domingo, 27 de junio de 2010

El amor incondicional (II)


Esta explicación es un giro a lo que habitualmente entendemos por amor incondicional. Por definición, sólo se puede amar incondicionalmente a alguien si nuestro amor no se altera, ocurra lo que ocurra y haga lo que haga la otra persona. Este aspecto del "ocurra lo que ocurra" implica un esfuerzo de voluntad sobrehumano. No podemos sino imaginar un santo de yeso que devuelva dulzura y luz a cambio de rudeza, ira, celos, desconsideración y cualquier otro tipo de conducta desamorada. Pese a toda su aparente bondad, esta situación huele a autorrepresión y hasta a masoquismo.
La versión que los rishis dan del amor incondicional no contiene esfuerzo alguno. La persona que ama "ocurra lo que ocurra" no hace sino seguir su naturaleza. En realidad, es todo lo que se puede pedir a nadie. Es ineludible actuar según nuestro propio nivel de conciencia. A fin de sonreír al extranjero que me empuja por la calle, necesito sentirme con deseos de sonreír; de lo contrario mi conducta sería calculada. Tal como hemos visto, el cálculo es la estrategia primaria del falso yo. Debe calcular cuándo sonreír porque tiene mucho miedo de exhibir las emociones que siente en realidad. El tacto y la diplomacia, que casi todos aplaudimos como "buena conducta", también pueden ser la sutil habilidad de mentir.
Todos irradiamos nuestra conciencia al mundo y traemos su reflejo de nuevo a nosotros. Si nuestra conciencia contiene violencia y temor, encontraremos esas cualidades "allá afuera". Por el contrario, si nuestra conciencia contiene amor incondicional, el mundo y hasta los ojos de un mendigo reflejarán ese amor. El valor curativo de este tipo de conciencia es enorme, como me gustaría ilustrar con un conmovedor relato de R.D. Laing.
Cierto día, un niño escocés de catorce años, llamado Phillip, volvió a su casa de la escuela y encontró a su madre en la cama, en un charco de sangre. La mujer, que padecía tuberculosis desde hacía mucho tiempo, acababa de morir por una súbita hemorragia en los pulmones. En vez de consolarlo y ayudarle a superar el golpe y el dolor, el padre regañó a Phillip, diciéndole una y otra vez que él había matado a su madre al someterla al agotamiento del embarazo, el nacimiento y la crianza. Esto se prolongó por dos meses. Un día Phillip llegó de la escuela y descubrió que su padre se había suicidado.
Seis meses después Laing encontró al niño en una sala psiquiátrica de Glasgow, en un extraño estado de deterioro psicológico y físico. Tal como Laing recuerda vívidamente: "Estaba hediondo. Tenía incontinencia de orina y heces y tendía a caminar de un modo extraño, tambaleándose. Gesticulaba de modo extravagante, sin hablar; parecía casi totalmente absorto en sí y no podía interesarse menos por su ambiente y la gente que había en él".
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