Trabajaron todo el día prácticamente en silencio y cuando por fin se sentaron a descansar Frank le entregó la sortija de pedida con un diamante enorme.
–Le pregunté qué pasaba –añadió Sarah– y replicó que quería saber si yo era buena chica, si echaría una mano y no esperaría que él se ocupara de todo en el matrimonio.
Como era de prever, ahí no acabó la historia.
Fijamos fecha y todo lo demás, pero nuestra relación subía y bajaba como un yoyó. Me hacía regalos y no dejaba de someterme a prueba. Si un fin de semana no me apetecía cuidar de sus sobrinos, Frank, comentaba que mi sentido de la familia dejaba mucho que desear y que tal vez deberíamos suspender la boda. Si yo hablaba de ampliar mi negocio, quería decir que no estaba realmente comprometida con él. Me fui cargando. La situación continuó y siempre era yo la que cedía. Me repetí hasta el infinito que era un buen hombre, que tal vez el matrimonio lo asustaba y que necesitaba sentirse más seguro a mi lado.
Aunque soterradas, las amenazas de Frank surtieron un poderoso efecto porque las alternó con una intimidad lo bastante tentadora para confundir lo que realmente ocurría. Como la mayoría de los seres humanos, Sarah siguió volviendo en busca de más de lo mismo.
Cedió ante las manipulaciones de Frank porque en aquel momento hacerlo feliz tenía sentido y era mucho lo que estaba en juego. Aunque resentida y frustrada por las amenazas de Frank, Sarah justificó su capitulación en nombre de la paz.
En las relaciones de esta clase nos centramos en las necesidades del otro a costa de las propias y nos relajamos en la transitoria ilusión de seguridad que hemos creado al ceder. Evitamos el conflicto, la confrontación... y la posibilidad de sostener una relación sana.
Aunque interacciones enloquecedoras como las planteadas figuran entre las causas más corrientes de fricción en casi todas las relaciones, casi nunca las identificamos y comprendemos. Estos casos de manipulación suelen etiquetarse como mala "comunicación". Nos convencemos de que funcionamos a partir de los sentimientos mientras él actúa desde el intelecto o ella tiene una mentalidad distinta. En realidad, la fuente de fricción no corresponde al modo de comunicación, sino a que una persona se salga con la suya a costa de la otra. Se trata de algo más que un simple malentendido: son luchas por el poder.
A lo largo de los años he buscado la forma de describir estas luchas y el perturbador ciclo de comportamiento a que conducen y he comprobado que casi todos los seres humanos se sienten identificados cuando digo que de lo que hablamos es de chantaje puro y duro: de chantaje "emocional".
Sé que la palabra "chantaje" evoca sombrías imágenes de delincuentes, miedo y extorsión. Es difícil pensar en el cónyuge, los padres, el jefe, los hermanos o los hijos en este contexto. Sin embargo, he comprobado que el vocablo "chantaje" es el único que describe con exactitud lo que sucede. La intensidad de la palabra nos permite despejar la negación y confusión que enturbian tantas relaciones, por lo que nos acerca a la claridad. Para tranquilizarte añadiré que la existencia del chantaje emocional no significa que la relación esté condenada. Simplemente quiere decir que necesitamos asumirlo sin ambages y corregir el comportamiento que nos provoca dolor para sentar las bases más sólidas.
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