miércoles, 1 de mayo de 2013

Es peligroso aprender demasiado (VI)


Son asombrosas las repercusiones que puede tener incluso un pequeño cambio de perspectiva. Recuerdo que un jugador de fútbol blanco de un equipo universitario comentaba cuánto había significado para él el libro de James Agee Let Us Now Praise Famous Men (Hablemos de algunos hombres famosos). Antes de leer esa oda a los hombres corrientes, estaba convencido de que "para ser un hombre había que ganar mucho dinero". Tras su lectura, empezó a comprender que "lo importante es lo que hacemos, no cuánto hacemos". A principios de los setenta, cuando los cursos de historia de la mujer eran raros, Gerda Lerner empezó a organizar cursillos abiertos sobre este tema en Nueva York. Luego describiría así la experiencia: "Incluso un breve contacto con las vivencias pasadas de las mujeres como el que puede obtenerse en un seminario de dos semanas, tiene un profundo impacto psicológico sobre las participantes. (…) Conocer la historia de las mujeres transforma su propia vida."
Otro tanto puede decirse de la historia sepultada de cualquier otro grupo. La poeta y escritora Judy Grahn describe o que supuso para ella averiguar, hace diez años, el honorable papel que tradicionalmente se reservaba a las lesbianas y los homosexuales en las antiguas culturas de más de ochenta naciones indias norteamericanas:

El día que hice ese descubrimiento sentí que me liberaba de un enorme peso, el peso del aislamiento y de recibir nuestra única definición de quienes nos odian. Aquel día comprendí que ser homosexual es una característica universal, como cocinar, como adornarse el cuerpo, como cantar, como pronosticar el tiempo. Y después de conocer la posición social y las funciones especiales asignadas por las tribus indias a esas personas, a quienes confiaban las tareas de escoger los nombres, de sanadoras, adivinas, dirigentes y enseñantes precisamente porque presentaban características qeu ahora describimos como homosexuales, comprendí que ser homosexual es algo que trasciende la mera actividad sexual y afectiva. Lo que en los Estados Unidos llamamos homosexualidad no sólo engloba unas características sociales distintivas, sino que quienes participaban de ellas ocuparon durante mucho tiempo posiciones de poder social en la historia y en los rituales de muchos pueblos de todo el planeta. 

Esta distante realidad supuso un apoyo tan importante para ella que "hundí el rostro entre las manos y lloré de alivio", como confesaría luego.* Al acudir, ya en la década de los sesenta, a la Biblioteca del Congreso en busca de libros que hablasen de los gays y las lesbianas se había encontrado con que estos materiales se mantenían guardados bajo llave y sólo se autorizaba a consultarlos a profesionales de la psiquiatría, juristas y otras personas especializadas. 

*Tras este descubrimiento, combinó el relato de experiencias personales con la investigación histórica en su libro Another Mother Tongue: Gay Words, Gay Worlds [Otra lengua materna: palabras homosexuales, mundos homosexuales] (Boston: Beacon Press, 1984, del cual procede la cita anterior, pág. 105), una aproximación a la importancia de la cultura homosexual. 

Sin embargo, tanto en tiempos del sufragismo como en el movimiento feminista actual, las activistas han tendido a concentrarse en la reivindicación de la igualdad de acceso a la educación existente, más que exigir cambios fundamentales en los contenidos enseñados. Incluso una pionera intelectual como Simone de Beauvoir hablo de la rebelión de las mujeres como una cosa del presente y del futuro, sin reivindicar la recuperación de los testimonios de las rebeliones de nuestra historia pasada. Elizabeth Cady Stanton, que tuvo la osadía de reescribir la Biblia como si las mujeres fuesen importantes, se granjeó las críticas de otras sufragistas.Tal vez sea significativo que la instrucción formal recibida por Stanton fuese escasa, en tanto que De Beauvoir era una mujer sumamente instruida. Stanton dio por sentado que las mueres sin duda habían tenido un papel en la historia; a Simone de Beauvoir le habían enseñado otra cosa. 
En estos momentos, la educación convencional sigue moviéndose a caballo entre cautos experimentos y una resistencia hostil a lo que deberían llamarse estudios compensatorios, esto es, todos los esfuerzos por ofrecer a las alumnas y alumnos una visión global del pasado y del mundo presente, en vez de presentarles sólo aquellas partes que no amenazan las estructuras de poder establecidas. En el momento de escribir este libro, grupos de educadores y educadoras adscritos al sistema están intentado desacreditar los esfuerzos en favor de la diversificación de los programas académicos, tachándolos de "políticamente correctos" –o "PC" como se los etiqueta familiarmente en las universidades (siglas que, como muy bien ha señalado Robin Morgan, también podrían leerse como "pura cortesía")–, como si los largos siglos de exclusión no significasen el súmmum (o el contenido profundo) de la política. La calidad también se ha convertido en una consigna para la exclusión como si lo verdaderamente importante no fuesen los criterios según los cuales se mide esa calidad. Quizá estas protestas representan una reacción ante una nueva conciencia de que el cambio requiere algo más que la mera incorporación de las mujeres y las personas de color a los programas, o cualquier estructura existente, sea la fuerza de trabajo o una concepción de la historia. Significa incorporar una nueva mirada, cuestionar la noción misma de unas "normas" invariables que son el parámetro con que se juzga cualquier otra experiencia. Si sólo se consideran las cuestiones raciales en relación con la población afroamericana y otros pueblos de color –pese a tratarse de un factor igualmente significativo, sino más, para la concepción del mundo  de los americanos de ascendencia europea–, únicamente se estará reforzando el racismo. Si el análisis del sexismo sólo se aplica a la situación de las mujeres, sólo se consigue reforzar su sentimiento de que quienes tienen el problema son ellas, sin sensibilizar a los hombres respecto a las limitaciones que también ellos sufren. ¿Y quién se preocupa de incorporar a los estudios habituales el análisis de otras formas sociales más allá de la jerarquización, el patriarcado o la competencia, o al menos el reconocimiento de que existen otras alternativas? ¿Qué hacen las universidades para promover el potencial de la autoestima y fomentar las posibilidades humanas? 



(Texto extraído del libro "Revolución desde el interior. Autora Gloria Steinem)

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