Un joven había tenido desde niño muchas inclinaciones espirituales y deseos de hallar la paz interior. Tenía la fortuna de tener un padre muy sabio, así que nadie mejor para consultarle al respecto.
-Padre –dijo-, anhelo hallar la paz de espíritu y darle un sentido especial a mi vida. Tú eres muy sabio. Aconséjame: ¿qué tengo que hacer?
-Renuncia a todo –repuso el padre.
El joven dejó la vida mundana y se retiró al bosque, donde estuvo meditando durante ocho años. Pero tras ese tiempo de trabajo interior no había conseguido encontrar la tan ansiosa paz. Desanimado, acudió a visitar a su padre y le pidió consejo.
-Renuncia a todo –volvió a decirle.
El hijo se quedó estupefacto ante la reiteración del consejo. Pero ¿a qué iba ya a renunciar? Había renunciado a la familia, al trabajo, a su vida ordinaria e incluso a sus posesiones materiales y hasta a sus lujosos vestidos. Desde hacia años lo único de que disponía era de un taparrabos que él mismo se había hecho con madera de árbol.
-Pero, padre –replicó-, he renunciado a todo. Todo lo he dejado. Nada tengo; nada poseo. Sin embargo, vuelves a decirme, ocho años después, que renuncie a todo.
-Es que no has renunciado a todo –aseveró el padre ante la sorpresa mayúscula del otro-. Has renunciado a cosas materiales y yo en ningún momento me refería a ese tipo de renuncia. ¿Qué más da que vayas primorosamente vestido o desnudo, que te alimentes bien o mal, que tengas posesiones o no las tengas, que duermas en un plácido lecho o sobre el duro suelo? Podemos disfrutar de las cosas materiales sin apego, sin que ellas nos posean. Cuando te aconsejé que renunciaras a todo, me refería a renunciar a tu mente engreída, a tu yo desmedido, a tu soberbia y a tu orgullo, a tu sentido extremado del propio valor. Esa es la verdadera renuncia, pero tú has renunciado a lo externo y sigues aferrado a tus ideas y sentimientos personales.
-Padre –dijo-, anhelo hallar la paz de espíritu y darle un sentido especial a mi vida. Tú eres muy sabio. Aconséjame: ¿qué tengo que hacer?
-Renuncia a todo –repuso el padre.
El joven dejó la vida mundana y se retiró al bosque, donde estuvo meditando durante ocho años. Pero tras ese tiempo de trabajo interior no había conseguido encontrar la tan ansiosa paz. Desanimado, acudió a visitar a su padre y le pidió consejo.
-Renuncia a todo –volvió a decirle.
El hijo se quedó estupefacto ante la reiteración del consejo. Pero ¿a qué iba ya a renunciar? Había renunciado a la familia, al trabajo, a su vida ordinaria e incluso a sus posesiones materiales y hasta a sus lujosos vestidos. Desde hacia años lo único de que disponía era de un taparrabos que él mismo se había hecho con madera de árbol.
-Pero, padre –replicó-, he renunciado a todo. Todo lo he dejado. Nada tengo; nada poseo. Sin embargo, vuelves a decirme, ocho años después, que renuncie a todo.
-Es que no has renunciado a todo –aseveró el padre ante la sorpresa mayúscula del otro-. Has renunciado a cosas materiales y yo en ningún momento me refería a ese tipo de renuncia. ¿Qué más da que vayas primorosamente vestido o desnudo, que te alimentes bien o mal, que tengas posesiones o no las tengas, que duermas en un plácido lecho o sobre el duro suelo? Podemos disfrutar de las cosas materiales sin apego, sin que ellas nos posean. Cuando te aconsejé que renunciaras a todo, me refería a renunciar a tu mente engreída, a tu yo desmedido, a tu soberbia y a tu orgullo, a tu sentido extremado del propio valor. Esa es la verdadera renuncia, pero tú has renunciado a lo externo y sigues aferrado a tus ideas y sentimientos personales.
Muchas veces tenemos esos conceptos equivocados.
ResponderEliminarEl renunciar a los apegos del alma sí que es difícil, pero lo debemos intentar.
Un abrazo.
Juan Antonio
Haideé: no dejes de sorprendernos con tus fábulas o cuentos... es verdad que hay mucha gente que siendo rica es humilde pues vive como sino tuviera nada y hay pobres que viven apegados a lo poquísimo material y a su tacañería espiritual...
ResponderEliminarUn saludo como siempre.
Bonita historia Haideé,
ResponderEliminarTe dejo otro cuento:
Diógenes, el filósofo griego se encontró con Alejandro Magno cuando este se dirigía a la India. Diógenes descansaba a la orilla del río, sobre la arena, tomando el sol desnudo... Era un hombre hermoso. Alejandro no podría creer la belleza y gracia del hombre que veía. Estaba maravillado y dijo:
“Señor...” - jamás había llamado “señor” a nadie en su vida- “...señor, me ha impresionado inmensamente. Me gustaría hacer algo por usted. ¿Hay algo que pueda hacer?”
Diógenes dijo: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, esto es todo. No necesito nada más.”
Alejandro contestó: “Si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le pediré a Dios que no me convierta en Alejandro de nuevo, sino que me convierta en Diógenes”.
Diógenes rió y dijo: “¿Quién te impide serlo ahora? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos ¿Adónde van, para qué?”.
Dijo Alejandro: “Voy a la India a conquistar el mundo entero”.
“¿Y después qué vas a hacer?”, preguntó Diógenes.
Alejandro dijo: “Después voy a descansar”.
Diógenes se rió de nuevo y dijo: “Estás loco. Yo estoy descansando ahora. No he conquistado el mundo y no veo que necesidad hay de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿Por qué no lo haces ahora? Y te digo: Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje”.
Alejandro se lo agradeció y le dijo que lo recordaría, pero que ahora no podía detenerse.
Alejandro cumplió su destino de conquistador,
pero no le dio tiempo a descansar antes de morir.
SALUDOS E.D.L.L.
¡Hola!e.d.l.l.: gracias por la historia, la conocia, y si cada uno sigue su destino, el que tiene que vivir, por eso Alejandro Magno consiguió lo que consiguió y Diógenes lo que consiguió. Todos formamos parte del universo, y todos estamos aquí para algo. Nadie es más ni menos que nadie. Y si, descansar viene bien, sobre todo a quien sabe como hacerlo, cada uno como entiende que lo tiene que hacer. Se ha de despertar, pero cada uno en su momento.
ResponderEliminarYo soy un átomo más del universo, con lo que ello conlleva, lo poco o lo mucho...
Es dificil encontrar aquel que sepa hacerte encontrar tu misión aquí, lo mejor mirar dentro de uno, ahí reside nuestra sabiduría. Pero también tener claro que somos herramientas al servicio de algo que sabe más que nosotros.
La verdad es algo que se siente, no que se piensa, a más palabras más confusión, al menos esta es mi percepción. Ni Diógenes ni Alejandro, todos los demás también forman parte de la historia del universo, como estos dos personajes. Y tú y yo...
Gracias por el cuento y la moraleja. Te lo agradezco :)
Y bienvenido o bienvenida.
Un cordial saludo
¡Hola!cesar: pobres de espiritu, o pobres de entendimiento... y las emociones, estas que nos ofuscan constantemente...
ResponderEliminarUn cordial saludo :)
¡Hola!juan antonio: si, tanto, que significa el trabajo de muchos años, y el maestro adecuado. Pero dejemosnos guiar por el maestro interior el nos dará humildad para ver y encontrar como hacer para poder encontrar los engaños de maya.
ResponderEliminarUn cariñoso abrazo
Cierto. La renuncia a las cadenas externas es tarea harto difícil para el común de los mortales. Pocos lo consiguen.
ResponderEliminarLocalizar las cadenas internas es solo un deseo que implica un conocimiento previo. Desatarlas es cuestión de paciencia... y es posible.
Abrazos
_______
_______
¡Hola!algial: si que se puede, tomando conciencia como bien dices...
ResponderEliminarUn abrazo