Así como la contemplación cristiana, por ejemplo, los Exercitia Spiritualia de San Ignacio de Loyola, se esfuerza con toda el alma por captar la forma sagrada en la forma más concreta posible, así el meditador del yoga solidifica el agua que contempla, primero en forma de hielo y después en lapislázuli, y produce con ello un "suelo" sólido, como lo llama. Crea un cuerpo sólido, por así decirlo, a su visión. Con ello da a su interior, o sea a las formas de su mundo espiritual, una realidad concreta, que ocupa en lugar del mundo exterior. No ve el principio sino una superficie espejeante, como la de un lago o un mar, que en nuestros sueños es también un símbolo predilecto del inconsciente. Pero debajo de la superficie brillante del agua, se ocultan profundidades desconocidas, oscuras y misteriosas.
Como dice el texto, la piedra es transparente, lo que significa que la mirada del que medita puede penetrar en la profundidad del misterio espiritual. Allí ve ahora, lo que antes no podía ver, o sea lo que era inconsciente. Puesto que el sol y el agua son las fuentes físicas de la vida, así como símbolos, expresan el secreto vital esencial del inconsciente: en el estandarte, o sea el símbolo que el meditador del yoga ve a través de la conciencia, que antes era invisible y aparentemente informe. Mediante el dhyana, es decir, el ensimismamiento y la profundización de la contemplación, el inconsciente toma forma, al parecer. Es como si la luz de la conciencia que ha dejado de iluminar a los objetos del mundo exterior, iluminara ahora la oscuridad del inconsciente. Cuando se extingue totalmente el mundo de los sentidos y de los pensamientos, el interior aparece claramente.
En esto, el texto oriental pasa por alto un fenómeno psíquico, que es para el europeo fuente de muchas dificultades. Si éste trata de desterrar las representaciones del mundo exterior, y vaciar su espíritu de todo lo exterior, se vuelve en seguida presa de sus fantasías subjetivas, que nada tiene que ver con el contenido de nuestro texto. Las fantasías no tienen buena forma, son fáciles y triviales y son por ello rechazadas como inútiles y sin sentido. Son las kleças, aquellas fuerzas instintivas desordenadas y caóticas que el yoga trata precisamente de "subyugar". El mismo objeto persiguen también los Exercitia Spiritualia, y ambos métodos tratan de obtener éxito, manteniendo frente al que medita el objeto de contemplación, precisamente con el objeto de eliminar la llamada fantasía trivial. Ambos métodos, el oriental y el occidental, tratan de llegar por el camino más directo a la meta. No quiero poner en duda las posibilidades del éxito, cuando las prácticas de meditación tienen lugar dentro de un marco eclesiástico importante. Pero fuera de él, por lo regular, las cosas no marchan bien, e incluso se llega a resultados deplorables. Al iluminar el inconsciente personal caótico, en donde se encuentra todo lo que se olvidó gustoso, y lo que en ninguna circunstancia se quiere confesar ni a sí mismo ni a los otros y que en general se querría tener por no cierto. Se cree entonces llegar al camino mejor, mirando lo menos posible hacia este rincón oscuro. Pero, quien así lo hace, nunca sale del tal rincón. De ninguna manera alcanzará ni la más mínima parte de lo que el yoga promete. Sólo el que atraviesa esta oscuridad puede esperar seguir adelante en alguna forma. En principio, por ello, estoy en contra de la adopción –sin previo juicio crítico– de las prácticas yogas por parte de los europeos, porque sé perfectamente que con ello esperan esquivar su rincón oscuro. Tal forma de comenzar es totalmente inútil y sin sentido.
Esta profunda razón, por la cual en el Occidente (exceptuando los exercitia jesuitas de reducido uso) no se ha desarrollado nada que pudiera compararse con el yoga. Sentimos un profundo horror ante la monstruosidad de nuestro inconsciente personal. Por eso el europeo prefiere decir a los demás lo que tendrían que hacer. No podemos hacernos a la idea de que el mejoramiento de la totalidad en el individuo comienza con uno mismo. Muchos piensan que es morboso mirar al propio interior, que ello vuelve melancólica a la gente, como alguna vez me aseguró un teólogo.
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