domingo, 31 de octubre de 2010

Psicología de la meditación oriental (VII)


Aún cuando el texto no lo señala expresamente, el sistema de ocho rayos de luz es ya el país de Amitabha. Allí crecen árboles maravillosos, como conviene a un paraíso, que es lo que es. Al agua del país de Amitabha se le asigna una importancia especial. Se encuentra, en correspondencia con el octágono, en la forma de ocho lagos. La fuente de esta agua es una gema central, Sintamani, la perla del deseo, un símbolo de las "joyas difíciles de alcanzar", y el sumo valor. En el arte chino aparece como aquella imagen, semejante a la luna, ligada con frecuencia al dragón. Los "sonidos" maravillosos del agua están constituidos por dos pares de opuestos que expresan las verdades dogmáticas fundamentales del budismo, "el sufrimiento, la no existencia, la transitoriedad y el no ser uno mismo", lo que quiere decir que todo ser está lleno de sufrimiento y que todo lo relacionado con el yo es transitorio. De estos errores libera la no existencia y el no ser yo. El agua sonora es, en cierto modo, como la doctrina de Buda en general, un agua redentora de la sabiduría, una aqua doctrinae, para usar una expresión de Orígenes. La fuente de esta agua, la perla sin igual, es Tathagata, Buda mismo. A ello sigue ahora la reconstrucción imaginativa de la imagen de Buda, y en el momento en que se llega a realizar esta síntesis resulta la visión de que Buda de hecho no es otra cosa sino la psique del sujeto yogui en la meditación, del que medita. De la "propia conciencia" y del propio pensamiento, no solamente resulta la imagen de Buda, sino que también el alma que crea estas imágenes del pensamiento, es Buda mismo.
La figura de Buda está sentada sobre el loto redondo, en el centro del país octogonal de Amitabha. Buda se distingue por su gran misericordia, con la cual "acoge a todos los seres vivos", y así también al que medita, es decir, la esencia más íntima, que es Buda, aparece en la visión y se revela como el verdadero sí-mismo del que medita. Este se siente a sí mismo como lo único existente, como la conciencia más elevada, que es precisamente Buda. Para alcanzar esta última meta necesita recorrer todo el camino de la persona práctica de reconstrucción espiritual, a fin de liberarse de la ciega conciencia del yo, que tiene la culpa de la ilusión dolorosa del mundo, a fin de alcanzar aquel otro polo espiritual, en donde el mundo, como ilusión, ha sido suprimido.

Nuestro texto es pues una simple pieza del museo literario, puesto que en ésta y en otras formas vive en el alma del indio y penetra en su vida y en su pensamiento hasta en sus menores detalles, lo que para el europeo resulta excesivamente extraño. No es el budismo el que forma y educa esta alma, sino el yoga. El budismo mismo es un producto del espíritu yoga, que es más antiguo y universal que la reforma histórica del Buda. Quien pretenda entender íntimamente el arte, la filosofía y la ética indios, necesita familiarizarse con este espíritu. Nuestra comprensión habitual, desde fuera, fracasa aquí, porque es desesperadamente inadecuada al modo de ser de la espiritualidad india. Y especialmente quisiera yo advertir en contra de la imitación de las prácticas orientales y contra una actitud sentimental hacia ellas. De esto no resulta más que cierto embotamiento artificial de nuestra mente occidental. Yo sólo le concedería haber entendido el yoga en el sentido indio a aquel que hubiera logrado renunciar en todos los aspectos a Europa, que hubiera decidido no ser realmente sino un meditador del yoga, con todas las consecuencias éticas y prácticas, y estuviera dispuesto a languidecer en su asiento del loto, sobre una piel de gacela, bajo un polvoriento árbol de banyan, para terminar sus días en un no ser indescriptible. Quien no pueda hacerlo, no debe actuar como si entendiera el yoga. No puede ni debe prescindir de su mente occidental, sino, por el contrario fortalecerla, para, sin imitación ni sensiblería, tratar de entender honradamente del yoga lo más que le es dado a nuestro entendimiento. Ya que los misterios del yoga significan para el indio tanto o más que los misterios de la fe cristiana para nosotros, y nosotros prohibiríamos a los extraños que hicieran mofa de nuestro mysterium fidei, tampoco debemos menospreciar las raras imágenes y prácticas indias y considerarlas como un error absurdo. Con ello abriríamos el camino para una comprensión perfecta. En este sentido, en Europa hemos llevado ya las cosas tan adelante, que el contenido espiritual del dogma cristiano se ha perdido hasta un grado peligroso en una neblina racionalista y aclaratoria, y es muy fácil menospreciar lo que no se conoce ni se entiende.
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