Muchos niños pequeños hablan de experiencias que se ajustan notablemente a las metas supremas de la espiritualidad. Una mujer escribe sobre un vívido recuerdo de infancia: "A la edad de cuatro años yo estaba tendida en la hierba, creando imágenes con las nubes. En determinado momento noté que habían dejado de moverse. A mi alrededor todo estaba quieto y yo me sentía fundida con el cielo. Yo era todo y todo era yo. No sé por cuánto tiempo duró esto y jamás he vuelto a sentirlo. Pero es posible".
Esa experiencia se parece mucho a la meditación de los Sufras de Shiva que indica "mirar el cielo azul más allá de las nubes", a fin de experimentar la eternidad. Muchos niños recuerdan haber tendido, un momento antes de dormirse, la sensación de que eran livianos o que flotaban; también esto refleja la meditación que aconseja sentirse sin peso en el lecho. El ejercicio espiritual que tan difícil parece la adulto, "ver a una persona bella como por primera vez", no requiere el menor esfuerzo para un bebé de cuatro meses, que día tras día recibe la aparición de su madre, la persona más bella de su universo, con adoración y deleite. Mientras ella esté en el cuarto, el bebé no deja de mirarla, pues no puede ver otra cosa. Ser, para el recién nacido, es estar en el centro de un mundo mágico.
Algunos niños recuerdan esa mágica inmersión en etapas de desarrollo muy posteriores. El poeta William Wordsworth, a los cinco años y a los seis años, veía las montañas, los lagos y las praderas a su alrededor "ataviados de luz celestial" y tenía que aferrarse de un árbol para recordar que las cosas materiales no eran visiones. Sin este esfuerzo, según nos cuenta, habría sido arrebatado a un mundo ideal de pura luz y sentimientos divinos. Por ende, ver a través de Maya puede ser mucho más natural de lo que uno supone. ¿Quién sabe cuántos de nosotros hemos jugado en praderas de luz sólo para perder el recuerdo de haberlo hecho? Lo cierto es que nuestro ideal vigente de lo que constituye buena crianza psicológica no arraiga en lo ideal, sino en lo real. Por medio de muchas lecciones repetidas, el niño aprende que la áspera corteza de un árbol es más real que los sentimientos divinos; en cuanto tiene edad suficiente para ir a la plaza descubre que las aceras despellejan las rodillas y que los puños lastiman si te pegan en la cara.
En la meditación, el yogui borra ese tosco sentido de la realidad y se orienta nuevamente hacia la luz, lo ideal, lo divino. El Yoga apunta hacia la perfección, que significa vivir desde nuestro centro creativo las veinticuatro horas del día, sin disfraces ni evasiones, libres de cualquier forma de irrealidad. El yogui triunfador no se limita a establecer contacto con el núcleo omnisapiente: se convierte en él. Por bello que esto parezca, la mente del adulto se mantiene a distancia por instinto. Nuestras experiencias de dolor y desilusión son muy convincentes, mientras que las premisas del Yoga parecen muy lejanas.
-Hoy en día cualquier cosa puede ser aceptada como cierta -suele decir un amigo mío-, mientras no sea la Verdad.
Ha comprendido demasiado bien el principio de la realidad.
Cuando pusiste este enlace, querría haberte comentado algunas cosas, pero entonces no se podían hacer comentarios. Ahora sí, estás de vuelta. ME ALEGRO.
ResponderEliminar¡Hola! azul: gracias :))) La alegría es compartida :)
ResponderEliminar¡Un enorme abrazo!
la verdad esta oculta .....la vida no es lo que percibimos por los sentidos...solo nuestra conciencia nos llevara a la verdad
ResponderEliminar¡Hola! gahc: la Verdad está bien a la luz, sólo la vorágine que se desarrolla en la corriente de pensamientos nos dificulta el estar en contacto directo con ese entendimiento... ¿nuestra conciencia... ? Tal y como yo lo entiendo... sólo el liberarse del engaño del ego (los condicionamientos) nos abre la puerta, que siempre ha estado abierta... pero como alguien sabio dijo: ¿por qué empeñarse en salir por la ventana cuando hay puerta?
ResponderEliminarUn abrazo -.-