viernes, 31 de mayo de 2013

La alquimia de la voz (X) Pienso, luego existo ("Cogito ergo sum")



Durante la Edad Media, la doctrina oficial impartida en todas las universidades europeas era la de que la Tierra es un planeta vivo y todos los seres vivientes creación de Dios. Según esta doctrina, cada aspecto de la naturaleza estaba animado y lleno del aliento del Espíritu Santo, lo que significaba que todo tenía un alma. 
Sin embargo, durante la reforma protestante del siglo XVI se produjeron grandes cambios y el mundo natural quedó desposeído de su poder espiritual. La naturaleza se contempló de un modo nuevo, meramente como algo que el hombre podía usar a su antojo. Esto, a su vez, condujo a la revolución matemática, confirmada por René Descartes en 1619. Este filósofo imaginó un mundo regido por los principios matemáticos y definió al hombre puramente en términos de su capacidad de pensar: Cogito ergo sum.
A continuación vinieron la era de las Luces, la Revolución Industrial, el rápido crecimiento de la alfabetización y, a su debido tiempo, la llegada de los medios de comunicación y las autopistas de la información. Con todo ello nuestras voces se refugiaron en nuestras cabezas, lo que produjo un efecto como de punto de bala: un pensamiento simple, limitado, que no contiene más que un único punto de noticias. Estamos condicionados por la actitud de: "¡Debo hacer esto ahora, y a ser posible lo más rápidamente que pueda!"

(Texto extraído del libro "La alquimia de la voz". Autor Stewart Pearce) 


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