martes, 14 de mayo de 2013

La seducción de la ciencia (II)


De entrada, se constató la mayor "capacidad craneana" de los hombres como grupo comparados con las mujeres también como grupo, dato que inspiraría y a la vez serviría para demostrar la premisa básica que establecía una correlación directa entre capacidad craneana e inteligencia. Numerosos y amplios  estudios comparados de múltiples medidas  craneanas según la raza y la etnia, además del sexo, permitieron a los craneólogos anunciar que la capacidad craneana media de la raza blanca también era superior a la de las poblaciones africanas, asiáticas o incluso sureuropeas. 
Estos resultados concordaban con otras conclusiones de las principales corrientes eruditas de la época. Desde la antropología hasta la neurología, la ciencia había demostrado los fundamentos biológicos de las virtudes victorianas de la pasividad, domesticidad y mayor moralidad (léase mayor actividad sexual) de las mujeres. Análogamente, también la pasividad, dependencia e infantilización de las razas " oscuras" (todavía descritas entonces como la "carga del hombre blanco) se consideraban parte de su condición biológica. Los evolucionistas también aportaron su granito de arena: los hombres no caucásicos y las mujeres de todas las razas se encontraban en un estadio inferior del proceso evolutivo. En el caso de las diferencias raciales, la razón era simplemente de tiempo, toda vez que las civilizaciones europeas se consideraban de origen más antiguo. En el caso de las mujeres caucásicas –cuya evolución obviamente había sido tan larga como la de sus congéneres masculinos–, se ofrecía otra explicación. La menor complejidad del sistema nervioso y nivel de inteligencia más bajo de las hembras eran adaptaciones evolutivas a los dolores del parto, las tareas domésticas repetitivas y el desarrollo de otros trabajos físicos que no exigían esfuerzo intelectual. Obviamente, también las mujeres de las razas "inferiores" se consideraban inferiores a los hombres de su grupo.
Igual que ocurre en la sexualidad, los tópicos biologistas basados en esas teorías sexuales y raciales eran equivalentes. Los hombres de color y todas las mujeres, caucásicas y de otras razas, se describían como personas infantiles, gobernadas por sus emociones, más próximas a la naturaleza, de capacidad intelectual limitada, aptas para realizar tareas físicas. a quienes debían marcarse unas pautas simples de conducta, etc., sólo con algunas diferencias –mayor fuerza física en el caso de los hombres de color, mayor tolerancia al dolor y a los sufrimientos del parto en el caso de todas las mujeres– destinadas a justificar las diversidad de funciones y utilización económica. La suma de todos estos tópicos contribuyó eficazmente a legitimar la supremacía de los hombres blancos.
Elizabeth Fee, estudiosa de la craneología del siglo XIX, ha recopilado numerosas citas significativas como las siguientes:

  • En 1863, James Hunt, presidente de la Sociedad Antropológica de Londres, demostró contundentemente la doble inferioridad de las mujeres de color,  en razón de su sexo y de su raza: "No cabe duda de que el cerebro del negro es muy semejante al de una mujer o un niño europeos y, por tanto, evidencia una mayor proximidad a los simios, a los cuales todavía está más cercana la negra". 
  • En 1866, el craneólogo francés F Pruner expuso las consecuencias sociales de esta analogía sexo/raza en los siguientes términos: "El negro se parece a la mujer en su amor por los niños y su apego a su familia y a su cabaña". Y añade: "El hombre negro es al hombre blanco lo que la mujer es al hombre."
  • En 1879, G. Le Bont, otro craneólogo, manifestó sin atisbo de duda: "Las razas más inteligentes, como es el caso de los parisienses, incluyen un gran número de mujeres con cerebros de tamaño más cercano al de los gorilas que al de los cerebros masculinos más desarrollados. Tan evidente inferioridad no admite ya discusión, el único debate de interés se centra en una cuestión de grado."
Con el desarrollo y creciente popularización de la craneología, un número impresionante de datos sobre el ser humano vinieron a sumarse a anteriores argumentos basados en la obsesión del mundo vegetal y animal, en favor de la procreación limitada exclusivamente al seno del propio grupo. Esta corroboración de la importancia de la pureza y la superioridad raciales resultó especialmente significativa en los Estados Unidos, donde una guerra civil contra la esclavitud, un movimiento nacional contra la reducción de las mujeres a la condición de propiedad legal de sus padres y maridos y la lucha conjunta de ambos movimientos por el sufragio universal para todas las personas adultas amenazaban con socavar todo el sistema de castas sexista y racista. La craneología ratificó la necesidad de restringir la libertad de las mujeres blancas –medio de reproducción de la raza blanca– y de prohibir el "mestizaje", la "mezcla", "cruce" o "hibridación" raciales. Aunque las leyes contra el mestizaje no se aplicaban a los hombres blancos que engendraban criaturas con mujeres de color, a veces violándolas, impedían sin embargo la legitimación de cualquier unión de ese tipo, garantizando de este modo la perpetuación de un sistema de herencia racialmente "puro". También se aplicaron con todo el rigor para impedir cualquier tipo de vinculo entre una mujer blanca y un hombre de color. 

Gloria Steinem 

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Tamaño no es equivalencia de calidad, como parecía ser la visión de estos hombres, o parece ser la de algunos de los de hoy, que aún se aferran –aunque con refinada sutilidad para que no se haga muy evidente, ni ante ellos mismos– a estas creencias "científicas". El apego al tamaño –que procede de una visión poco evolucionada, inmadura– también contamina las investigaciones. Y no sólo...

haideé

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