"Mas siempre sirven las sombras para distinguir la luz"
J. Hernández
En "La vuelta de Martín Fierro" escribió José Hernández los versos citados más arriba. Dado que nos vamos acercando al final de nuestro trabajo, puede ser interesante ofrecer pistas y alternativas para poder cuestionar la situación reflejada en estas páginas. Ser consciente de la realidad, es el primer paso para poder afrontarla y transformarla. Para ello, utilizaremos el símil de la luz y de la sombra. Creemos que el ser humano es complejo, no desde el sentido negativo, sino por la riqueza y pluralidad que encierra: unidad psicosomática, potencial de desarrollo, dimensión trascendente, y especialmente por ser luz y sombra, con sus fortalezas y debilidades. Allí donde tenemos la mayor luz (fortaleza), aparece asociada la mayor sombra (debilidad), por ejemplo, una persona muy audaz y lanzada necesariamente será en muchos momentos imprudente, etc.
A través de la experiencia psicoterapéutica, tenemos la convicción de que las personalidades narcisistas poseen un enorme potencial, pero no encuentran la forma correcta de actualizarlo. Al quedarse en la actitud de puer aeternus, se entregan a una fantasía de eterna juventud, que niega la experiencia de relación con su entorno desde un nivel de adulto. No es raro por tanto, que en el fondo se viva el "síndrome de Peter Pan", que se traduce en la negativa a crecer y a no confiar en los demás; lo cual les aísla del entorno, les refuerza su ensimismamiento y les lleva a vivir a la deriva, refugiados en sus fantasías megalomaníacas y negando la realidad plena de sus vidas.
¿Qué podemos hacer? Desde esta perspectiva plantearemos las consecuencias del modo de vida que denominamos narcisista, sus posibles peligros (sombras) y cómo reforzar sus puntos fuertes (luces).
Sombras: Consecuencias de quedarse atrapado en el espejo
Desde el análisis psicológico
"Dime de qué presumes y te diré de qué careces"
(Refrán popular)
A pesar de lo omnipotencia, la grandiosidad y la hiperestima, el narcisismo puede considerarse como un espejo mágico, que falsifica la realidad del desamparo y de la impotencia del ser humano, reflejando una omnipotencia que no tiene. El narcisismo se presenta como una formación reactiva, un mecanismo de defensa, mediante el cual el sujeto actúa de manera totalmente distinta a como se siente o auténticamente es. Al igual que en la obra de O. Wilde, "El retrato de Dorian Gray", Narciso presenta una "fachada", que protege y esconde su verdadera identidad: inseguridad, vulnerabilidad, etc, La imagen se destruye y desmorona al confrontarla con la realidad y provoca la destrucción del sujeto. En otra obra, "El cumpleaños de la infanta", O.Wilde describe un enano, cuyas ilusiones acerca de la magnificencia de su yo se colapsan, cuando súbitamente ve su imagen en el espejo de la verdad.
El individuo narcisista aparece externamente como un sujeto con gran seguridad. Sin embargo, como afirma Fromm (1991b), se trata de un mecanismo de defensa. El narcisista necesita su narcisismo y vive para alimentarlo. Es enormemente inseguro, porque ninguno de sus sentimientos, ninguna de sus ideas, nada suyo, se funda en la realidad. El narcisista está tan seguro porque no le interesa cómo son las cosas. Su seguridad se debe a que cree cierto lo que piensa, sólo porque es él quien lo piensa. A su vez, tiene una gran necesidad de ver confirmado su narcisismo, porque de lo contrario empieza a dudar de todo.
Diversos autores insisten en este aspecto. Según Svrakic (1990), más que "inflación del yo", se da una "frágil autoestima". Contrariamente a la creencia común, el narcisismo patológico no debe ser equiparado al "extremo amor propio" y, por ello, el narcisista realiza esfuerzos insaciables por sustituir el amor, por la admiración externa. Para Lasch (1979) el narcisista no se identifica con la autoafirmación, sino con la pérdida de identidad. Es decir, hace referencia a un yo amenazado por la desintegración y por una sensación de vacío interior. El narcisista no se quiere, quiere quererse, pero siempre está insatisfecho consigo mismo, siempre se ve "manifiestamente mejorable", y, por ello, siente la necesidad compulsiva y esclavizante de maquillarse y embellecerse continuamente. (Martín Holgado, 1989).
Sobre la misma idea ya había trabajado K. Horney (1939) distinguiendo la "auténtica estima del yo", de la "inflación del yo". La verdadera estima del yo se apoya en las cualidades que una persona posee realmente, mientras que la "inflación del yo" le hace atribuirse, ante sí mismo y ante los otros, unas cualidades y hazañas sin fundamento real. Por tanto, estima del yo e "inflación del yo" se excluyen. Así mismo, para Fromm (1991b), el narcisismo es completamente diferente del amor a sí mismo. El narcisista no se ama, no está satisfecho de sí y por eso es codicioso. Para Fromm (1991b), la codicia siempre es consecuencia de una grave frustración, ya sea codicia de poder, de la comida, o de cualquier cosa, la codicia se debe siempre a un vacío interior.
He aquí la gran paradoja de la personalidad narcisista; por un lado es incapaz de captar nada externo a sí mismo y, por otro, necesita constantemente el apoyo, la confirmación del suministro exterior narcisista para el mantenimiento de su autoestima (Kernberg, 1980). Romano (1984) utiliza el término "baluarte narcisista" para referirse a un sistema defensivo que utiliza el yo, con el objetivo de mantener, de modo rígido y estereotipado, una estructura que evita la realidad y tiene a conservar incólumes los sistemas ideales, ya anacrónicos.
Cuando, por diferentes razones, la conexión con los objetos narcisistas se rompe, la persona narcisista cae en el extremo opuesto y muestra una apariencia totalmente distinta: negatividad, dificultades, etc, Lo que Giovacchini (1978) ha denominado "la desgracia (o fracaso) narcisista", comienza cuando el paciente deja de obtener suficientes suministros narcisistas de su entorno. Tal situación va acompañada de rabia narcisista, devaluación y reacción agresiva contra el objeto o ambiente externo (kohut, 1972). El paciente entra en la "soledad grandiosa" (Kernberg, 1975) y comienza a incrementar sus fantasías megalómanas acerca de sus cualidades y talentos (Volkan, 1973; Model 1975).
Svrakic )1987a) establece como propio de las personas narcisistas el concepto del "estado de ánimo pesimista", que destaca por los siguientes rasgos: actitud pesimista de futilidad, confusión ética, superioridad y arrogancia, por lo que impone su visión pesimista a los demás e intenta controlarlo todo, disforia (intervalos de reposo y alivio) y sentimientos de vacío y tristeza.
Por tanto, el coste del narcisismo es la soledad, la renuncia a la relación con los demás, ya que ésta implicaría una temible relación de dependencia. riesgo de abandono y herida narcisista por el sometimiento humillante. La actitud narcisista aprendida en la infancia facilita la vulnerabilidad del sujeto ante la pérdida del amor y la valoración de los otros, lo que origina la búsqueda permanente de vinculaciones afectivas autorreferenciales, solipsistas y solitarias. Esa atención permanente a su propio yo, la "soledad narcisista", es una soledad precaria, atesoradora, explotadora y, a veces, chantajista (Rodriguez, 1989), Miller (1979) resume esta idea en la expresión "inner prision", el sujeto narcisista vive como en una "prisión interna", que, poco a poco, le aísla del entorno. Por ello, la curación del narcisismo no puede ser otro que la interacción y la aceptación de la dependencia.
J.M. Toro (1993) expresa magníficamente esta idea en el texto siguiente:
"El egocentrismo no pretende sino rellenar inútilmente
el propio vacío
haciéndolo más vasto y profundo.
El egocentrismo
es un auténtico aguijón para el ser humano:
cuando actúa, no sólo envenena lo que toca,
sino que deja sin vida a quien hace uso de él".
Desde el análisis social
"Somos lo que somos a partir de nuestra relación con otros"
(G. Mead)
Potenciar el individualismo tenía sentido frente a un pasado que uniformizaba. Charles Taylor (1994) utilizaba el término la "gran cadena del Ser" para referirse a esa "jaula" que envolvía al ser humano. El orden social ha sido fijo e inmutable durante siglos. Todo estaba ya pre-defienido, así aquel que nacía noble se desarrollaba como noble y quien nacía plebeyo moriría plebeyo. Esta !jaula" era apoyada por una falsa concepción de Dios en cuanto legitimador de ese orden fijo.
Por el contrario, actualmente, se corre el peligro de absolutizar lo individual. Los principios rectores de la acción del individuo son el auto-desarrollo y la felicidad personal. El sujeto se ha convertido en el objetivo predominante y en la vara de medir del proceso de formación de los valores y actitudes. El ideal de autonomía individual es el gran ganador de la condición postmoderna, en parte, a costa de obligaciones y compromisos relacionados con la vida familiar y con la vida comunitaria en general. Para González Faus (1988) si la Modernidad puso la utopía humana en lugar de Dios, la postmodernidad ha puesto al pequeño burgués en lugar de la utopía.
Es difícil aceptar la interpretación de Marcuse (1953), según la cual, Narciso rehusa mirar fuera porque no quiere colaborar con la sociedad represiva, y lo presenta como un luchador frente a la represión social. Si se da ese rechazo a la sociedad por su represión, los efectos del mismo no repercuten de manera positiva en el propio sujeto, no le liberan, sino que más bien provocan su destrucción y aislamiento. Es decir, el propio individualismo de Narciso no aporta ningún bien positivo ni para sí mismo ni para la sociedad, en contraposición del individualismo, concebido según el esquema de Adan Smith, el cual beneficiaría a la sociedad a largo plazo. El individualismo actual sumerge al individuo en una alienación persona y en una conducta antisocial.
en oposición a los que defienden los efectos beneficiosos del individualismo, otros describen consecuencias bien distintas de tales planteamientos. El resultando es un hombre "unidimensioinal" (Marcuse, 1954), narciso (De Miguel, 1979), light (Rojas, 1992), fragmentado (Muguerza, 1977), que se aísla del entorno y en su "privacidad" de dedica al goce de sí mismo (Mardones, 1988). El profesor López-Yato (1991) ha descrito a estos nuevos tipos como "hombres con mentalidad de diosecillos". Tales sujetos encuentran su correlato sociológico y un caldo de cultivo idóneo en el narcisismo de la cultura actual.
Ante la carencia de un proyecto universal, el hombre occidental se refugia en la subjetividad, en la esfera privada y en l culto la individualidad, cada sujeto es el centro del mundo y del universo (Bejar, 1988, 1993; Pérez Álvarez, 1992, Camps, 1993). Nuestra civilización occidental se caracteriza por perder de vista las necesidades del otro. A pesar de tener miles de ventanas –televisión, radio, prensa– para observar el entorno, no se capta la realidad externa. Por tener una "anestesia social", no en vano, vemos los hechos sin que nos afecten o interpelen, y por buscar compulsivamente utensilios o experiencias, que satisfagan la necesidad de gratificaciones inmediatas. Estamos en una cultura del "yo en primer lugar" (Cooper, 1986)
El culto al individuo puede dar lugar a la "egocracia". Una cultura de este tipo es una "cultura anoréxica", la de la desgana, la expulsión, el rechazo, que es el resultado evidente de una fase obesa, saturada y pletórica (Braudillard, 1987). El pensamiento postmoderno sería expresión de la cultura cansada del "balneario del Primer Mundo" (Mardones, 2990). En consecuencia, hoy en día se potencia el sumergirse en el presente y vivir la vida, entendido únicamente como ´su" presente, y "su" vida. -Es decir, este narcisismo individualista se manifiesta en una propensión hacia la seguridad y la ausencia de compromiso. Por ello, muchos sujetos se resguardan en el individualismo y en las experiencias inmediatas (la sexualidad, el baile, los deportes, la droga, etc.). Como afirma Gonzalez Faus (1988), la vida es tan dura y tan insoportable, que vale más morirse viviendo "bien" que conservarla privándose de vivir "bien".
(Texto extraído del libro "¿Qué es el narcisismo? Autor José Luis Trechera)
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