lunes, 6 de mayo de 2013

La belleza (I)



La forma del cuerpo es por fuerza alterada cuando la trampa se cierra sobre la musculatura, pero ¿Qué es la forma? La forma sana no es otra sino la forma bella. Hace años que afirmo esto y sigo haciéndolo. Desde entonces he oído muchas opiniones, contradictorias sobre la belleza. Terminé por comprender que mis interlocutores y yo no hablábamos de lo mismo y que la belleza era casi siempre confundida con lo que no es. La inflación de las formas, por ejemplo. Un cuerpo de dos metros de alto y de largas piernas, pasa de inmediato por bello. Antes gustaba la amplitud de los rollitos, estaba de moda la exageración de las formas en el sentido del ancho. Ahora la inflación es en el sentido del largo. El largo de las piernas importa mucho más que su forma. Si las rodillas son checas y las tibias sólo tienen la piel sobre el hueso, apenas se lo percibe, mientras haya una gran superficie. A medida que pasa el tiempo, se diría que no terminamos de convencernos de que nos hemos despojado nuestras pieles de reptiles y que ahora estamos lejos, lo más lejos posible de la tierra y los cuerpos que estén mas alejados de ella por la altura de las piernas, son por fuerza los más bellos. Los fabricantes de jeans derrochan cada día toneladas de tela que los compradores deben cortar y arrojar a la basura. No conozco a mucha gente que pueda calzarse de oficio las piernas de un pantalón nuevo, son siempre demasiado largos y van rengueando hasta el espejo, intentando abotonarse la bragueta con la humillante de que no están conformes, de que no están a la altura. 
La extravagancia de la ropa o el detalle agresivo hacen parecer bello lo que sólo es espectacular. 
La juventud es sinónimo de belleza. No obstante, la más auténticamente bella entre mis pacientes acaba de festejar sus ochenta años, y es un placer verla caminar con la cabeza alta, y los hombros derechos en su menudo cuerpo; sus piernas, sus pies y sus dedos hallan su camino con seguridad, y van derecho hacia adelante.
El sexo es confundido con la belleza, pero un cuerpo al que se llama sexy es con frecuencia un cuerpo contrariado, herido. En el fondo, quizá sea eso lo que gusta. Gusta esa herida secreta que se adivina. La gente más insensible es capaz de sentir esa magia. Necesita que el cuerpo que desea tenga algo que hacerse perdonar, un ligero estrabismo, omóplatos como alas de ángel o un cuello inclinado. Quizá se sienta así más segura o quizá sienta confusamente que domina, que está en posición de fuerza. ¿Marilyn, la más sexy, las más conmovedora, de atributos tan conocidos, como sus carnes fundentes, sus breteles que se deslizan y las formas movedizas de sus senos, tenía musculatura?  La pregunta parece incongruente. Sin embargo, en las volutas de sus formas, mostraba también una espalda demasiado arqueada para ser feliz, las piernas, los pies y los dedos gordos deformados. Al diablo con los dedos gordos de Marilyn! me dirán, es un detalle sin interés en una criatura de ensueño. Sin embargo ese detalle, sin interés para nosotros, era para ella una expresión involuntaria de su vida real, que no nos estaba destinada. era una expresión de su angustia, lo mismo que sus incesantes dolores de garganta sus uñas comidas o sus palmas húmedas, pero su angustia se veía en millones de ejemplares, en cada uno de sus retratos. Lleva, decía Truman Capote, los estigmas de la mentalidad de huérfana, "... al no confiar en nadie, o muy poco, batalla como una campesina para agradar a todos; quiere hacer de cada uno de nosotros su querido protector". Batallaba hasta quedar sin aliento, en forma literal. Los "estigmas" son visibles en las contracciones de sus músculos, pero uno no los ve, o si los ve, es de manera fugaz, casi subliminal, justo lo necesario para que nosotros, su público, quedemos de repente halagados, excitados. 
Fascinados por los volúmenes "que luchan por un mayor espacio en el infinito de su escote", no se nos ocurre detenernos en su espalda, que también lucha, pero para tener cada vez menos espacio, para permitir al volumen de sus senos que se expanda hacía adelante, desplegando sus atributos de estrella –para agradarnos– en detrimento del resto del cuerpo. 
Parece que Marilyn se hacía muchos reproches, se consideraba muy bajita y con voz aflautada. Se hacía los reproches que se hacen muchas personas que exigen a su cuerpo  que se pliegue al modelo que otros tienen en la cabeza o , con mayor precisión, al modelo que otros tienen en la cabeza por ellos. Desde el tiempo de sus primeros pañales hasta el de su último jean, no cesan de intentar adivinar qué imagen se espera de ellas y de trajinar para intentar conformarse a ésta. Para obtener la aprobación del ser amado, por el amor, sí, por la calidez, por la indispensable seguridad del amor. De hecho, por la inseguridad, pues aún sin la apremiante necesidad de satisfacer a millones de protectores potenciales, cómo conformarse con lo borroso, con lo cambiante de un deseo que se termina por creer propio y jamás el que se tiene en verdad, en el fondo de sí mismo, en el fondo del cuerpo. De eso se trata, todos tenemos en el cuerpo una sed, un profundo deseo de bienestar. Ese deseo no viene del exterior, no tiene nada que ver con el que pueden tener por nosotros nuestros padres, nuestros enamorados, la sociedad o la moda; es lo más profundo, lo más personal y secreto que tenemos. No somos nosotros mismos, si jamás podemos satisfacerlo, si ni siquiera podemos tener un acceso consciente a esa necesidad nuestra. 


 (Texto extraído del libro "La guarida del tigre". Autora Thérèse Bertherat)

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