Después de reflexionar un segundo, la mujer comentó:
-Diga usted lo que diga, no crea sea muy fácil abandonar el juego.
Tiene razón, por supuesto. Estamos poderosamente condicionados para continuar avanzando en una misma dirección; los antiguos sabios de la India, llamados rishis, repararon en eso y llegaron a la conclusión de que la mente no puede liberarse por medio de ninguna actividad mental, sea por esfuerzo, vigilancia o represión. Escapar del pensamiento por medio del pensamiento equivale a tratar de salir de las arenas movedizas tirando de nuestro propio cabello. En el fondo, cualquier pensamiento, por positivo que sea, continúa estando en los dominios del pensamiento. El Yoga abra otro camino, cuyo secreto es simplemente esto: la mente no es sólo pensar. En realidad, el pensamiento es sólo la máscara de Maya, menos sólida que cuanto vemos y tocamos, pero igualmente indigna de confianza.
En el antiguo texto indio llamado Los sufras de Shiva se dan ciento doce caminos para que una persona pueda escapar de Maya, por el único medio posible: trascendiendo más allá de ella para experimentar las realidades más profundas del testigo silencioso. He aquí algunas de las técnicas, transmitidas directamente por el dios Shiva, maestro tradicional de los yoguis:
Cuando estés vívidamente consciente mediante algún sentido en especial, mantén la conciencia.
En el lecho o en un asiento, déjate quedar sin peso, más allá de la mente.
Mira como por primera vez a una persona bella o a un objeto ordinario.
Al borde de un pozo profundo, mira con fijeza sus profundidades hasta... la maravilla.
Sólo por mirar el cielo azul más allá de la nubes, la eternidad.
Aunque acentúan el mirar el mundo de una manera diferente, todas estas técnicas se basan en un cambio de conciencia, pues tal como hemos analizado, la conciencia es la fuente del ver. Ver a una persona bella "como por primera vez" podría ocurrir por azar, por el rabillo del ojo, pero nunca como estado constante, en la conciencia cotidiana. Yo no puedo ver a cierta india menuda, tímida devota sin ver a mi madre, así como ella no puede mirarme sin ver a su hijo. Estomas habituados el uno a la otra, acostumbrados a mirar a través de muchas capas nuestras.
Mi padre, al mirarla, ve a una persona diferente; en realidad, a muchas personas diferentes superpuestas: la muchacha protegida, de los ojos gachos, que fue primero una desconocida; luego , objeto de tímido cortejo; después, desposada y madre; desde entonces, consejera íntima y compañera cuyas palabras y pensamientos se han entrelazado con los de él. formando casi un segundo ser. Cuando él la mira, cada imagen superpuesta aporta algo de su propio valor. La fuerza modeladora que los ha convertido casi en uno no pierde potencia sólo por haber obrado tan lenta e invisiblemente. Una realidad compartida fluye en ellos, sobre ambos y entre ambos.
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