viernes, 27 de julio de 2012

Karma: el corazón es nuestro jardín (II)


Dichos patrones y tendencias, a menudo son más fuertes que nuestras intenciones conscientes. Sean cuales sean nuestras circunstancias, son los antiguos hábitos los que crean el modo en que vivimos. Recuerdo haber visitado a mi abuela en una residencia de ancianos. La vida era tranquila y sedentaria para la mayoría de los residentes. El lugar en que sucedía todo era el pasillo, y los residentes interesados acudían a él para ver quien iba y venía. En el pasillo había dos tipos de personas. Un grupo se sentaba ahí con regularidad, disfrutando. Jugaban a cartas y saludaban a todo el que venía. Tenían una relación agradable y amistosa los unos con los otros, así como con las circunstancias que les rodeaban. En otra zona del pasillo había gente a la que le gustaba quejarse. Para ello había algo malo en todo aquel que entraba por la puerta. Se quejaban a las visitas: "¿Ha probado la terrible comida que nos han servido hoy?" ¿Ha visto lo que dice el boletín de la pizarra?" ¿Ha oído lo que están haciendo con nuestro alquiler?" "¿Sabe lo que dijo mi hijo la última vez que vino?" Existía un grupo cuya relación principal con la vida era quejarse. Cada grupo aportaba al edificio un patrón con el que había vivido durante muchos años.
Las circunstancias que se repiten a lo largo de mucho tiempo y las actitudes mentales, se convierten en la condición para la que denominamos "personalidad". Cuando Le preguntaron al Lama Trungpa Rinpoche qué renacía en nuestra próxima vida, bromeó: "Nuestros malos hábitos". Nuestras personalidades se ven condicionadas según las causas pasadas. A veces es algo evidente pero, muy a menudo, los hábitos que tienen su raíz en un pasado lejano que no recordamos, pasan desapercibidos. 
En la psicología budista, el condicionamiento kármico de nuestra personalidad se clasifica según tres inconscientes básicas y tendencias automáticas de nuestra mente. Existen tipos deseo, cuyos estados mentales más frecuentes están asociados con el apego, el deseo y el no tener bastante. Existen tipos aversión, cuyo estado mental más corriente es alejar el mundo mediante la crítica, el disgusto, la aversión o el odio. Luego están los tipos confusos, cuyos estados más fundamentales son el letargo, la ilusión y la desconexión, no sabiendo que hacer respecto a las cosas. 
Podemos examinar qué tipo predomina en nosotros observando como solemos entrar en una habitación. Si vuestro condicionamiento más fuerte es el del deseo y el quiere, tendréis la tendencia a mirar alrededor de la habitación para ver lo que os gusta, encontraréis alguien sexualmente interesante u os imaginareis que otros son personas estimulantes para conocer. Si eres del tipo aversión, tendrás la tendencia a entrar en una habitación y, en lugar de ver primero lo que deseas, verás lo que está mal:"Es ruidosa, o me gusta el papel de las paredes. La gente no viste correctamente, No me gusta como están organizadas las cosas". Si perteneces a la personalidad confusa, tal vez entres en la habitación, mires a tu alrededor y no sepas como relacionarte, preguntándote:"¿Qué pasa aquí? ¿Cómo encajo? ¿Qué se supone debo hacer?"
Este condicionamiento primario constituye en realidad, un proceso muy poderoso. Crece en las fuerzas qeu llevan a sociedades enteras a la guerra, crean el racismo y guían la vida de muchos de nosotros. Cuando nos encontramos por primera vez con las fuerzas del deseo y la aversión, de la ambición y del odio, podemos creer que no son dañinas, uno poco de deseo, un poco de confusión. Sin embargo, a medida que observamos nuestro condicionamiento, vemos que el temor, el apego y la fuga son, de hecho, tan determinantes, que gobiernan muchos aspectos de nuestra personalidad. Mediante la observación de dichas fuerzas, podemos comprobar como operan los patrones del karma. 
Cuando empezamos a observar estrechamente nuestras personalidades en meditación, a menudo nuestro primer impulso es intentar abandonar nuestras viejas costumbres y defensas. De entrada, la mayoría de las personas encuentran su propia personalidad difícil, desagradable e incluso insípida. Puede suceder lo mismo cuando contemplamos el cuerpo humano. Es bello a la distancia adecuada, a la edad adecuada y a la luz adecuada pero, más de cerca lo contemplamos, más feo lo vemos. Al comprobarlo, probamos a ponernos a dieta, hacemos jogging, cuidamos la piel, hacemos ejercicio y nos tomamos unas vacaciones para mejorar nuestro cuerpo. Pero, aunque todo ello nos pueda beneficiar, seguimos básicamente atrapados en el cuerpo en que hemos nacido. Las personalidades son incluso más difíciles de modificar que nuestros cuerpos, pero el propósito de la vida espiritual no es abandonar nuestra personalidad. Parte de ella estaba ahí al nacer, parte ha sido condicionada por nuestra vida y nuestra cultura y, hagamos lo que hagamos, hemos de contar con ella. En esta tierra todos tenemos un cuerpo y una personalidad. 

2 comentarios:

  1. Me han gustado mucho las tres inconscientes básicas del budismo. Muy interesantes tus aportaciones como siempre Haideé. Gracias.

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  2. ¡Hola! césar (me parece recordar que éste es tu nombre): si reconocemos estar en ellas es un buen paso para ponernos a transformarlas para hacer florecer el jardín de nuestro corazón, si :)
    Gracias :)
    Un abrazo -.-

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