sábado, 29 de mayo de 2010

¿Puede la mente liberarse a si misma? (III)


La intimidad brinda a mis padres una relación privilegiada, pero hay un precio. Hasta que las máscaras se bajen, él no verá jamás a mi madre salvo como esposa. La belleza de esa mujer permanecerá a cierta distancia. En una relación feliz vale la pena pagar ese precio muchas veces. En ausencia de una verdadera intimidad, el precio se torna demasiado alto. Un padre puede decir a su hijo: "Te crítico sólo porque te amo". A sus propios ojos puede ser así, pero el hijo debe desentrañar el amor de la crítica lo mejor que pueda. Por eso son tantos los que, una vez adultos, sienten en el fondo cierta desconfianza del amor que reciben.
Desde la niñez en adelante, todos aprendemos a lidiar con una situación complicada, donde las sensaciones y percepciones más básicas se mezclan muchas veces unas con otras. La vida sería más sencilla si pudiéramos ver directamente los cristalinos ideales, la maravilla y la belleza que según el yogui, están en el corazón de la vida, es decir, en nuestro propio corazón. Pero las enseñanzas de Shiva apenas atraviesan el caparazón del escepticismo moderno. El escéptico alberga con frecuencia a un idealista que ha sufrido el dolor de la desilusión una vez más de lo soportable. Si el idealista nace para desilusionarse, ¿por qué no desilusionarse desde un comienzo? Una y otra vez, Freud destacaba la importancia del "principio de la realidad" como índice de salud psicológica. El principio de la realidad consiste en reconocer que uno no es el creador del mundo. Nuestro yo se detiene ante cierto límite, más allá del cual no tenemos influencia.
De ese modo, se considera que un bebé es primitivo porque se cree el centro del mundo, permitiéndose fa fantasía de que es él mismo. A medida que crece, se espera de él que descarte esa infantil ilusión de no tener límites. El "yo" y el "no yo". Generalmente, los padres se muestran muy ansiosos de fomentar esa actitud cooperativa, aun cuando el niño es obviamente demasiado pequeño para adoptarla. Pasan por alto la incomodidad de la criatura, temiendo que sea egoísmo. A ellos les cuesta ver que en eso se refleja su propia ansiedad oculta: tienen miedo de aceptarse plenamente a sí mismos. Sus propios padres señalaron que ser egocéntricos estaba mal y ahora se transmite ese criterio considerando "egoístas" casi todas las formas de satisfacción.
El crudo egoísmo del bebé recién nacido no es un modelo para la conducta futura, innecesario es decirlo, pero es preciso templarlo naturalmente en una conducta menos egoísta. Si el proceso de crecimiento sacrifica el mismo sentido del ser en el niño, se ha perdido algo demasiado precioso. El ser lleva consigo la sutil sensación de que se es único; de esa sensación surge un sentimiento de unión con el mundo, de estar bañado en belleza y amor. Eso también es realidad, pero de un tipo más elevado.
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