martes, 9 de agosto de 2011

Zen y depresión. Duda

Tenga en cuenta que no se trata de una simple duda, sino de una "masa de dudas". Es una duda sobre por qué nosotros y el mundo debemos aparecer tan imperfectos, tan llenos de ansiedad, lucha y sufrimiento. Es una duda que no nos da tregua.


Hakuun Yasutani



En la depresión somos intensamente conscientes de la pesada duda con la que cargamos. Dudamos de que las cosas puedan llegar a mejorar. Dudamos de nosotros mismos porque no podemos tomar decisiones con facilidad. Y cuando las tomamos dudamos de que sean las adecuadas.

Siempre nos juzgamos a posteriori. Dudamos de que valga la pena realizar ningún esfuerzo. Dudamos de que podamos llegar a conocernos realmente. Dudamos de que haya alguien que se preocupe realmente por nosotros. En el fondo, dudamos de Dios o de todo el universo.

Obviamente, esta es una situación muy incómoda. Nos gustaría poder morar en la certidumbre. Tratamos de hallar esa certidumbre en nosotros mismos. Como es no es posible, tratamos de hallarla en cualquier persona o cosa externa a nosotros que tengamos a mano. Esperamos que un trabajo, una relación, una creencia o una filosofía nos ofrezca esa certidumbre. Queremos que nuestra vida sea predecible y correcta.

Son muchas las personas que acuden a la religión, incluidos el zen y el budismo,, en busca de esa certidumbre. Esperan que a través de la religión puedan aliviar sus dudas. Algunas religiones y maestros ofrecen seguridad. Prometen un lugar cierto y seguro en un mundo incierto y en ocasiones peligroso.

Pero en la depresión desaparecen todas las tranquilizadoras y cómodas piedras angulares con las que contamos (o creemos contar) en nuestra vida. Nos sentimos a la deriva, sin nada en lo que creer. La duda en nuestro interior se asienta pesadamente en la boca de nuestro estómago. No podemos deshacernos de ella por mucho que lo intentemos.

Cuando nuestra duda crece lo suficiente, queremos expulsarla, deshacernos de ella para siempre. Queremos poner certidumbre en su lugar. Cuando eso falla, el menos queremos hallar lago en lo que creer.

Por muy agradable que pueda parecer ese lugar al principio, lo cierto es que un sitio muy buenos en el que morar.

Aunque al buscar certidumbre podemos en principio dirigirnos a maestros y religiones, los maestros más sabios animan esa duda en nuestro interior. En realidad, esa duda en sí misma es una gran oportunidad y un maestro.

Por la general en la religión o la filosofía buscamos alguna creencia o explicación que pueda representar un refugio frente a la tormenta. Pero en nuestra vida abundan las tormentas. Y no existen dichos puertos. Nunca han existido.

Algunos de nosotros, al llegar al budismo, hemos sentido durante un tiempo que habíamos encontrado un falso refugio. Hemos leído parte de las enseñanzas y sentido que tenían una resonancia en nosotros, esperábamos que nos ofreciesen alguna explicación, algo a lo que aferrarnos, algo provechoso en lo que creer. En lugar de ello, ser nos dice que hay que examinarlo todo. Se nos anima a dudar. Se nos urge a no creer en nada hasta que lo hayamos comprobado mediante nuestra propia experiencia.

La mayoría de los koans zen –preguntas e historias que se ofrecen a los practicantes de zen para meditar– en realidad tienen como objetivo aumentar nuestra duda. El primer koan que se suele dar, el llamado sencillamente mu, ha sido comparado a tragarse una bola de hierro al rojo vivo que se atasca en la garganta.

Hakuin, el gran maestro zen del siglo XVIII, enseño que la gran duda es uno de los fundamentos de la práctica zen. A menudo la duda es lo que nos lleva en primer lugar a las enseñanzas zen y la meditación, la duda sobre quiénes somos, por qué la vida tiene que ser tan dolorosa y cómo debemos vivir sabiendo que moriremos. Debemos entonces tomar esta duda, meditar con ella y digerirla, hasta que llenemos todo nuestro ser.

Debemos aceptar de buen grada residir en medio de esta enorme duda y dejarla así. De hecho, debemos aceptar que nunca será resuelta y que eso seguirá estando bien.

Eso significa que nos cuestionamos continuamente; nuca aceptamos porque sí las respuestas que nos dan los demás. Significa que no nos aferramos a las respuestas aunque las hayamos descubierto por nosotros mismos.

Si podemos vivir con esa duda, podemos estar continuamente listos para ser sorprendidos, por la vida, por nosotros mismos, por nuestras respuestas y por nuestra experiencia.

A mi maestro, Katagiri Roshi, le gustaba decir que estudiamos algo ´solo para comprender lo poco que sabemos acerca de ello. Vivir en la duda es vivir en el misterio, dejar que el misterio crezca y se convierta en algo vital en nuestras vidas. La vida misma es más grande que nada nunca podamos creer o comprender en relación a ella.

Por esta razón, la duda que se nos ofrece durante la depresión es un regalo y una gran enseñanza.



Exploración complementaria


Un verso para cuando surja la duda:

Cuando la duda florece en mi jardín

dejo de estirar de la raíz

y riego este misterio floreciente

con al abismo de la certidumbre.


Realizar la exploración sólo si te sientes cómodo haciéndola. Recomendación del propio autor.


(Extraído del libro "El camino del Zen para vencer la depresión". Autor Philip Martin)

1 comentario:

  1. Muy oportuna entrada. Me ha encantado. Gracias por la transcripción. Volveré a pasarme para volver a saborearla lentamente.
    Copio el poema final, hermoso y sabio

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