lunes, 1 de noviembre de 2010

Psicología de la meditación oriental (VIII)


Si realmente queremos entender, sólo podemos hacerlo al estilo europeo. Aunque se pueden comprender muchas cosas con el corazón, al hacerlo, al entendimiento le resulta difícil formularlas intelectualmente y expresar de manera adecuada lo que se ha comprendido. Sin embargo, hay una comprensión por medio de la cabeza y especialmente por el entendimiento científico, en el que el corazón se queda corto. Por ello necesitamos dejar a veces una cosa, a veces la otra, a la colaboración benévola del público. Tratemos primero, por lo tanto, de encontrar o construir con la cabeza aquel puente escondido que ha de llevar desde el yoga al razonamiento europeo.
Con este objeto necesitamos representarnos nuevamente la serie de símbolos ya discutidos, pero ahora tomando en consideración su sentido. El sol, con el que se inicia la serie, es la fuente de calor y de luz y es indiscutiblemente el centro de nuestro mundo visible. Como donador de la vida es, por tanto, siempre y en todas partes la divinidad misma o cuando menos su imagen. Aún en el mundo de las imágenes cristiano es una alegoría muy usada de Cristo. Una segundo fuente de vida, y esto especialmente en los países del sur, es el agua, que como se sabe, desempeña un papel importante también entre las alegorías cristianas, por ejemplo, en la figura de las cuatro corrientes del paraíso y del manantial que brotó a un costado de la colina del templo. Éste último fue comparado a la sangre de la herida en el costado de Cristo. En relación con esto recuerdo también la plática de Cristo con la Samaritana al lado de la fuente y los ríos de agua viva del seno de Cristo. (San Juan VII, 38.) Una meditación sobre el sol y el agua evocará irremediablemente éstas y otras asociaciones semejantes, que conducirán gradualmente al que medita, del aspecto superficial de lo que se percibe hacia el fondo del mismo, es decir, hacia el significado espiritual yacente en el fondo del objeto sobre el cual se medita. De esta manera se traslada a la esfera psíquica, en la que el sol y el agua son despojados de su materialidad física y se transforman en símbolos de contenidos espirituales, o sea, en imágenes de la fuente de la vida en el alma propia. Nuestra conciencia no se crea por sí misma, sino que brota de una profundidad desconocida. Despierta poco a poco en el niño y despierta cada mañana de la profundidad del sueño de un estado inconsciente. Es como un niño que diariamente nace en el fondo maternal primitivo del inconsciente. Un análisis profundo del proceso de la conciencia conduce a la certidumbre que no sólo es influida por el inconsciente sino que se desprende del inconsciente en forma de numerosas inspiraciones espontáneas. La meditación sobre el significado del sol y el agua es, por lo tanto, como un descenso a la fuente espiritual, precisamente al inconsciente.
Pero en esto hay una diferencia entre el espíritu oriental y el occidental. Es la misma diferencia que hemos encontrado ya: la que existe entre el altar en lo alto y el altar en la profundidad. El Occidente busca siempre elevación, el Oriente ensimismamiento o profundización. La realidad exterior, con su espíritu de corporeidad y gravedad, parece atraer más enérgica y netamente al europeo que al indio. Por ello el primero trata de elevarse sobre el mundo, mientras que el segundo regresa con gusto a las profundidades maternales de la naturaleza.
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1 comentario:

  1. Y en la naturaleza, y en el corazón, volviendo a los orígenes, al agua y a la luz, volvemos a encontrar esos atisbos de luz que a veces añoramos, sin darnos cuenta de que ya estaban ahí. Y la vida nos sorprende si sabemos dejarnos sorprender. Un abrazo inmenso para ti.

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