jueves, 8 de julio de 2010

Cómo reconocer la sombra o proyección. El nivel de la persona: se inicia el descubrimiento (IX)

En ocasiones, esta caza de brujas asume proporciones atroces: la persecución nazi de los judíos, los procesos a las brujas de Salem, los negros convertidos en chivos expiatorios del Ku Klus Klan. Obsérvese, sin embargo, que en todos estos casos el perseguidor odia al perseguido, precisamente por aquellos rasgos que el propio perseguidor exhibe con furia estridentemente incivilizada. En ocasiones, la caza de brujas se da en proporciones menos aterradoras, como ocurrió con el temor de los norteamericanos, durante la guerra fría, a "encontrarse con un comunista debajo de la cama". Y con frecuencia se presentan en forma cómica: las intermianbles murmuraciones que sobre el prójimo, que le dicen a uno mucho más sobre el murmurador que sobre aquél a quien está despellejando. Pero todos éstos son casos de individuos desesperados por demostrar que su propia sombra pertenece a otro.
Hay hombres y mujeres que lanzan diatribas sobre lo repugnante que son los homosexuales. Por más decente y racionalmente que procuren conducirse en otros sentidos, no pueden menos que abominar de cualquier homosexual, y en su escándalo emocional abogarán por cosas tales como privar a los gays de sus derechos civiles (u otras peores). Pero, ¿por qué odia con tal vehemencia a los homosexuales un individuo así? Curiosamente, no aborrece a los homosexuales porque él lo sea, sino porque ve en el homosexual una potencialidad de sí mismos que secretamente le espanta. Como él se encuentra sumamente incómodo con sus propias tendencias sexuales, naturales e inevitables, aunque secundarias, las proyecta. Así llega a aborrecer las inclinaciones homosexuales en otras personas, porque empieza a aborrecerlas en sí mismo.
Y así, de esta manera u otra, tiene lugar la caza de brujas. La gene nos enferma, decimos, "porque" es sucia, estúpida, perversa, inmoral... Tal vez sean exactamente lo que decimos de ellos. Pero eso no viene al caso, porque los aborrecemos solamente si nosotros mismos, sin saberlo, poseemos los rasgos que despreciamos y que les atribuimos. Los odiamos precisamente porque son un recordatorio constante de aspectos nuestros que nos repugna admitir.
Empezamos así a ver un importante indicador de proyección.
Aquellas personas, o cosas de nuestro entorno que nos afectan con intensidad en vez de informarnos simplemente son, por lo común, nuestras propias proyecciones. Todo aquello que nos fastidia, inquieta, repugna o –en el otro extremo– nos atrae, fascina u obsesiona, es generalmente un reflejo de la sombra. Como dice un antiguo proverbio,

Miré y miré, y esto llegué a ver
lo que creía que eras tú y tú,
era en verdad yo y yo.

Ahora con esta comprensión básica de la sombra, podemos desenmarañar algunas otras proyecciones corrientes. Así, del mismo modo que la presión es impulso proyectado, la obligación es deseo proyectado. Es decir, los sentimientos persistentes de obligación son una señal de que uno está haciendo algo que no admite que quiera hacer. Los sentimientos de obligación, la sensación de que "tengo que hacerlo por ti", surgen con suma frecuencia en la relación familiar. Los padres se sienten obligados a cuidar de los niños, el marido a mantener a la mujer, la mujer a adaptarse al marido, y así sucesivamente. Sin embargo, al final la gente empieza a sentir el peso de las obligaciones, por más gratas que puedan parecer vistas desde fuera. A medida que aumenta este resentimiento, es probable que el individuo caiga en la caza de brujas, de modo que generalmente, él –o ella– y su cónyuge terminan visitando al médico brujo, al que suele llamarse consejero matrimonial.
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