma de culpa inmerecida se produce después de un divorcio o problemas con los hijos. En estas situaciones, se puede pensar: "De alguna manera debí haber sabido cómo evitar esto; de alguna manera, debí haber sabido que hacer". Aún cuando no se tenga muy claro, cómo se podría haber actuado de otro modo y aún cuando puedan haber entrado en juego elementos decisivos ajenos al control personal del individuo atormentado.
No es infrecuente que este tipo de culpas aquejen también a personas con una alta autoestima, disminuyéndosela temporalmente. Pero cuando partimos de una baja autoestima, las culpas encuentran naturalmente terreno fértil donde desarrollarse, empeorando un autoconcepto ya deficiente de por sí. 
Lo enunciado en estos párrafos explica por qué, para proteger la autoestima, debemos comprender claramente los límites de la responsabilidad volitiva. Donde no hay control, no puede haber responsabilidad, y donde no hay responsabilidad, no cabe remordimiento de conciencia alguno, Pesar, si; culpa, no. 
Cuando no existe ni evasión, ni responsabilidad, ni violación consciente de la integridad, no hay fundamentos racionales para el sentimiento de culpa. Naturalmente, puede haber fundamentos para el dolor o el arrepentimiento por errores de juicio. Desde el punto de vista de la autoestima, esta distinción es de crucial importancia. 
El concepto del pecado original –de culpa en la que no existe la posibilidad de inocencia, ni de libertad de elección, ni otras alternativas– se contrapone a la autoestima por su propia naturaleza. Por lo tanto, resulta antihumano. 
El problema de la culpa puede tomar muchas formas. Consideremos las más frecuentes. 

Nathaniel Branden


lunes, 17 de diciembre de 2012

Armonización espontánea

haideé iglesias

Antaño había personas que vivían en lo esencial desconocido, su espíritu y su energía no fluían al exterior. Para ellos todo era paz, por lo que eran felices y permanecían sernos Las energías negativas no podían dañarles. 
En aquel entonces la mayoría de la gente eran salvajes. No distinguían el Este del Oeste. Erraban en busca de comida, luego tamborileaban en sus estómagos y jugaban después de haber comido. Sus relaciones estaban preñadas de armonía natural y se alimentaban de las bendiciones de la tierra. 
La cultura es una forma de unir a las gentes. Los sentimientos son comunicaciones internas con un impulso para la acción externa. Elimina los sentimientos mediante la cultura y perderás los sentimientos. Destruye la cultura por medio de los sentimientos y perderás la cultura.
Cuando la cultura es ordenada y los sentimientos se comunican, nos encontramos entonces en la cumbre del desarrollo humano.
Lo cual significa que tener una visión general es una virtud.

Cuando gobernaba la gente perfecta, la mente y el espíritu estaban en su sitio, el cuerpo y la naturaleza armonizaban. En tiempo de calma, absorbe virtud; en momentos de acción aplica la razón. Sigue la naturaleza tal cual es y se concentra en la evolución ineludible. Es claro y no está reglamentado, de modo que el mundo se armoniza espontáneamente, es sereno y carece de deseos, por lo que la gente es sencilla por naturaleza. No existe fortuna y por tanto tampoco desgracia; no existen luchas, pero las necesidades vitales son ampliamente satisfechas. Engloba toda la tierra y enriquece su posteridad, pero nadie sabe quién o qué lo ha hecho. 

El Tao de la política. Sobre el estado y la sociedad.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Zen y depresión. Muerte

La gente cree que sólo mueren los otros.
Se olvidan de que tarde o temprano ellos también lo harán...
Convierte la palabra "muerte" en el dueño de tu corazón, observándola y soltando todo lo demás.

El Buda denominó la muerte una de las principales formas de sufrimiento. Se refería no sólo al acto físico de morir, sino también al abandono de esta vida, con todos los placeres y alegrías, con sus relaciones y apegos. No sabemos lo que ocurre con nosotros después de la muerte, pero el pensar que dejaremos de existir como lo hacemos en este mundo resulta aterrador.
Tomar conciencia de la muerte nos recuerda la naturaleza preciosa de la vida, y por ello nos proporciona una perspectiva más cuerda respecto de los problemas de la vida que vivimos. No obstante, esa conciencia no aminora muestro miedo al hecho de que moriremos.
En la depresión nos hacemos intensamente conscientes de la muerte. En realidad, el pensamiento de la muerte parece estar siempre presente en nuestras mentes. Podemos penar en nuestra propia muerte bastante a menudo. En ocasiones incluso podemos desearla. También pensamos en las muertes de todas las personas, posesiones y relaciones que atesoramos. Nos hacemos extremadamente conscientes de la impermanencia de las cosas que nos rodean.
Y nuestra percepción es correcta. Esto mundo es impermanente. Todo nace y muere constantemente a nuestro alrededor.
Hay una historia acerca de una mujer a la que le murió un hijo en tiempos de Buda. Se acercó a éste con su hijo muerto pidiendo que devolviera la vida al niño. El Buda respondió que podría hacerlo si ella le traía una semilla de mostaza que le hubiese dado una familia que desconociese la muerte de un padre, de un hijo o amigo. Así que la mujer se dedicó a buscar ansiosamente la semilla de mostaza. Cuando regresó, con las manos vacías, se dio cuente de que no hay nadie que no se vea afectado por la muerte.
Cuando vemos muerte por todas partes durante nuestra depresión, no la estamos imaginando. Nuestra labor entonces es no darnos por vencidos por ello y –lo más importante– no ceder a la seducción de la muerte. Nuestra labor entonces es continuar viviendo con un corazón abierto, vivir el momento presente, con fe y coraje.
Todos nos sorprendemos cuando leemos una historia sobre dos personas que se enamoran y deciden casarse aunque uno de ellos padece una enfermedad terminal. Da la impresión de que arriesgarse a recorrer ese aterrador y doloroso viaje, de que para decidirse a amar a alguien de quien se sabe que durará poco junto a nosotros hace falta mucho amor y valentía. 
Y no obstante, ¿no es eso lo que ocurre con todas nuestras vidas? Seguimos adelante, incluso aunque nosotros también estemos aquí por un corto período de tiempo. Vivimos día a día  y amamos a otros frágiles seres humanos que también cuentas con un domino muy tenue de la vida. ¿Es que eso no requiere un gran coraje y amor?
Vivir en mido de la muerte resulta en realidad asombroso. Joseph Goldstein explica la historia de una monja que conoció en India., que salía a la calle y excavaba una cucharada de tierra al día. Él le preguntó qué estaba haciendo y ella replicó que era una tarea que le había encomendado su maestro: "Cada día excavo un poco más de mi propia tumba". Y Stephen Levine habla de un maestro que explicaba por qué podía apreciar la taza de té en la que bebía: "Para mí, esta taza de té ya está rota", decía.
Estas historias pueden resultarnos chocantes, pero son muy valiosas. La literatura budista –al igual que la literatura de otras religiones– está llena de historias de gente que empezaron a buscar respuestas a las grandes preguntas de la existencia tras un encuentro con la muerte. El mismo Buda empezó su propia búsqueda espiritual después de presenciar cómo llevaban un cadáver a su último lugar de descanso. Así que podemos decir que somos afortunados por estar deprimidos, porque tenemos la oportunidad de probar la muerte, de practicar la impermanencia, de ver la muerte claramente, tal como es.
La realidad de la muerte es una verdad dolorosa. Es lo que confiere a la vida ese gusto agridulce, el misterio. Pero así es como están las cosas, y mientras pasamos la depresión, durante un tiempo, tenemos la oportunidad de ver sin los anteojos que normalmente utilizamos. Contamos con la ocasión de realizar una elección consciente, de manera muy parecida a la persona que se casa con alguien que está muriendo. Aunque la vida acaba en la muerte para todos nosotros, podemos adelantarnos completamente en este mundo y vivirlo plenamente. Podemos tener presente en nuestras mentes y corazones la consciencia de que la muerte y la impermanencia es lo que confiere a la vida su inapreciable valor, su belleza.
Una antigua historia budista nos habla del gran maestro tibetano Marpak, cuyo hijo mayor había muerto. Sus estudiantes fueron a visitarle y le hallaron presa de gran consternación, sollozando y gimiendo. Conmocionados, le preguntaron: "Maestro, ¿cómo podéis llorar cuando nos habéis enseñado que todo es impermanencia e ilusión?".
"Si, es cierto –dijo–, y perder un hijo es la ilusión más dolorosa de todas."
No busquemos dejar de sentir pesar o tristeza. Más bien, lo que queremos es sentir todo lo que hay que sentir, y mantener abiertos nuestros corazones a pesar del dolor.
Amamos el mundo a pesar de que todo muere a nuestro alrededor. Porque también es cierto que todo está naciendo. La depresión nos ofrece la oportunidad de verlo con claridad. Podemos sentir pesar por las pérdidas, y podemos deleitarnos en un mundo que está constantemente recreándose a si mismo, con el brotar de las flores y el nacer de los niños. 

Exploración complementaria

Sentado tranquilamente, lleve su atención a la respiración. Sienta alzarse y descender el vientre mientras inspira y espira. 
Siga las inspiraciones y espiraciones durante unos minutos.
A continuación empiece a concentrarse en la espiración. Sienta cómo sale el aire y cómo se disuelve en el espacio que le rodea. Fíjese en la vacuidad de los pulmones y el vientre al final de cada respiración. Concéntrese en este espacio al final de cada espiración. Puede que se percate de que el ritmo cardíaco desciende durante la espiración. sobre todo en el tramo final. Fíjese también en si sus pensamientos y su mente se calman al final de la respiración. 
Se dice que la conciencia de la espiración puede ser como saborear ligeramente la muerte. Ponga toda su atención en cada espiración, como si fuese la última. Sienta cómo la respiración, los pensamientos y la energía salen de usted y se disuelven en el aire antes de iniciar el proceso de volver a la vida inspirando nuevamente. A continuación sienta el momento en que se ha desprendido de todo el aire, cuando los pulmones y el resto del cuerpo esperan el inicio de la siguiente inspiración. Continúe descansando en ese espacio al final de cada espiración. Continúe descansando en ese espacio al final de cada espiración, siéntase cómodo y familiarícese con él. ¿Podría sentirse como si esta espiración fuese la última?
¿Qué pensamientos y emociones surgen cuando practica la respiración concentrándose de esta manera? 
A continuación lleve su atención de nuevo al ciclo de inspirara y espirar. Fíjese en la inspiración, considérelo un acto deliberado, continuando el ciclo de la vida y la muerte con cada ciclo respiratorio.
Tras observar la respiración de esta manera, oriente lentamente la atención a las cosas que le rodean. Cuando se sienta preparado, levántese del asiento.
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Escriba su propia nota necrológica. ¿Cómo ha vivido? ¿Qué ha logrado en la vida? ¿En qué ha fracasado? ¿Qué dice la gente en su funeral? ¿Vivió una vida larga? ¿Se marchó antes de sentir que estaba listo para hacerlo?
Después de escribirla, tómese algo de tiempo para explorar cómo se siente tras hacerlo. ¿está triste o enfadado? ¿Es la primera vez que ha pensado de manera concreta en su propia muerte?
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En la depresión, pensar en el suicidio no es sólo algo muy común, sino casi inevitable. Normalmente pensamos:"Todo el mundo estaría mejor sin mi", o: "Si me muero nadie me echará de menos". Por lo general, esas frases no son ciertas.
Tómese algo de tiempo para pensar con realismo en los efectos que su suicidio tendría sobre los demás. Imagina cómo se sentirían las personas que le rodean si se quitase la vida hoy. Imagine a la gente encontrando su cuerpo, enterándose de la noticia de su muerte. Imagínese en su funeral.
Ahora imagine a esos mismos amigos, familiares y conocidos al cabo de tres meses, de seis, y tras dos años. ¿Cómo se sienten a causa de su muerte? ¿Qué efecto ha tenido eso en sus vidas? Si tiene hijos, piense en cómo se desarrollan sus vidas sin usted. Si está casado o tiene compañero o compañera, ¿qué le ha sucedido a esa persona? ¿Sigue existiendo un vacío en las vidas de sus amigos?
Ahora compare esa imagen con la de que nadie le echa de menos, que a todo el mundo le va mejor sin usted. ¿Cuál de las dos imágenes es más acertada?


Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.

(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Acción sin mérito

haideé iglesias


El cristiano se halla, por lo visto, demasiado consciente de Dios, puesto que dice que vive, se mueve y es en El. El Zen quisiera borrar, dentro de lo posible, esta última huella de esta conciencia de Dios. De ahí que el maestro del Zen nos indique que no permanezcamos donde se encuentra Buda y que pasemos raudos a donde él no esté. Toda la formación, tanto práctica como teórica, de los monjes en el Zendô, está estructurada sobre el fundamento de la "acción sin mérito". Esta idea se recoge poéticamente en los siguientes versos: 

"La sombra del bambú cae sobre los peldaños de 
                                                                          piedra,
los acaricia, pero ni una sombra de polvo se levanta; 
En el fondo del estanque se refleja la luna,
mas el agua por sus rayos no se agita."

En resumen: el Zen es –lo cual se ha de acentuar sobremanera– un asunto de experiencia personal. Si hay algo en el mundo que se pueda calificar de experiencia pura, esto es el Zen. Ni una montaña de libros, ni un sin número de maestros hacen de un hombre maestro del Zen. La vida misma tiene que ser aprehendida en medio de su devenir, detenerla para estudiarla y analizarla equivale a matarla, y no nos queda más que un cadáver yerto en nuestros brazos. 

Daisetsu Teitaro Suzuki

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los métodos

haideé iglesias

El único objetivo de todos los procedimientos ceremonias, máximas y expresiones del Zen es captar la atención del discípulo. Lo único que verdaderamente importa es la liberación, y nadie debería identificarse con los métodos utilizados. 

Maestro Yuanwu

martes, 4 de diciembre de 2012

Opción

haideé iglesias

La esencia de la grandeza consiste
en la capacidad de optar por la propia realización personal
en circunstancias en que otras personas optan por la locura.

Leído en un libro de Wayne W. Dyer: "Tus zonas erróneas"

domingo, 2 de diciembre de 2012

Descubrir puntos fuertes. Descubrir flaquezas. Y, todos iguales a uno

haideé iglesias

Permite que los individuos sigan su naturaleza, están seguros en sus moradas, vivan lo mejor que puedan y ejerzan sus capacidades. De este modo incluso los ignorantes descubrirán que tienen puntos fuertes, e incluso los inteligentes descubrirán flaquezas.

Los caballos no pueden utilzarse para llevar cargas pesadas; los bueyes no pueden utilizarse para atrapar lo que va rápido. El plomo no debe utilizarse para confeccionar espadas; el bronce no debe usarse para hacer arcos. El acero no es apropiado para construir barcos; la madera no es útil para hacer ollas. Empléalas apropiadamente, utilízalas donde corresponde y todas las cosas y los seres serán iguales a uno. 

El Tao de la política.
Sobre el estado y la sociedad.


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