Si el síntoma es persistente, procedemos al segundo paso de la terapia en el nivel de la persona. Las instrucciones para el segundo paso son simples, pero su ejecución exige tiempo y perseverancia. Lo único que hacemos es empezar de manera consciente a traducir de nuevo cualquier síntoma a su forma original. [...]Lo esencial en este segundo paso es darse cuenta de que todo síntoma no es más que una señal (o símbolo) de alguna tendencia inconsciente de la sombra. Así, por ejemplo, uno puede sentirse sometido a presiones fortísimas en el trabajo. Pues bien, como ya hemos visto, la presión, en cuanto síntoma, es siempre una indicación, una simple señal de que uno tiene más impulso para esa tarea o actividad de lo que cree o de lo que está dispuesto a admitir. Tal vez no quiera admitir abiertamente su verdadero interés o deseo para poder hacer que los otros se sientan culpables por las horas de trabajo que no le agradecen y que uno "tiene" que cumplir en beneficio "de ellos". O quizás uno quiera negociar su devoción "desinteresada" para que le rinda más beneficios. También podría ser que, inocentemente, haya perdido la pista de su propio impulso. Sea cual fuere la razón, el síntoma de presión es un signo seguro de que estamos más ansiosos de lo que nosotros mismos sabemos. Pero el síntoma puede traducirse de nuevo a su forma original y correcta. "Tengo que" se convierte en "quiero".
La traducción es la clave de la terapia. Por ejemplo, a fin de soltar presión, no hay que inventarse un impulso, ni tratar de sentir uno que no existe ni conjurar mágicamente impulsos que aparentemente nos faltan. No digo que si uno puede esforzarse por sentir el impulso de hacer con interés un trabajo, entonces ya no se sentirá presionado. Lo que digo es que si uno se siente presionado, el impulso necesario ya está presente, pero disfrazado como síntoma: la presión. No hay que conjurar el impulso para situarlo junto a los sentimientos de presión, porque esos sentimientos de presión son ya el impulso que necesitamos. Simplemente hay que llamarlos por su nombre original y concreto: impulso. Es una simple traducción no una creación.
Así, de esta manera, lejos de ser indeseables, los síntomas son oportunidades de desarrollo. Los síntomas señalan con suma precisión nuestra sombra inconsciente; son señales infalibles de alguna tendencia proyectada. Por mediación de los síntomas se encuentra la sombra, y por mediación de la sombra, el desarrollo, una expresión de las demarcaciones, un camino hacia una imagen de sí mismo exacta y aceptable. En una palabra, que uno ha descendido desde el nivel de la persona hasta el nivel del ego. En casi así de sencillo: persona+sombra=ego.
Sería negligencia de mi parte cerrar este capítulo sin ofrecer al lector una sencilla clave para entender lo esencial del trabajo terapéutico que se lleva a cabo en este nivel. Si se hace caso omiso de la jerga técnica de cualquier terapeuta de la sombra, para escuchar simplemente el sentido general de su conversación, se encontrará uno con que lo que dice se ajusta a cierta pauta o modelo. Si le dices que amas a tu madre, te dirá que inconscientemente la odias; si le dices que la odias, te dirá que inconscientemente la amas. Si dices que no puedes soportar la depresión, te dirá que te complaces con ella. Cuéntale que te sientes enfermo cuando te humillan, y te dirá que secretamente te encanta. Si estás apasionadamente metido en una cruzada religiosa, política o ideológica para convertir a otros a tus creencias, te insinuará que en realidad tú no crees para nada en todo eso, que tu cruzada no es más que un intento de convertir a la parte que tú mismo tienes de incrédulo. Si dices, sí, él dice no. Si dices arriba, él dice abajo. Si maúllas, él ladra. Y entonces, si le dices que siempre has sospechado que te enfermaban los psicólogos, pero que ahora estás seguro, te dirá que en realidad eres un psicólogo frustrado, y que secretamente envidias a todos los terapeutas.
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