Durante la Edad Media, la doctrina oficial impartida en todas las universidades europeas era la de que la Tierra es un planeta vivo y todos los seres vivientes creación de Dios. Según esta doctrina, cada aspecto de la naturaleza estaba animado y lleno del aliento del Espíritu Santo, lo que significaba que todo tenía un alma.
Sin embargo, durante la reforma protestante del siglo XVI se produjeron grandes cambios y el mundo natural quedó desposeído de su poder espiritual. La naturaleza se contempló de un modo nuevo, meramente como algo que el hombre podía usar a su antojo. Esto, a su vez, condujo a la revolución matemática, confirmada por René Descartes en 1619. Este filósofo imaginó un mundo regido por los principios matemáticos y definió al hombre puramente en términos de su capacidad de pensar: Cogito ergo sum.
A continuación vinieron la era de las Luces, la Revolución Industrial, el rápido crecimiento de la alfabetización y, a su debido tiempo, la llegada de los medios de comunicación y las autopistas de la información. Con todo ello nuestras voces se refugiaron en nuestras cabezas, lo que produjo un efecto como de punto de bala: un pensamiento simple, limitado, que no contiene más que un único punto de noticias. Estamos condicionados por la actitud de: "¡Debo hacer esto ahora, y a ser posible lo más rápidamente que pueda!"
(Texto extraído del libro "La alquimia de la voz". Autor Stewart Pearce)
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