La proyección del impulso funciona de la siguiente manera: como hemos visto, el deseo de limpiar el garaje todavía está presente en Juan, es decir, que todavía está activo, de modo que constantemente reclama atención, de la misma manera que el hambre, por ejemplo, exige constantemente que se le preste atención a ese impulso comiendo algo. Como el impulso de limpiar es garaje sigue estando presente y activo, Juan sabe en algún rincón de su mente que alguien quiere que él limpie el garaje. Y precisamente por eso todavía sigue ocupándose en fruslerías. Juan sabe que alguien quiere que él limpie todo eso, pero el problema está en que ahora se ha olvidado de quién es ese alguien. Entonces empieza a sentirse molesto con todo el proyecto, y a medida que transcurren las horas, la difícil situación le molesta cada vez más. Lo único que realmente necesita para completar la proyección –es decir, para olvidarse totalmente de su propio impulso de limpiar el garaje– es un candidato adecuado para "colgarle" su propio impulso proyectado. Como él sabe que alguien está presionándole para que limpie, y esa presión está sacándole de quicio, le encantaría de veras encontrar a ese "otro" que le está presionando.
Entra en escena la víctima desprevenida: la mujer de Juan pasa casualmente por el garaje, asoma la cabeza y le pregunta con inocencia si terminó con la limpieza. Con un moderado arrebato, Juan le grita que no le atosigue. Porque ahora siente que no es él, sino su esposa quien quiere que él limpie el garaje. La proyección se ha completado, porque ahora parece como si el propio impulso de Juan llegara desde afuera. Él lo ha proyectado, lo ha puesto del otro lado de la valla, y desde allí parece como si le atacase.
Por consiguiente, Juan empieza a sentir que su mujer le presiona. No obstante, lo único que realmente siente es su propio impulso proyectado, su propio deseo de limpiar el garaje desplazado, puesto fuera de su lugar. Juan podría gritarle a su mujer que no tiene ganas de limpiar el maldito garaje y que ella le importuna presionando. Pero si realmente él no quisiera limpiar el garaje, si ese impulso no fuera cierto, le habría dicho a su mujer que había cambiado de idea y que lo limpiaría en otro momento. Si no lo hizo es porque en algún rincón de su mente sabía que alguien quería, desde luego, que el garaje estuviera limpio, pero como "no era" él, tenía que ser otra persona. La mujer, naturalmente, es una candidata adecuada, y tan pronto como entra en escena, Juan carga en ella su impulso proyectado.
En pocas palabras: Juan proyectó su propio impulso y, por consiguiente, lo experimentó como un impulso externo, que venía desde afuera. Otro nombre para el impulso externo es presión. En realidad, cada vez que una persona proyecta algún impulso, se siente presionada, siente que su propio impulso se vuelve contra ella desde el exterior. Además, y aquí es donde la mayoría de los lectores parpadearán con incredulidad, toda presión es resultado de un impulso proyectado. Obsérvese en este ejemplo, que si Juan no tuviera el impulso de limpiar el garaje, no podría haber sentido ninguna presión procedente de su mujer, y habría encarado con toda calma la situación, diciendo que ese día no le apetecía hacerlo o que había cambiado de idea. En cambio, se sintió presionado. Pero no sintió realmente que su mujer le presionara, sino la presión de su propio impulso. Si no hay impulso, no hay presión. Toda presión es, en le fondo, un impulso disfrazado.
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