martes, 23 de agosto de 2011

Hablar de amor (II y última)


El amor no está asociado al poder. El enamoramiento romántico es un medio para alcanzar el fin de completar lo que nos falta; el amor, en cambio, constituye un fin en sí mismo. O en palabras de Margaret Andersen: "En el amor verdadero, se desea el bien de la otra persona. En el amor romántico, se desea a la otra persona." Cuando amamos a alguien, queremos que esa persona siga siendo fiel a su esencia. En cuyo caso, será imposible poseerla, absorberla o cambiarla. Sólo podemos ayudarla a convertirse en lo que ya es. Por ejemplo, en las discusiones con una persona amada es más importante lograr su comprensión que imponer el propio punto de vista.Tal vez, como ha escrito la ensayista y biógrafa Phyllis Rose, "En esto consiste el amor, en negarse, momentánea o prolongadamente, a pensar en otra persona en términos de poder".


Evidentemente, el viaje dura siempre y nunca se llega a un destino. Pero parece ser cierto que, una vez dejamos atrás las primeras etapas de absorbente amor parental, un núcleo de autoestima constituye una precondición esencial para permitirnos sentir el amor de otra persona.

Consideremos un caso hipotético, como diría una abogada: supongamos que inesperadamente surgiera el amante perfecto o la amante perfecta. Sin un núcleo básico de autoestima, esta perfección pronto se vería enturbiada: "¿Y si descubre cómo soy en realidad debajo de mi máscara? Surgirían los celos: Sin duda acabará encontrando alguien "mejor" que yo. Y también la posesividad: Si pierdo a esta persona, no tendré a nadie que me quiera, puesto que yo misma –o yo mismo– no me aprecio. Si la autoestima es realmente muy baja, podría llegarse incluso a la devaluación directa del o la amante: Algún defecto debe tener si me quiere tanto. Si se ha acostado conmigo, seguramente lo haría con cualquiera. Ya lo dijo Groucho Marx en su máxima inmortal: "Jamás me haría socio de un club que quisiera aceptarme."

Todo esto parecen consideraciones de sentido común, pero lamentablemente no son nada comunes. Hay muchas más personas empeñadas en encontrar a la persona adecuada que en intentar llegar a serlo. La genialidad de Jane Eyre está en habernos sabido mostrar que la valoración de un enamorado o una enamorada depende en parte de nuestra disposición a apreciar o no la singularidad y las cualidades de esa persona. Podemos transformarla de inadecuada en adecuada –y viceversa– dependiendo de nuestra propia autoestima. Pero nuestro mundo está tan poco dispuesto a escuchar este mensaje como en tiempos de Charlotte Brontë.


Mientras tanto, seguiremos prisioneras y prisioneros de las fantasías de salvación romántica, de ese mágico "otro" u "otra". Sin embargo, una mujer individual, si no vuelve la mirada adentro, puede seguir escogiendo hombres airados porque expresan la ira que ella mantiene reprimida. O un hombre puede seguir casándose con mujeres a quienes no contrataría como empleadas porque es incapaz de imaginarse a una mujer como a un igual (recuérdese la soledad que expresa Rochester al hablar de sus amantes). Pero aunque tengamos la fortuna de haber gozado de una infancia ejemplar, a menudo se castiga a las mujeres que expresan su ira y también a los hombres que se identifican con modelos femeninos. Tenemos que aceptar que aspirar a ser complementos significa ir contra la mayor parte de las tendencias de la cultura actual y, en consecuencia, contribuye a transformarlas. Sin embargo, aunque el esfuerzo sea grande, las recompensas todavía son mayores.


(Texto extraído del libro "Revolución desde dentro". Autora Gloria Steinem)

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